Retrato de familia
LAS IM?GENES de la familia real espa?ola compartien do sus vacaciones en Mallorca con los pr¨ªncipes de Gales y sus hijos han ocupado estos d¨ªas amplios espacios en la prensa de ambos pa¨ªses, Espa?a y el Reino Unido de Gran Breta?a e Irlanda del Norte -que tal es el nombre oficial de aquella naci¨®n-, dos de las monarqu¨ªas m¨¢s antiguas del continente. Se trata de im¨¢genes amables, familiares, propias de la estaci¨®n estival. Pero se trata tambi¨¦n de im¨¢genes de alto contenido simb¨®lico. Las diferencias hist¨®ricas entre ambos pa¨ªses, fundamentalmente centradas desde 1704 en el contencioso de Gibraltar, fueron en el pasado reciente explotadas por gobernantes ineptos empe?ados en convertir al Reino Unido, la p¨¦rfida Albi¨®n de la imaginer¨ªa patriotera, en suprema alegor¨ªa de la perversidad y chivo expiatorio de los males nacionales. Y aunque es cierto que una parte del pueblo espa?ol se vio durante alg¨²n tiempo arrastrada por una marea de odio, el tiempo acab¨® por demostrar que se trataba s¨®lo de espuma; por debajo de ella, las corrientes de amistad entre las dos naciones se mantuvieron, vivificadas por el rec¨ªproco inter¨¦s por las tradiciones culturales respectivas. No en balde William Shakespeare y Miguel de Cervantes, s¨ªmbolos de lo mejor de esas tradiciones, nacieron, si no el mismo d¨ªa, habida cuenta del ligero desfase entonces existente entre el calendario ingl¨¦s y el del resto del continente, s¨ª en la misma fecha.
La impresionante acogida dispensada en abril pasado a los Reyes de Espa?a en el Reino Unido, ante cuyo Parlamento, reunido en sesi¨®n conjunta de ambas c¨¢maras, pronunci¨® un discurso don Juan Carlos, vino a sellar esos lazos de amistad sobreviviente de rencores y desplantes.
Quedaba abierta, sin embargo, una herida reciente. La torpeza cometida por quienes incluyeron a Gibraltar, como si de las playas de Brighton se tratara, en el itinerario del viaje de bodas del heredero de la Corona del Reino Unido, el pr¨ªncipe Carlos, fue entendida en nuestro pa¨ªs como un agravio gratuito. Los Reyes de Espa?a no tuvieron m¨¢s remedio que rechazar, por dicho motivo, la invitaci¨®n de asistir a la ceremonia nupcial. El que aquella torpeza no se haya cometido ahora con motivo de la boda del pr¨ªncipe Andr¨¦s y Sarah Ferguson, forma indirecta de reconocer el error anterior, ha permitido que las escenas familiares de Mallorca hayan sido posible sin la sombra a?ad¨ªda del recelo.
Las excelentes relaciones personales entre ambas familias reales -por lo dem¨¢s emparentadas entre s¨ª: tanto don Juan Carlos, nieto de la reina Victoria Eugenia, como do?a Sof¨ªa, nieta de Victoria Luisa de Prusia, son descendientes de la reina Victoria I de Inglaterra- no pueden sino favorecer el acercamiento entre sus pueblos respectivos, condici¨®n a su vez para solventar por la v¨ªa del di¨¢logo los conflictos pendientes entre ambos Estados.
En el de Gibraltar se enfrentan el l¨®gico deseo espa?ol de recuperar su integridad territorial, por una parte, y los intereses leg¨ªtimos de los habitantes de la Roca, por otra. Siendo ¨¦sa la naturaleza ¨²ltima del problema, una soluci¨®n definitiva del mismo exige, ante todo, la disoluci¨®n de las desconfianzas psicol¨®gicas sedimentadas en los pueblos respectivos. Y pocas dudas caben, especialmente teniendo en cuenta el singular apego de los brit¨¢nicos a sus tradiciones, simbol¨ªzadas en gran parte por la Corona, sobre el efecto cicatrizador y estimulante del di¨¢logo civilizado que en esa direcci¨®n juegan las relaciones de afecto entre las respectivas casas reales.
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