Sorpresa porte?a
En abril, cada a?o, me complace cumplir con el rito literario de huir del ahogo y la desesperanza -del estrangulamiento, m¨¢s bien, que se siente en este pa¨ªs, donde la Prensa y la televisi¨®n, controladas, nos tienen a oscuras sobre nosotros mismos para ir a respirar aires sanos, agitados por el di¨¢logo constante y la cr¨ªtica abierta y la atm¨®sfera cosmopolita que se produce todos los a?os en la Feria del Libro en Buenos Aires: all¨ª se puede hablar por fin de algo que no sea la coyuntura pol¨ªtica, y la literatura y las artes vuelven a tomar su lugar de prestigio, y el Bolshoi y el Kabuki, y el espect¨¢culo de Norma Aleandro y el de Cipe Lincowski, y las nuevas pel¨ªculas, como El exilio de Carlos Gardel, para no hablar de La historia oficial (porque de ella nosotros no podemos hablar), amenizan las tardes antes de cenar en el Edelweiss, y en el calor y las tormentas, los palos borrachos imponen una concertada floraci¨®n vinosa en los jardines y los parques.En cierto sentido, volver a Buenos Aires es siempre como volver a casa. Tal vez, despu¨¦s de vivir tantos a?os en Nueva York Barcelona y M¨¦xico, sea la ¨²nica capital que es como volver a casa. Porque quien regresa despu¨¦s de pasar mucho tiempo en el extranjero se implanta con una fuerza feroz en su propio terreno y se niega, emocionalmente, a compartirlo y a dejarlo, haciendo de ¨¦l la met¨¢fora de su propia identidad. Mi mujer, que ha vivido m¨¢s a?os en el extranjero -debo decir que con la identidad nacional bastante perdida-, est¨¢ dichosa de regresar a Chile, pese a las circunstancias a veces siniestras que nos toca vivir, ahora m¨¢s ella misma que nunca, intensamente apasionada por los problemas pol¨ªticos y del feminismo, los mismos que la apasionaban all¨¢, pero ahora con una pasi¨®n distinta, m¨¢s material, porque se trata de construir -o de reconstruir- lo suyo, lo propio. Aqu¨ª no tiene para qu¨¦ explicar qui¨¦n es ni qu¨¦ es; no tiene que pagar derecho a cubierto, como quien dijera, con excesos mundanos, sino que puede ser una se?ora cualquiera que se sienta a una mesa ejerciendo su pleno derecho porque aqu¨ª no es tr¨¢nsfuga.
En lo que se refiere a la experiencia de este escriba, nunca ha tenido problemas de identidad nacional, pese a sus muchos a?os de residencia en el extranjero. Al contrario, mi identidad nacional m¨¢s bien me ha pesado por resultarme tan imposible escaparla y, pese a todas las posturas cosmopolitas adoptadas con mayor o menor ¨¦xito desde la adolescencia, me ha resultado imposible romper la c¨¢scara protectora del huevo chileno para as¨ª volar con un vuelo de mi propia invenci¨®n. Origen social y regional, y para qu¨¦ decir generacional, clase econ¨®mica, cultural, pol¨ªtica, la calle en que viv¨ª y los colegios en que estuve, y los clubes que frecuent¨¦ de muchacho, forman, siento yo, una costra envolvente, de la cual no me puedo escapar. Estas cosas, es verdad, forman el l¨¦gamo desde donde surge lo que escribo, mi personal experiencia limitada que nutre al escritor, ese magma primero que toma tantas formas con los rencores y frustraciones y miedos y victorias que acumulan los a?os, pero tambi¨¦n marcas que permanecen muy hondo, en la forma de una llaga infinitesimal que de pronto, cuando alguien la toca, se produce la descarga el¨¦ctrica del dolor o la rabia, y lo que era protector se transforma en una caja negra que es una prisi¨®n ahogante.
Dando, un peque?o salto, pienso que mi familia, de origen extreme?o, est¨¢ establecida en este peque?o pobre pa¨ªs desde 1581, cuando lleg¨® con la expedici¨®n de don Alonso de Sotomayor, y es tronco de la sociedad chilena, desde lo m¨¢s humilde hasta lo m¨¢s alto. Ha producido peones y criminales, es verdad, pero tambi¨¦n prelados, alg¨²n escritor, diputados y senadores, ning¨²n militar, corregidores, latifundistas provincianos arrogantes y ternerosos de ser mirados en menos: una familia com¨²n y corriente, sin pretensiones a pergaminos ni a escudos de nobleza; aunque ejerciendo el orgullo de los caciques bien establecidos junto al poder. Con un n¨²cleo dirninuto de familias parecidas, se establecieron en un pueblo del sur llamado Talca, donde ten¨ªan tierras. Los santiaguinos se mofaban de sus pretensiones hablando de Talca, Par¨ªs y Londres, porque un sombrerero de la plaza de Talca tuvo la ocurrencia de imprimir en el fondo de sus claques, bajo su nombre, la visible. divisa: Talcar-Par¨ªs-Londres.
Lo que quiero decir es que en la, Feria del Libro de este a?o en Bueno Aires tuve una sorpresa que rompi¨® el encierro de Talca (y, por extensi¨®n, de Santiago)- Par¨ªs-Londres, porque llev¨® mi fantas¨ªa a otra parte, y, de pronto, lo que era prosaico se convirti¨® en ex¨®tico y legendario.
Era una tarde calurosa en la feria y el p¨²blico se apretujaba alrededor m¨ªo para que firmara ejemplares de mis libros. De pronto, me fij¨¦ en la figura de un hombre de unos 35 a?os, de barba renegrida, pero no latinoamericanamente. Me miraba fijo, como si quisiera hablar conmigo. Cuando la gente que me rodeaba se dispers¨®, el curioso personaje se aproxim¨® a m¨ª y, sonriendo, muy amable, me dijo:
"Hac¨ªa tiempo que quer¨ªa conocerlo, pero nunca me hab¨ªa atrevido a acercarme. Me llamo Carlos Donoso Ergas y soy jud¨ªo sefard¨ª. Mis padres nacieron en Esmirna, donde hay muchos de nuestro apellido: Donoso es un apellido muy sefard¨ª, bastante com¨²n en Esmirna. Mis mayores tienen muchos deseos de conocerlo".
?Donoso, apellido com¨²n en Esmirna? ?En la Jonia gloriosa, la tierra donde naci¨® Homero? ?De la prosaica Talca, con un salto de gran aliento, deb¨ªa trasladar a los Donoso, caciques, huasos, terratenientes, a los zocos del mar Egeo, al mundo de los higos y de las alfombras, donde otros Donoso, distintos a los
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Sorpresa porte?a
Viene de la p¨¢gina 13 t¨ªos de espuelas a las t¨ªas de delantal de medio luto, lucir¨ªan chilabas y tarbushes, fumando perezosos narguiles a la sombra de los toldos de los bazares, contemplando el vinoso ponto de Homero surcado por las naves de Odisco? El coraz¨®n, naturalmente, me dio un vuelco de entusiasmo con tan emocionante perspectiva. ?Sefard¨ªes los Donoso? ?Como Canetti, como los FinziContini, como los Herrera? ?Pertenec¨ªan a ese orgulloso pueblo poliglota, tradicionalista y m¨ªstico que fue expulsado de Espa?a por los Reyes Cat¨®licos el a?o que se descubri¨® Am¨¦rica? ?Conservaba alg¨²n Donoso de Esmirna la llave de su casa en Toledo, como se dice que tantos lo hacen, colgada sobre el pecho bajo la chilaba? Yo he estado en Toledo. No olvido que uno de sus frescos est¨¢ pintado por un Salvador Donoso. Salvador: nombre de jud¨ªo. Tal vez un jud¨ªo converso que pintaba a Cristo y se llamaba Salvador para seguir siendo espa?ol. Tal vez marrano, este pintor, tal vez s¨®lo simulara la conversi¨®n, y en la oscuridad de su casa, escondido para que el Santo Oficio no lo inmolara, celebraba sus antiguos ritos en secreto. ?Eran de los mismos, mis modestos Donoso, con poca historia y menos leyenda, los que vinieron a Chile? Probablemente los impuls¨® a venir la pobreza: convirti¨¦ndose no les faltar¨ªa trabajo y no ten¨ªan por qu¨¦ temer la hoguera. La imaginaci¨®n se me inflam¨® con el pariente de Esmirna en Buenos Aires. Hicimos una cita para visitar a unos t¨ªos suyos, muy ancianos, que sab¨ªan todas las historias familiares. ?Tendr¨ªan la llave de la casa de Toledo colgada sobre el pecho? Pero al d¨ªa siguiente el pariente no lleg¨® a la cita debido a un desperfecto en mi portero el¨¦ctrico. Tengo su direcci¨®n y no dejar¨¦ de encontrarlo en mi pr¨®ximo viaje a Buenos Aires, y conocer¨¦ a la parentela de Esmirna. Entonces, los territorios de Duao y San Clemente y HuilquIlemu se ampliar¨¢n, proyectando la prosa talquina hasta el horizonte de la imaginaci¨®n, hasta Homero, donde comienza la literatura, y hacia el holocausto de los a?os treinta, y hacia Canetti. Consult¨¦ mi Larousse. Esm¨ªrna, ahora Izmir. Un importante puerto industrial del Egeo. Cuatrocientos mil habitantes, riqueza de fruta (?higos?), textiles (?alfombras?) y tabaco (?narguiles?). No s¨¦ m¨¢s. Tal vez en mi pr¨®ximo viaje los delantales de medio luto de la! t¨ªas Donoso Encina, de Talca, con los llaveros de sus despensas sonando en el bolsillo, no me parezcan tan distintos a las damas veladas y misteriosas de mi fantas¨ªa, con la llave de Toledo pes¨¢ndole en el pecho y hablando ladino, ese castellano antiqu¨ªsimo de tiempos del romancero, amortiguado por siglos y siglos de trashumancia, huidas, holocaustos y humillaciones, pero de esencia empecinadamente conservada, consciente de que el idioma es la esencia de la unidad.
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