Goles y champa?a
Si se combinan los goles en contra con copas de champa?a a favor, el disgusto que se produce en el c¨¦sped se aminora en el est¨®mago y se diluye en la cabeza.El f¨²tbol, visto desde uno de los elegantes palcos del estadio Azteca, adquiere un car¨¢cter social muy alejado del que yo viv¨ª de ni?o, cuando un encuentro entre el Oviedo y el Gij¨®n se resolv¨ªa, invariablemente, con lluvia, insultos y pedradas.
El discreto deambular de los meseros por el palco, vestidos correctamente de blanco, sonrientes y ajenos a la batalla campal que se desarrolla entre las dos porter¨ªas, hace que, en vez de los gestos furibundos, surjan armoniosas consideraciones.
Nadie dice, por ejemplo: "Mata a ese cochino defensa", sino que, sonriendo a la joven damita que toma caviar a nuestro lado, se sugiere: "Acaso convendr¨ªa que ese defensa fuera reducido a la impotencia".
Comodidad
El palco est¨¢ recubierto de una bella tela de color dorado y la alfombra es tan gruesa que se hunde el espectador en un mundo pl¨¢cido. Los sillones son m¨¢s c¨®modos que los del mejor restaurante y el servicio es tambi¨¦n mejor. El palco es un nimbo desde el cual se ve a la muchedumbre chillar, agitarse, hacer olas humanas y embravecerse de cuando en cuando. El palco es como una pecera en la cual nos movemos todos a ritmo de vals y de champa?a.
Estos palcos del estadio Azteca son lo m¨¢s bello y lo menos futbol¨ªstico del mundo: son lugares para adormecer esa furia que todo aficionado al deporte lleva por dentro.
A los palcos, por una decisi¨®n misteriosa, s¨®lo van damitas muy bellas que sonr¨ªen agradecidas al padre que hizo posible tanto dispendio.
Iba perdiendo M¨¦xico cuando un camarero se acerc¨® al gran patr¨®n y le dijo discretamente: "Ya tenemos hielo, se?or". El due?o del palco me mir¨®, avergonzado: "Lo siento, se?or Taibo; sin hielo no hay partido bueno". Yo asent¨ª muy seriamente, pero ocult¨¦ que mi educaci¨®n futbol¨ªstica parte del estadio de El Molin¨®n, en donde lo que nos enfriaba en las tribunas sol¨ªa ser el agua que nos entraba por el cogote.
Los palcos de este inmenso, espectacular y, en ocasiones, aterrorizador estadio se vendieron a firmas importantes, a magnates y a familias acomodadas. Cada due?o organiz¨® la escenograf¨ªa a su aire y he visto palcos con cuadros de Tamayo y grabados de Durero. Hay palcos con bares tan copiosos como el del Palace y los hay con una elegante cocina de rayos l¨¢ser. En muchos palcos se graba el partido en cintas de v¨ªdeo y se coleccionan, de tal forma que, si un invitado afirma que tal gol, en tal fecha, fue memorable, el servidor, complaciente, saca el v¨ªdeo y muestra de inmediato en una pantalla la verdad o la mentira de tal afirmaci¨®n.
Mientras tanto, all¨¢ abajo, 22 personas se pelean por una pelota y miles y miles de aficionados se van quedando roncos de una forma supuestamente agradable.
El due?o del palco, quien rec¨ªbi¨® ya una dotaci¨®n de hielo de sus vecinos, me consuela: "No s¨®lo el champa?a ya est¨¢ de nuevo fr¨ªo, sino que creo que nuestro equipo ya empat¨®".
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