Enrique de Melchor en la tormenta

Parece que los elementos la tienen tomada con la guitarra flamenca: el viernes anterior un fr¨ªo de rigor; ¨¦ste, torrencial tormenta'Pero ni la tormenta hizo callar las guitarras. El p¨²blico se refugi¨® en el sal¨®n de los jardines y all¨ª pidi¨® al de Melchor que diera su concierto. Y lo dio, tirando a abreviar, l¨®gicamente, sin megafon¨ªa, en el centro de un apretado semic¨ªrculo de gente que guard¨® religioso silencio para no perderse una sola nota. Fue una bonita lecci¨®n, tanto de la profesionalidad de los artistas como del p¨²blico.

Sin el apoyo de la amplificaci¨®n, de Melchor tuvo que concentrarse m¨¢s en su propio toque. Lo que perdi¨® en brillantez lo gan¨® en autenticidad, incluso en intimidad. Sobre todo las dos primeras obras, que hizo en solitario, fueron un prodigio de finura y delicadeza, que el guitarrista ejecut¨® en maestro olvid¨¢ndose de que no ten¨ªa sonido y quiz¨¢ algunas notas apenas acariciadas no se oir¨ªan. Pero se oyeron. A fin de cuentas, hace 40 a?os se tocaba as¨ª, y en escenarios como las plazas de toros. Despu¨¦s, Enrique toc¨® obras m¨¢s f¨¢ciles quiz¨¢ -colombianas, tangos-, pero ejemplo igualmente de musicalidad y buen hacer.