Mucho ruido, pocas nueces
De una visi¨®n a bote pronto de Vivir y morir en Los ?ngeles, ¨²ltima pel¨ªcula del famoso realizador norteamericano William Friedkin, este comentarista dedujo que su maquinaria de acci¨®n, intriga y violencia, propuesta como un segunda edici¨®n de la alta precisi¨®n de French Connection, suena aqu¨ª a chatarra. No es buen cine, sino mal circo; no tiene el rigor de la acci¨®n, sino la arbitrariedad del ajetreo; no es una pel¨ªcula de tiros, sino de tracas; quiere ser un alarde de trepidaci¨®n y se queda en un ejercicio de pirotecnia.Tan lejos quiere llegar Vivir y morir en Los Angeles que se pasa, luego se queda corta; una cosa es cine negro y otra cine de salsa de tomate; una cosa es Michael Cimino, que domina desde dentro la moral del exceso, y otra William Friedkin, que hace del exceso una inmoralidad no dominada. Ganar¨¢ dinero, pero lo har¨¢ mintiendo. Querr¨¢ abrir las bocas de la gente, pero esta, a poco que ponga un poco de suspicacia en los ojos, se dar¨¢ cuenta de que quieren hacerle admirarse ante una patra?a constru¨ªda sobre muchos d¨®lares y muy escasa inspiraci¨®n.
Vivir y morir en Los ?ngeles
Director: William Friedkin. Producci¨®n norteamericana, 1985. Int¨¦rpretes: William Petersen, Willem Dafoe, John Pankow. Estreno en Madrid: cines Cristal, Gran V¨ªa, La Vaguada y Salamanca.
Una visi¨®n posterior de Vivir y morir en Los Angeles, m¨¢s reposada que la que se ofrece a la memoria en el torrente de pel¨ªculas de un festival internacional, no hace otra cosa que confirmar la primera impresi¨®n e incluso agravarla un poco en el siguiente sentido: la faramalla, a veces brillante en sentido meramente mec¨¢nico, de la pel¨ªcula de William Friedkin puede conducir a enga?o. De otra manera no se entiende que obtuviera un premio, aunque fuera s¨®lo por sus valores t¨¦cnicos, en el reciente Imagfic madrile?o.
Violencia por violencia
Padece el filme la peste, mortal para el cine, del sintetismo del telefilme, helicopteritis incluida. Recu¨¦rdese como muestra uno de los planos iniciales: aquel coche que discurre, en una imagen fantasmal, por una carretera a toda velocidad y su desenfrenada carrera es tomada desde arriba, desde los cien o doscientos metros de altura de un helic¨®ptero. ?Para qu¨¦ esta distancia? Para nada, salvo para hacer un encuadre distinto al precio que sea: la originalidad por la originalidad, ese callej¨®n sin salida en que est¨¢ embarcado el cine norteamericano de gran formato.Y el alarde de prepotencia t¨¦cnica contagia a la moral de un filme que se mete en el infierno de una violencia y acaba atrapado por ¨¦l, por el reflejo de la violencia como fin en s¨ª misma.
El m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa es alcanzado por este filme en la escena del choque m¨²ltiple de autom¨®viles en una autopista. Espectacular. A condici¨®n de que se descubra que bajo el ruidoso espect¨¢culo no hay nada m¨¢s que un ejercicio de compra y destrucci¨®n por especialistas de una veintena de coches usados. Es decir, un asunto de cuenta corriente, no de imaginaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.