Erasmo, medio milenio despu¨¦s
Cuando se cumplen 450 a?os de la muerte de Erasmo de Rotterdam (1469?-1536), la discusi¨®n sobre el papel del intelectual en la sociedad y su compromiso con la realidad circundante siguen siendo objeto de m¨²ltiples interpretaciones y controversias. Los argumentos y las disputas han cambiado, pero el fondo de la cuesti¨®n se vive con id¨¦ntica pasi¨®n que la que enfrentase al holand¨¦s y sus contempor¨¢neos.Es, sin embargo, su talante intelectual y las posturas que en cada situaci¨®n adoptase lo que sigue atrayendo de esta lumbrera del tr¨¢nsito de la Edad Media a la Moderna. Curiosamente, su obra, en su mayor parte dedicada a una renovaci¨®n teol¨®gica muy anclada en sus d¨ªas, enmohece y se olvida. cada vez un poco m¨¢s. En su proceder es f¨¢cil ver, desde nuestra perspectiva, sus dudas y vacilaciones, aunque tambi¨¦n se distinguen la profundidad, las matizaciones y el rigor de quien desconfiaba de lo demasiado simple y hu¨ªa de opiniones tajantes.
El roterodamense fue, sin duda, un primog¨¦nito de una era, la de Gutenberg, que algunos pretenden ahora saldar, acudiendo unas veces a calificarla de inservible para nuestro apresurado caminar tecnol¨®gico, y otras, m¨¢s sutilmente,, sustituy¨¦ndola por esta nueva edad media que parad¨®jicamente propician los avances cient¨ªfico-t¨¦cnicos. Frente a aquella era, que entonces se abr¨ªa a la creaci¨®n y difusi¨®n de nuevos conocimientos, hoy menudean, m¨¢s de lo necesario, los t¨®picos incontestables, tanto por venir desde el poder como por el empuje rotundo de los media. Por eso, todav¨ªa, la figura de este hombre, tan laborioso como pusil¨¢nime y escurridizo, es todo un modelo de ejercicio intelectual. Modelo que abarca desde los afanes y agobios materiales hasta los sinsabores de la replica o la incomprensi¨®n.. O que muestra hasta qu¨¦ punto son m¨²ltiples las actividades y opiniones que hay que llevar adelante para cumplir decorosamente con el papel, que de los intelectuales se esperaba y se espera.
Erasmo debe su gran popularidad principalmente al artificio de Gutenberg. Gracias a las prensas que entonces, comenzaban a instalarse le fue posible crear opini¨®n, en un sentido casi actual, e influir sobre las ¨¦lites coet¨¢neas, no s¨®lo en materia teol¨®gica o ling¨¹¨ªstica, sino tambi¨¦n en aspectos triviales de la vida, como podr¨ªan ser la calidad de unos caldos o las comodidades de unas estancias mejor o peor climatizadas. Desde ¨¦l, las imprentas sirvieron, adem¨¢s de para esa funci¨®n transmisora de saberes, para que los creadores de ideas dejasen de ser meros copistas de las que eran usuales en las cortes. Y pudieran escoger entre ser cortesanos o disidentes, como se espetar¨ªan hoy Vargas Llosa o Grass, o, simplemente, que como intelectuales salvaguardasen la necesaria raz¨®n cr¨ªtica.
Pero para tal defensa hab¨ªa, y hay, que huir de la simplificaci¨®n y de la toma de postura interesada o pasional. Hay que acudir a escrutar la complejidad de las circunstancias o analizar sus mil facetas y consecuencias, que ya en el XVI aparec¨ªan plenas de dinamismo e interrelaciones. Erasmo inaugura, quiz¨¢ porque a ello le empujan tambi¨¦n sus cautelas, como ha recordado Huizinga (1), una actitud intelectual que desemboca en la conocida expresi¨®n orteguiana del "no es esto, no es esto". En una ¨¦poca en que quedan pocos intelectuales org¨¢nicos, aunque sigan siendo numerosos los que se aderezan para ser comparsa del poder, la postura erasmiana, que confunde su compromiso de conciencia para no acercarse al pat¨ªbulo, va m¨¢s all¨¢ de la mera disculpa est¨¦tica.
Y es que, junto a sus vacilaciones, que algunos acusaron de maneras elegantes para escabullirse, hab¨ªa una seria vocaci¨®n por encontrar lugares de entendimiento o soluciones intermedias. Hoy, cuando la tensi¨®n calculada de las superpotencias amenaza con acabar con la humanidad, el intento de concordia universal a que aspirase se presenta m¨¢s imprescindible todav¨ªa, aunque pueda resultar, como entonces, tan ut¨®pico y bien intencionado como condenado al fracaso.
Drama ¨ªntimo
Sus contempor¨¢neos, y algunos de los que luego han analizado tanto su trayectoria vital como su obra, se dividir¨¢n entre los que comprenden y disculpan, en base a ello, el drama ¨ªntimo de quien conoce su importancia pero teme hacerla valer en favor de una soluci¨®n y no de otra, y quienes ve¨ªan en ello una f¨®rmula sutil para escapar a cualquier compromiso. Junto a esta actitud, que supeficialmente puede ser tildada de estar a medio camino, entre el rigor y la conveniencia, hay en Erasmo el ejercicio de un oficio nuevo, el de publicista que opina de lo que en tiende y de lo que no entiende. Oficio del que se vale para ganarse el sustento y para influir no s¨®lo con lo que sabe y difunde, sino con su manera de ser y tomarse la vida.
Sus cartas son el ejemplo m¨¢s preclaro de este nuevo modo de conformar opiniones, y en ellas hay p¨¢rrafos que bien pudieran destinarse a lo que hoy conocemos como revistas cient¨ªficas, pero tambi¨¦n hay prosa para llenar art¨ªculos acerca de los peque?os avatares que acontecen en la comunidad en que uno vive. En ellas alientan tanto el germen del periodismo especializado como el del periodismo de columna, a medio camino entre la an¨¦cdota de tertulia y la conclusi¨®n lapidaria de los editoriales. Con ¨¦l se empiezan a comercializar los productos culturales.
Pero en ello hay algo m¨¢s que las consecuencias inmediatas de una producci¨®n intelectual que se comercializa. Hay, curiosamente, una nueva distribuci¨®n del poder y la influencia, que escapa a los muros de los palacios o al cerrado ambiente de las iglesias. Con Erasmo los intelectuales abandonan, al menos de momento, los salones y los claustros y hacen de la opini¨®n cualificada un incipiente contrapoder que pretende, con la suavidad que el momento requiere, enmendar la plana a lo que desde el establecimiento se dice. Y aunque con ello no se consiga derribar ni transformar los viejos poderes, al menos les incomoda para que el establecimiento se ensanche, en un af¨¢n de dar cabida y aprovechar en su favor y consolidaci¨®n las ocurrentes opiniones de los atrevidos que quieren pensar y decir por s¨ª mismos.
As¨ª, el establecimiento, constituido hasta entonces por la nobleza. y el alto clero, se abre a una nueva clase que, con las modificaciones, y cambios que los tiempos han introducido, desemboca en los ide¨®logos y tecn¨®cratas de nuestro tiempo. Los advenedizos ser¨¢n ¨²tiles por definirse m¨¢s all¨¢ de sus conocimientos probados, y m¨¢s en la medida en que se defienda la situaci¨®n dominante. Tal coincidencia ser¨¢ el precio de una p¨²rpura en la que se aprecian m¨¢s los favores que 'las servidumbres, las cuales exigen, en ocasiones determinadas, una manifestaci¨®n inequ¨ªvoca. Y es ah¨ª donde Erasmo vuelve a resultar ejemplar. ?l, que pesaba mucho m¨¢s que cualquiera de nuestras actuales estrellas, se negar¨¢, una y otra vez, a esa toma de partido, para no cerrar los caminos a una s¨ªntesis. Lo cierto es que el poder de entonces, atendiendo quiz¨¢ a su preeminencia o a que ya sab¨ªa lo fr¨¢giles que son las armas del discurso intelectual, le permiti¨® automarginarse. Hoy, cuando los medios de comunicaci¨®n tienen mayor alcance, cabe dudar que se lo hubieran consentido.
Su independencia, su ser un hombre aparte, le conduce a una aparente inutilidad de su obra, en unos tiempos que gustan de los flashes y la consigna y que desde?an lo complejo o lo inquietante. Ahora, cuando los cantos de sirena del triunfo empujan a m¨¢s de uno a diluir la realidad bajo el manto de la est¨¦tica, su Elogio de la locura (2) sigue teniendo la frescura de la libertad individual, de la duda ante las apariencias o las glorias mundanas.
Queda en Erasmo su vocaci¨®n pedag¨®gica, su voluntad pacificadora, su intento, no por vano menos encomiable, de ilustrar desde su posici¨®n. Queda de ¨¦l el convencimiento de la necesidad de soldar el ayer y el ma?ana, su tenacidad para combatir fanatismos, ignorancias y oscurantismos, y su gusto por el buen decir y obrar o el mejor vivir. Hoy puede que estas ideas, asentadas en la sobriedad, la elegancia, y el libre raciocinio parezcan ya asumidas y no emocione, por tanto, releer las p¨¢ginas que Bataillon dedicase a su influencia en nuestro siglo XVI (3). Puede que la comodidad de la libertad, no apreciada por cotidiana, haga olvidar lo dif¨ªciles que son de asumir y mantener.
Pero hoy, como ayer, cuando se va a cumplir el cincuentenario de la tragedia nacional m¨¢s reciente, convendr¨ªa estar alertados y valorar el esfuerzo que hiciesen los nuevos erasmistas, y que para algunos hoy pudiese aparecer como bald¨ªo. Convendr¨¢, por tanto, recuperar la combatividad y constancia de un Erasmo en pos, de que la raz¨®n triunfe sobre la fuerza, pues lo natural es que, al menor descuido, sea ¨¦sta quien acabe asolando lo que de distintivo hay en cada uno de nosotros.
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