El espa?ol y el hacha
Siempre hay un momento, en la vida del espa?ol (incluso del espa?ol m¨¢s pac¨ªfico y pacifista), en que el espa?ol coge el hacha. Para talar un ¨¢rbol o para talar al cacique.?ste es un pueblo que tala m¨¢s que oda. (Lo s¨¦ en mis propios ¨¢rboles, en mis carnes, en la carne vegetal de mil jard¨ªn). Eso de podar cuidadosamente las ramitas laterales del chopo o de la pol¨ªtica nos parece aqu¨ª, m¨¢s o menos, una mariconada francesa. Nosotros talamos, que queda m¨¢s hombre. Le talamos la cabeza a don Pedro el Cruel y le talamos la inspiraci¨®n a Federico Garc¨ªa Lorca. Me lo dec¨ªa una vez maestro Haro Tecglen: se levanta el tel¨®n, en el teatro, y se ve una escopeta en una panoplia, ya s¨¦ que la obra va a terminar con un muerto.
As¨ª, la escopeta escenogr¨¢fica de La Malquerida es el signo que conduce toda la obra. El espa?ol no es que: haya ido depurando el hacha de s¨ªlex hasta llegar a la parabellum (aunque los m¨¢s asiduos de la parabellum (o suelen considerarse espa?oles), sino que mantiene toda la evoluci¨®n del arma, de las armas, en la panoplia nacional. Convivimos y conmorimos armados hasta los dientes. Incluso han salido ahora algunas revistas especializadas en armas. Hace pocos a?os se hizo el censo de espa?oles armados (por razones deportivas, cineg¨¦ticas, militares o caprichosas) y la verdad es que estamos muy bien preparados para hacer llegar la sangre al r¨ªe) en cualquier momento. Pero el hacha, el hacha de Corocota, el guerrillero ib¨¦rico que se present¨® ante Augusto para cobrar el rescate ofrecido por su propia cabeza, el hacha nacional sigue en alto.
Para los anglosajones, el asesinato puede ser considerado como una de las bellas artes. Para los pueblos ib¨¦ricos, el hacha es nuestro viol¨ªn de Ingres. Somos unos virtuosos del hacha. El hacha es el stradivarius sangriento de sangre roja y verde, corno m¨²sica, que canta mayormente en nuestros hogares r¨²sticos. En nuestros pueblos del Norte se usa mucho el hacha para diversos deportes, como la corta de troncos, pero al espa?ol siempre le parece m¨¢s bizarro, ya digo, cortar el tronco en vivo, talar el ¨¢rbol. Cuando el espa?ol, empero, da su mayor y mejor concierto de hacha, bien afinado el instrumento por la sensibilidad del plenilunio, es cuando mata y trocea a su santa esposa, a hachazos, porque s¨ª, porque est¨¢ harto, porque no le ha tocado la loter¨ªa primitiva, porque tiene otra, porque tiene celos o sencillamente porque hay un hacha en casa y las hachas se oxidan si no se usan.
Antes de que: en. Espa?a se inventase el divorcio, la gente se divorciaba mediante el hacha, que es un procedimiento m¨¢s limpio, m¨¢s l¨ªrico y menos burocr¨¢tico. Pero no se crea que me estoy refiriendo solamente al hacha de los labrantines o de los pobres. A, los marqueses de Urquijo se dir¨ªa que los mataron a hacha, por la carnicer¨ªa que fue aquello. El espa?ol, ya digo, es un virtuoso del hacha en todos los niveles sociales, y cuando la guerra civil ya se vio que las clases finas manejaban el hacha con esa gracia popular que han aprendido del bajo pueblo para matar y piara ponerse la peineta.
Las hachas se vuelven lanzas en nuestra Edad Media, y, luego, qui¨¦n sabe si a Escobedo lo mataron a hacha en un callej¨®n de Madrid. Francia inventa la guillotina, pero el hacha espa?ola es la guillotina port¨¢til de un pueblo individualista.
Lo que le falta al Quijote es un hacha. Se ve que Sango, en lugar de refranes ruines, ten¨ªa que haberle aportado a Don Quijote su hacha de labrant¨ªn. Don Quijote es un intelectual que lleva armas de mentira, como todos nuestros intelectuales cuando la guerra civil. El que tiene un hacha de verdad es el pueblo. A Don Quijote le falta el hacha de Sancho. S¨®lo con eso habr¨ªa cambiado todo el libro.
Quevedo, zurupeto de pies y manos, se convierte en la primera espada de Madrid. La espada de Quevedo es hacha que tala todo el castellano viejo para crear el moderno castellano. Quevedo escribe a hachazos. Nuestro XVIII es el siglo en que perdemos el hacha, y por eso no hay XVIII espa?ol en la historia de Europa. Al estilo renovador, liberal y arbitrista de Jovellanos le falta hacha. Al teatro de Morat¨ªn le falta un hacha en el decorado, como la escopeta de La Malquerida, que ya hemos citado, para que las ni?as se l¨ªen a hachazos con los viejos le?os de los maridos que las han comprado en matrimonio. Blanco White, desde el exilio, parece que anda por Londres con un hacha, pero s¨®lo tiene una pluma para meterse con los curas. En todo nuestro XVIII s¨®lo se alza con el hacha el ministre volteriano Conde de Aranda, que. asesora a Carlos III, expulsa a los jesuitas, mete mano a los ricos andaluces, extiende la masoner¨ªa por Espa?a, propicia la desamortizaci¨®n de Mendiz¨¢bal y forma partida con Esquilache, Floridablanca y Campomanes.
Un amigo m¨ªo, poeta y arque¨®logo de afici¨®n, ha encontrado ahora la sepultura de Aranda, en Huesca, y yo creo que Aranda, desde el despotismo ilustrado, hizo m¨¢s revoluciones en Espa?a que nuestros modernos pol¨ªticos desde la democracia. Aranda, desenterrado, ten¨ªa que haber sido el gran candidato unificador de la desunida izquierda espa?ola. Pero llega Carlos IV y a Aranda le quita el hacha.
En nuestro Romanticismo tienen hacha Espronceda y Larra. S¨®lo que a Espronceda se lo llevan los gendarmes. Larra, naturalmente, se suicida con un hacha. Lo de la pistola pavonada es escenograf¨ªa de los eruditos. Don Federico Carlos Sainz de Robles, padre del actual pol¨ªtico, lleg¨® a decir que Larra se hab¨ªa matado sin querer, limpiando el arma. Como un guardia civil.
Pero las hachas no se disparan solas.
Larra hab¨ªa visto funcionar en la plaza de la Cebada esa variante nacional del hacha que es el garrote vil, el hacha, ya, del industrialismo. Zorrilla y el Duque de Rivas ten¨ªan hachas de teatro, hachas como alc¨¢zares de perlas, demasiado goteantes de luna. Hachas que no dan nada de miedo. Lo que les falta de talento, a estos dos, es lo que les falta de hacha. Frecuent¨¦ mucho, en la adolescencia cruel y sentimental, la casa de Zorrilla, en Valladolid, que tambi¨¦n fue Ateneo local, y all¨ª no hab¨ªa hacha ninguna, entre los recuerdos del poeta. La apoteosis de las hachas espa?olas es la guerra civil 36-39, cuando se pone de manifiesto que todo espa?ol tiene un hacha en la carbonera, y que la le?a ¨²ltima que se propone cortar es la cabeza del vecino. El m¨¢s fino an¨¢lisis que hacemos aqu¨ª de la doctrina del contrario es reducirla a astillas. De fusil murieron los muertos pol¨ªticos y de hacha los muertos civiles, vecinales, las v¨ªctimas de la envidia, el rencor o el parentesco. El hacha le da como m¨¢s gracia a la venganza, y nuestras guerras civiles suelen ser muy vengativas. El honor y la honra, desde Calder¨®n a Luis Cernuda, solo se salvan con un hacha. El espad¨ªn o la pistola pavonada parecen una venganza de teatro. Dice Cernuda: "El honor del los espa?oles est¨¢ entre las piernas de las mujeres". Y lo cierto es que entre las piernas de las mujeres est¨¢ el hachazo del sexo, lo cual las hace beneficiarias de hachazos posteriores, hasta el definitivo.
El espa?ol no distingue mucho entre el hacha de guerra y el hacha de partir la le?a. Hamlet duda toda la funci¨®n con un pu?alito en la mano. No se concibe a Hamlet diciendo el to be or no to be con hacha. Por eso no hay un Hamlet espa?ol. Nuestras recurrentes guerras civiles son la vuelta peri¨®dica del hacha que nos rige, el hacha con que talamos toda la meseta, de Burgos a Extremadura. Espa?a ha sido el pa¨ªs de un hombre, un hacha. Esto otro de un hombre, un voto, tan moderno, puede acabar con los hachazos, y habremos ganado mucho en convivencia nacional, pero habremos perdido la gracia cainita y cimarrona del hacha. En cuanto a los delitos de honra y honor, en cuanto a la culpa femenina, yo no veo otro remedio que el hacha. "Si vas con una mujer, coge el l¨¢tigo", dijo Nietzsche, que era un t¨ªmido. En Espa?a se coge el hacha. As¨ª son ellas de honradas y relimpias.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.