Vincente Minnelli muri¨® en Los Angeles mientras dorm¨ªa
El cineasta, de 83 a?os, padec¨ªa una grave enfermedad respiratoria
El cineasta norteamericano Vincente Minnelli, autor de famos¨ªsimos dramas, comedias y pel¨ªculas musicales, muri¨® en la madrugada del viernes, mientras dorm¨ªa, en su casa de Los ?ngeles (California), a los 83 a?os. Minnelli padec¨ªa una grave enfermedad respiratoria, que en los ¨²ltimos 12 meses hizo necesario varias veces su internamiento en el hospital Cedars Sinai. Minnelli se acost¨® la noche del viernes y se durmi¨®, para no despertar. Era padre de la explosiva estrella Liza Minnelli, fruto de su tormentoso matrimonio con Judy Garland, extraordinaria actriz e infortunada mujer que lleg¨® a formar, junto a su marido, una pareja legendaria del Hollywood de la plenitud.
La muerte sorprendi¨® a Vincente Minnelli mientras dorm¨ªa. Detect¨® la agon¨ªa del cineasta su cuarta esposa Lee Anderson, que le hizo trasladar urgentemente al hospital; pero todos los intentos de reanimaci¨®n del cineasta fueron in¨²tiles. Hab¨ªa muerto.Cuando muri¨® Minnelli, su hija Liza, que hab¨ªa pasado con ¨¦l los dos ¨²ltimos d¨ªas, no se encontraba junto a ¨¦l. Liza Minnelli hab¨ªa partido, unas horas antes, en un vuelo con rumbo a Paris.
Minnelli, uno de los cineastas m¨¢s personales del Hollywood de los tiempos dorados, casi siempre ligado profesionalmente a los altos presupuestos de los estudios Metro-Goldwyn-Mayer, dirigi¨® un total de 34 filmes, entre los que destacan algunas obras, musicales de extraordinaria originalidad y vigor, como Melod¨ªas de Broadway 1955 (The Band Wagon), con Fred Astaire y Cyd Charisse; Un americano en Par¨ªs (1951), con Gene Kelly y Leslie Caron; Brigadoon (1954), con Gene Kelly y Cyd Charysse, y Gigi (1959), con Leslie Caron y Louis Jourdan.
No menos singulares que sus musicales fueron sus elocuentes y refinados melodramas, obras de gran elegancia y empaque estil¨ªstico, como Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, 1952), con Kirk Douglas y Lana Turner; Dos semanas en otra ciudad (Two weeks in other town, 1962), con Kirk Douglas y Edward G. Robinson, y Como un torrente (Some carne running, 19 5 8), con Frank Sinatra, Dean Martin y Shirley MacLaine.
Un tercer apartado memorable de la obra de Vincente Minnelli son sus comedias, todas ellas de ritmo alado y algunas con secuencias verdaderamente antol¨®gicas. en los anales de este dif¨ªcil g¨¦nero. Entre sus m¨¢s c¨¦lebres comedias; se encuentran Mi desconfiada esposa (Designing woman, 1957), con Gregory Peck y Lauren Bacall; Adi¨®s, Charlie (Goodbye, Charlie, 1964), con Tony Curt¨ªs y Walter Matthau; El noviazgo del padre de Eddie (1963), y El padre de la novia (1950).
Tres de sus obras fueron galardonadas con un total de 16 oscars: Gigi, aun siendo uno de sus musicales menos inspirados, gan¨® en 1959 nueve de las codiciadas estatuillas, entre ellas las de la mejor pel¨ªcula y mejor direcci¨®n; ocho a?os antes, Un americano en Par¨ªs obtuvo seis oscars, y en 1957,El loco del pelo rojo (Lust for life), que relata la atormentada vida del pintor holand¨¦s Vincent van Gogh, interpretado por Kirk Douglas y con Anthony Quinn en el papel de Paul Gaug¨ªn, obtuvo asimismo un oscar.
Minnelli rod¨® su ¨²ltimo filme en 1977: Nina, que obtuvo poca resonancia, fue protagonizada por su hija Liza Minnelli, con Ingrid Bergman y Charles Boyer en otros papeles principales. Fue la muestra de su definitiva decadencia profesional. Desde entonces, el cineasta sobrevivi¨® como una reliquia viviente de la edad dorada del cine norteamericano.
Se cas¨¦ Minnelli con Judy Ganland en 1945. De ella se divorci¨® en 1961. Volvi¨® a casarse con la italiana Georgette Magnani, con la que tuvo una hija. M¨¢s tarde contrajo nuevo matrimonio con la yugoslava Denis Gigante, y, por ¨²ltimo, con la periodista Lee Anderson, que fue quien estuvo a su lado en el momento de la muerte.
El ¨²ltimo alquimista
Hollywood ech¨® a patadas de sus n¨®minas a quienes osaron imprimir, sobre los raseros de uniformidad del estilo de los estudios, un estilo personal, no compatible, propio. Los traseros de Erich von Stroheim, Orson Welles y Nicholas Ray, entre otros, no pueden ya ense?arnos los moretones de aquellas patadas, pero hay memoria de ellos en su obra segada y en su exilio a los basureros del Ed¨¦n a que ¨¦sta les condujo.?Por qu¨¦, en cambio, la bota de los gendarmes Mayer, Zanuck y O'SeIznick se hizo mano acariciadora sobre las costillas de Vincente Minnelli, cuando la pasi¨®n de ¨¦ste por el estilo personal no fue menos aguda que la, de aqu¨¦llos?
Atribuir este trato de favor, que le llev¨® a la consideraci¨®n de ni?o mimado, de autor consentido all¨ª donde la autor¨ªa era delito profesional, tan s¨®lo a su car¨¢cter de virtuoso de la escoba y la levita no basta. Minnelli era un tipo agrio cuando miraba hacia abajo y acaramelado cuando miraba hacia arriba, pero siguen sin bastar estas sus buenas dotes de meloso diplom¨¢tico de empresa para explicar el enigma de su condici¨®n de estilista intocable por las toscas garras del le¨®n de la Metro.
Es cierto que estas garras eran, a la hora del reparto, agil¨ªsimas contadoras de billetes de 1.000 d¨®lares y que algunas pel¨ªculas de Minnelli produjeron incontables fajos de ellos. Pero tambi¨¦n es cierto que otras fueron ruinosas y se le perdonaron. Experto en las artes de la combinaci¨®n de la cal con la arena, era Minnelli un administrador exquisito de sus exquisiteces, y sab¨ªa dar a sus jefes sal gorda a tiempo de que ¨¦stos se olvidaran de la sal fina que se pro pon¨ªa darles a continuaci¨®n.
Barro, oro; bazofia, caviar
Pero tampoco esta habilidad de trepador de empresa basta para explicar el porqu¨¦ de su tan pronunciado estilo. Hay en el fondo de ¨¦ste una coherencia que conduce a la idea de que Minnelli elabor¨® siempre sus pel¨ªculas con id¨¦ntica ¨®ptica mental. Su mirada ten¨ªa la peculiaridad, sorprendente en su medio, de una suicida seguridad en s¨ª misma, que no tiene m¨¢s remedio que ser una clave de ese su enigma.
James Agee, Joseph McBride, Peter Bogdanovich y Andrew Sarris, los m¨¢s sagaces analistas cr¨ªticos que ha tenido el cine norteamericano en su propio terreno, coincidieron en que la seguridad en s¨ª mismo de Minnelli proced¨ªa de su firme convicci¨®n de que lo ¨²nico que importaba era su mirada, de su idea de que, en frase de Sarris, "el estilo puede trascender la sustancia". De ah¨ª su obsesi¨®n por la idea de que hay un sello del creador, una huella de su pisada que se mantiene intacta incluso sobre los estercoleros: lo que ¨¦l llam¨® en Cautivos del mal "el sello de Shields", la marca formal del genio, indestructible incluso sobre las materias m¨¢s groseras.
?sa es la raz¨®n por la que Minnelli recib¨ªa los guiones de melodramones tan infames como Con ¨¦l lleg¨® el esc¨¢ndalo, C¨®mo un torrente, El loco del pelo rojo, o los de las comedias de tan atroz cursiler¨ªa como El padre de la novia, El padre es abuelo o El noviazgo del padre de Eddie, con el mismo alborozo con que le¨ªa los magistrales libretos de, Cautivos del mal o Mi desconfiada esposa. En el fondo, le era igual. Su genio narrativo se sent¨ªa por encima de lo narrado por ¨¦l. Era su mentalidad eg¨®latra la de un ennoblecedor de cosas innobles, la de un alquimista de las leyes de la. imaginaci¨®n: se cre¨ªa capaz de: convertir el barro en oro, o de nuevo la sosa c¨¢ustica de Sarris- la bazofia en caviar.
Lo pasmoso era que a veces le) consegu¨ªa. Y de tan mediocres historias como la de Como un torrente, por poner un solo ejemplo, extrajo escenas de cumbre. De ah¨ª tambi¨¦n que la plenitud la alcanzara en pel¨ªculas musicales como The band wagon, un prodigio: el milagro de una mirada genesiaca, capaz de crear belleza de la nada de atestar con cine genial el vac¨ªo que ocupaban sus retinas.
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