El arte de robar
El arte de robar debe de ser tan antiguo como el hombre. Al menos eso parece. Novedades y modas cambian, incluido el gusto por lo ajeno. Hay s¨®lo un paso, un placer en llegar a poseer lo que no se tiene, aunque sea preciso usar para ello de la violencia o la paciencia.Muchos han sido los amigos del hurto en cuesti¨®n de, dinero o asuntos de valor, mas por encima de cualquier inter¨¦s hay una escala que va de lo realmente importante a lo vano, de lo grande a lo infinitamente peque?o. Robar un libro, por ejemplo, supone amar la cultura, m¨¢s all¨¢ del puro inter¨¦s. ?Qui¨¦n no rob¨® alguno por una mezcla de placer y devoci¨®n? Robar un libro, es un af¨¢n culto, cargado de pasi¨®n que proporcionan p¨¢ginas complicadas o sencillas, rebosantes de l¨¢minas o de simple saber.
Robar es una emoci¨®n. No la hay mayor que la de ese aficionado, mitad t¨ªmido, mitad heroico, que entra en una librer¨ªa desafiando al vigilante, escoge un tomo y se lo lleva a casa. Por lo com¨²n es de peque?as dimensiones, mas capaz de quemar como una brasa las manos en tanto se sale de la tienda. Es como el mismo amor: una mezcla de placer y dolor la que suele sentir siempre esta raza de lectores.
Esta raza de amigos de lo ajeno ocupa, sin duda, el lugar m¨¢s alto en la categor¨ªa de los ladrones cultos, a no ser por otra: la de aquellos que hurtan cuadros.
Hoy no pasa un d¨ªa sin que desaparezca alguno de cualquier colecci¨®n o museo, y es f¨¢cil recordar a todos aquellos que en el arte de robar no anduvieron remisos o lentos. En lo que al arte se refiere, y olvidando colecciones especiales, fue m¨¢s o menos en el Renacimiento cuando tal moda tuvo su auge, aunque ya los griegos gozaron reuniendo obras de valor.
M¨¢s tarde fueron los franceses quienes en sus correr¨ªas b¨¦licas llenaron sus galer¨ªas saqueando Egipto, El Escorial o Madrid. Las galer¨ªas fueron pronto museos repletos de lo que quisieron tomar para s¨ª. Cada casa se convirti¨® en peque?o museo parecido a los de la antig¨¹edad, donde guardar las piezas favoritas a salvo de males que atentaron de antiguo desde cuadros y fustes hasta pir¨¢mides y catedrales provocando ruinas que pueden contemplarse todav¨ªa.
Tras el robar tradicional, ladrones de arte siempre los hubo, y no hay lino recordar a los egipcios y su af¨¢n por hallar en sus tumbas lo que la vida les neg¨®. Siglos despu¨¦s de ellos siguieron sus pasos los ingleses, llevados por el ejemplo galo. As¨ª, unos y otros, museos ingleses y franceses se fueron llenando con un selecto mobiliario, en tanto los hogares corr¨ªan parecida suerte. Poco a poco fueron acumulando lienzos, joyas, todo lo que a un ladr¨®n refinado puede apetecer, dando vida a un tipo que desde la antig¨¹edad no ha dejado de llenar las casas de los anticuarios. Como todos sabemos, paulatinamente aquello trajo consigo un nuevo trabajo: el hurto por encargo. Ello supuso nuevas t¨¦cnicas, algunas singulares o dram¨¢ticas, con un inesperado final. Tal fue el de aquel desconocido que intentando llevarse un cuadro del Museo del Prado cay¨® desde una de las ventanas superiores. El conserje contaba su muerte sin mucha emoci¨®n, incluso con cierto humor negro. La cosa sucedi¨® en la parte donde est¨¢ el servicio fotogr¨¢fico que da al callej¨®n posterior.
Otros modos de agresi¨®n se prodigan hoy en todos los museos del mundo. Punzones, alfileres o bol¨ªgrafos sirven cada vez m¨¢s para herir al arte, aun a pesar del riesgo que corre el que lo hace y de lo in¨²til de proceder as¨ª. ?Para qu¨¦ robar en un museo si tan dif¨ªcil resulta vender luego aquello que se lleva y son tan pocas relativamente las colecciones privadas que lo compran? Seguramente hubo siempre en ello una relaci¨®n de amor y odio en la que la pasi¨®n anda por medio.
Todos los robos tienen un motivo sexual, pero se llevan a cabo bajo la impresi¨®n del odio. As¨ª como el ladr¨®n corriente odia la sociedad, el fuera de lo corriente tambi¨¦n tiene un objeto de odio que aborrece sobre todos. El robo es precedido por una degradaci¨®n del sentimiento de personalidad. Todos estos factores -asegura Stekel- est¨¢n relacionados con el odio, y, cuanto mayor sea ese odio, tanto mayor ser¨¢ la necesidad de amor... Y en estos, casos termina con el consabido perd¨®n.
Se suele decir que no hay que ser demasiado riguroso con el que roba libros, pues hay, en ¨¦l un lector en potencia. Con los ladrones de arte suele suceder lo mismo: en el fondo hay un amor en cierto modo escondido.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.