G¨®mez Carrillo t¨®pico del modernismo
Ahora que se habla tanto de modernismo, no s¨®lo en las aulas, en congresos y en los peri¨®dicos, no estar¨¢ mal que nos ocupemos de un ejemplo, no a la altura de Rub¨¦n Dar¨ªo, pero s¨ª con fulgor propio en el mundo de la cr¨®nica, sobretodo viajera, y de la entrevista period¨ªstica, pero sobre todo porque fue, sin duda, el m¨¢s t¨ªpico t¨®pico del modernismo. Enrique G¨®mez Carrillo, en efecto, nombre bastante olvidado hoy, chupa linotipia con cierta brillantez a caballo entre los dos siglos (1873-1927) y fue un talento en gran parte malogrado por su didactismo y superficialidad, pero que actu¨® como catalizador y portavoz brillante de las finuras, adornos y exquisiteces modernistas entre los hisp¨¢nicos. Fascinado pr¨¢cticamente desde su infancia por todo lo franc¨¦s (su madre era de familia francesa, y esto le permiti¨® hablar y entender su lengua desde peque?o), es uno de los adelantados de la que luego ser¨ªa larga estirpe de hispanoamericanos afrancesados que hab¨ªa de dar notables ejemplos y valores hasta nuestros d¨ªas.L¨¢stima que G¨®mez Carrillo, dotado por la naturaleza de una pluma brillante, pero afectado de vagancia y frivolidad en su formaci¨®n, se haya quedado como un entrepar¨¦ntesis que se abre en Guatemala (donde naci¨®) y se cierra en Par¨ªs sin haber logrado remontar una superficialidad que le ha venido a dejar en pura fachada decorativa, sin ra¨ªces, sin nervio y sin sustancia. Quiso ser novedoso, estar a la ¨²ltima en el Par¨ªs bohemio de finales de siglo, sugestionado y ciego por el brillo creativo del barrio Latino y deslumbrado por la est¨¦tica imperante hasta convertirse en una especie de correveidile de las tertulias literarias del momento parisiense. De ¨¦l dice Corpus Bar?a que "hubiera hecho m¨¢s en la literatura si no hubiera estado tan envenenado por ella". Baroja, mucho m¨¢s duro, le llama rastacueros (palabra que, por cierto, aunque todos sabemos qu¨¦ quiere significar, no est¨¢ recogida en el DRA). "En Par¨ªs", dice Baroja, "hac¨ªa de gendarme para los escritores espa?oles que iban all¨ª a ver si se ganaban la vida". Empe?ado en ser un homme du monde, conoc¨ªa a todo el mundo y, seg¨²n Baroja, presum¨ªa de haber tratado a Verlaine, cosa que don P¨ªo pone en duda. Por presumir, lleg¨® a presumir de haber sido el causante de la detenci¨®n y muerte de la Mata Hari, cosa que tambi¨¦n Baroja le niega rotundamente y dice que esta pretensi¨®n obedece solamente a su extraordinaria vanidad.
Como decimos, es una l¨¢stima que G¨®mez Carrillo no hubiera penetrado un poco m¨¢s, algo si quiera, en las ra¨ªces de su propia historia y cultura, en las rec¨®nditas y sabrosas provincias de su propia lengua, porque es verdad que cultiv¨® con galanura una nueva expresi¨®n y supo incorporar la ret¨®rica nov¨ªsima del modernismo, pero le falt¨® sensibilidad para su propia cultura, profundidad y densidad literarias. Vagabundo empedernido y bohemio, rom¨¢ntico tard¨ªo y esnob impenitente, disfrut¨® de gracia descriptiva y riqueza verbal, pero siempre se nos va a quedar en la pura horizontalidad, y no s¨®lo la de la cama, sino otras inevitables horizontalidades. Hijo mimado de su madre, caprichoso y so?ador, se neg¨® desde peque?o a toda disciplina de estudio; se fug¨® del colegio y posteriormente se fug¨® de su casa para que no le volvieran a enviar a ning¨²n otro centro escolar. Finalmente, se form¨® a base de lecturas intensas y desordenadas, y cuando su padre, que era un patricio guatemalteco, historiador erudito y sabio, due?o de una valiosa biblioteca, le dio a leer El Quijote, G¨®mez Carrillo confiesa que a las 30 p¨¢ginas se durmi¨®, y declara, "con toda sinceridad, que nunca me he dado cuenta exacta de lo que constituye la grandeza sin par de la inmortal novela castellana". Pero no s¨®lo Cervantes le incomoda, sino G¨®ngora, Lope, Garcilaso y, en fin, todo lo espa?ol. "Y yo", escribe en sus memorias, "que me aburr¨ªa buscando un refugio en las obras consagradas; yo, que me acusaba de ser incapaz de comprender la belleza literaria, habr¨ªame probablemente alejado para siempre del estudio si un d¨ªa mi t¨ªo Jos¨¦, que ten¨ªa un estante lleno de obras francesas modernas, no me hubiera invitado a acompa?arlo en sus lecturas...". "Sin saberlo, sin dec¨ªrmelo, obedeciendo a un instinto oscuro, yo buscaba ya en los libros el matiz, la armon¨ªa, las sensaciones, la gracia intensa, el perfume voluptuoso del amor, el refinamiento del gusto, lo que no es espa?ol, en suma, y que casi es opuesto al ideal espa?ol` ('la cursiva es nuestra).
Cuando el presidente de Guatemala, en atenci¨®n a la val¨ªa de su padre y a la rancia solera de su familia, le concede una beca para venir a estudiar a Madrid, ¨¦l prefiere Par¨ªs, y all¨ª se dirige para quedarse atrapado por el ambiente bohemio de Par¨ªs antes de venir a Madrid. Su devoci¨®n por Par¨ªs, y quiz¨¢ la sangre francesa que tiene por su madre, le permiten convertirse en un verdadero franc¨¦s; no lleg¨® a escribir en aquella lengua, pero se puede decir que escribi¨® desde una sensibilidad francesa, pensando y sintiendo en franc¨¦s. Rub¨¦n Dar¨ªo llega a envidiarle esta facilidad para sentirse franc¨¦s en aquella ola de esnobismo que envenenaba a todos los escritores hispanoamericanos de entresiglos. Dice Rub¨¦n que el nunca hab¨ªa dejado de sentirse extranjero en Par¨ªs, pero "G¨®mez Carrillo", dice, "es un caso ¨²nico. Nunca ha habido un escritor extranjero compenetrado del alma de Par¨ªs como G¨®mez Carrillo". Todo esto estar¨ªa muy bien si no le hubiera llevado hasta ser injusto con la lengua castellana, en gran parte por ignorancia y falta de preparaci¨®n. As¨ª, cuando ya en Espa?a escrib¨ªan Valle-In-
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cl¨¢n, Azor¨ªn, Mir¨® y Juan Ram¨®n, ¨¦l escribe: "Nuestros gram¨¢ticos, siendo poco artistas, han secado la fuente viva de nuestra lengua literaria, oblig¨¢ndonos a no salir de moldes tradicionales. Por eso somos nosotros en el mundo los ¨²nicos que no podemos decir que el idioma es como un bosque donde, al lado de lo definido, hay lo que crece, lo que seforma, lo que viene con la nueva savia. No, nosotros no podembs decirlo...". "La ¨²nica m¨²sica por ellos (los espa?oles) aceptada es la del amplio per¨ªodo cl¨¢sico". ?C¨®mo se puede escribir esto cuando Azor¨ªn ha publicado ya La volutnad, y Valle-Incl¨¢n, Las sonatas? Lo que suced¨ªa era que G¨®mez Carrillo no le¨ªa a los auiores espa?oles y no pas¨® nunca de Campoamor y de N¨²?ez de Arce.
Como se sabe, Rub¨¦n Dar¨ªo particip¨® del mismo desd¨¦n y de la misma fobia por -lo espa?ol; pero Rub¨¦n Dar¨ªo acabar¨ªa cur¨¢ndose de su antiespa?olismo y hasta escribir¨ªa la Letan¨ªa de nuestro se?or don Quijote. Son muy conocidas aquellas palabras que Rub¨¦n le dice a G¨®mez Carrillo precisamente cuando se va a venir a Madrid: "En Espa?a no encontrar¨¢ usted nada de lo que busca. Espa?a es un pa¨ªs de ret¨®rica atrasada, de gustos rancios, de ideas estrechas. Quite usted a Castelar, Campoamor, N¨²?ez de Arce, Men¨¦ndez Pelayo, y no queda nada. ?V¨¢yase a. Par¨ªs!". Era, sin duda, un momento vac¨ªo en la literatura espa?ola, pero una persona culta no puede dormirse leyendo El Qu¨ªjote.
Y de aquellas aguas vinieron estos Iodos. Los escritores del llamado boom hispanico surgen a la literatura con la idea prefijada por estos antecesores del antiespa?olismo y de la fascinaci¨®n por lo franc¨¦s. As¨ª algunos pudieron decir que no deb¨ªan nada a Cervantes ni a Quevedo, y otros adoptaron la nacionalidad francesa. Pero las cosas han cambiado bastante de unos a?os a esta parte, y hoy puede decirse que son Madrid y Barcelona la meca de los escritores hisp¨¢nicos. En cuanto a G¨®mez Carrillo, justamente su ignorancia y la poca sustancia de su obra han hecho que su aventura, aun siendo tan azarosa y vital, haya quedado como la de un testigo ambulante de la mera an¨¦cdota y de la simple peripecia. Un periodismo ¨¢gil, una prosa con cierto destello de la ¨¦poca, una gran vehemencia por lo exitoso y lo moderno en su apabullante impacto, no le libraron de caer en la m¨¢s anodina oscuridad. Seguimos leyendo a Rub¨¦n, pero ?qui¨¦n lee a G¨®mez Carrillo?
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