Jap¨®n y la 'guerra de las galaxias'
EL GOBIERNO japon¨¦s ha decidido entablar negociaciones con la Administraci¨®n norteamericana para concluir un acuerdo sobre la participaci¨®n de empresas niponas en la iniciativa de defensa estrat¨¦gica (SDI), que se ha hecho popular con el t¨¦rmino de guerra de las galaxias. Es una decisi¨®n de indudable importancia, ya que con ella EE UU ha logrado, despu¨¦s de un per¨ªodo bastante largo de presiones sobre sus aliados y amigos, que cuatro pa¨ªses con un potencial cient¨ªfico y tecnol¨®gico de primera fila (Reino Unido, Rep¨²blica Federal Alemana, Israel y ahora Jap¨®n) se incorporen, en un plano gubernamental, al ambicioso proyecto SDI, cuyo objetivo -proclamado por Reagan en 1983- es crear un escudo en el espacio capaz de destruir los misiles nucleares antes de que alcancen sus objetivos. Conviene, sin embargo, distinguir en esta cuesti¨®n el aspecto estrat¨¦gico-pol¨ªtico del cient¨ªfico-econ¨®mico.En el primero, las dudas que surgieron desde el principio sobre la viabilidad de la guerra de las galaxias se refuerzan; en una reciente encuesta, el 67% de los f¨ªsicos interrogados no cree que esa defensa espacial pueda garantizar la seguridad de EE UU. La oposici¨®n pol¨ªtica es muy amplia, incluso en c¨ªrculos de la Administraci¨®n; uno de los puntos en que el Congreso ha recortado el presupuesto presentado por Reagan es en el de la SDI. Esta, por otra parte, se ha convertido en el principal obst¨¢culo para un acuerdo con la URSS sobre control de armamentos. Dentro de la OTAN, varios Gobiernos consideran que la SDI, sin ofrecer una garant¨ªa seria de defensa para el futuro, se convierte ya hoy en un grave factor de desestabilizaci¨®n. Mitterrand ha argumentado esta tesis con particular insistencia; y al lado de Francia, Dinamarca, Grecia, Holanda y Noruega, no ha aceptado la propuesta de EE UU de firmar acuerdos de gobierno sobre la participaci¨®n de empresas de sus pa¨ªses en la SDI. Espa?a no ha fijado a¨²n su posici¨®n; pero la eventualidad de firinar ahora un acuerdo deber¨ªa ser meditada con detertimiento. Aparte de que el inter¨¦s de EE UU en nuestro caso es escaso, nos colocar¨ªa in¨²tilmente, dentro de la OTAN, en el c¨ªrculo de los pa¨ªses m¨¢s vinculados a la estrategia de EE UU. Estrategia que en este caso, con la participaci¨®n de Israel y Jap¨®n, tiene implicaciones en Asia y en Oriente Pr¨®ximo que desbordan el marco de la OTAN y da?ar¨ªan nuestras capacidades diplom¨¢ticas.
En el aspecto cient¨ªfico-econ¨®mico, el proyecto SDI, con su presupuesto de 26.000 millones de d¨®lares (casi 3 billones y medio de pesetas), representa un impulso a la investigaci¨®n de unas proporciones gigantescas. Participar en tal operaci¨®n puede tener un inter¨¦s enorme para empresas y centros cient¨ªficos. En la fase actual, EE UU est¨¢ poniendo en primer plano, en sus relaciones con otros pa¨ªses, el valor de la vertiente investigadora; pero no se puede olvidar que el objetivo del proyecto es b¨¢sicamente militar, que su director es un general, James A. Abrahamson, que todas las llaves de esa ingente empresa est¨¢n en manos del Pent¨¢gono. Ello tiene unas consecuencias que limitan a todas luces las ventajas que, para las enipresas e institutos europeos, pueden derivarse de la participaci¨®n en el proyecto SDI.
Esta participaci¨®n puede hacerse de dos formas: la firma de acuerdos entre Gobiernos -como en los casos citados m¨¢s arriba-, que definen las condiciones en que toman parte en el proyecto SDI empresas del pa¨ªs dado; o mediante contratos establecidos directamente por empresas con la Administraci¨®n norteamericana, en cuyo caso, obviamente, los Gobiernos nada tienen que decir. Estados Unidos ha hecho los mayores esfuerzos por lograr acuerdos a nivel de Gobierno, por obvias razones pol¨ªticas, y m¨¢s a¨²n trat¨¢ndose de pa¨ªses con altos niveles de desarrollo tecnol¨®gico. En el caso del Reino Unido y de Israel, el texto de los acuerdos se mantiene secreto; pero en el de la RFA, algunas cl¨¢usulas esenciales han sido reveladas en la Prensa, causando sorpresa y decepci¨®n en el mundo empresarial. Estados Unidos se reserva el monopolio sobre la publicaci¨®n y utilizaci¨®n comercial de los avances que se logren en campos secretos; pero como ellos determinan tambi¨¦n lo que es secreto, su monopolio es total. A la luz de ese antecedente, al Gobierno japon¨¦s le ser¨¢ preciso establecer condiciones distintas para las empresas niponas. La negociaci¨®n entre Jap¨®n y EE UU no ser¨¢ f¨¢cil; algunas de las empresas japonesas que disponen, en terrenos decisivos para la SDI, de tecnolog¨ªas de vanguardia desconocidas en EE UU ya han dado a entender que no est¨¢n dispuestas a facilitar informaciones que acabar¨ªan ayudando a empresas norteamericanas competidoras. Por otro lado, la Prensa de EE UU ha reflejado la escasa disposici¨®n del Pent¨¢gono a facilitar que empresas japonesas trabajen con datos secretos. La satisfacci¨®n de Washington por el ¨¦xito pol¨ªtico que supone la decisi¨®n del Gobierno japon¨¦s de integrarse en la SDI se mezcla con bastante escepticismo sobre el alcance que pueda tener esa decisi¨®n en el plano tecnol¨®gico y econ¨®mico.
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