Escalas
Cuando oigo hablar de cultura en el Congreso me siento terriblemente abatido. Tengo la misma sensaci¨®n que en mitad de las hondas y lent¨ªsimas pel¨ªculas espa?olas: que no me creo a los personajes, especialmente a los secundarios. Yo confiaba mucho en Isabel Tocino como l¨ªder de la oposici¨®n cultura? porque a esa clase de rubias las he visto dar mucha guerra en las intrigas ferroviarias de Hitchcock, en los telefilmes de lujo ranchero y en las cenas matrimoniales de La Moraleja, pero su estreno frente al ministro del ramo result¨® catastr¨®fico. No hablo de las sustancias de forma porque ya Umbral y Poblet le sacaron punta metaf¨®rica a las chuletas parlamentarias de la Tocino. Me refiero al asunto de fondo. Cuando se levant¨® y dijo que la cultura espa?ola estaba en peligro de muerte por su alarmante estatalizaci¨®n.Es exactamente todo lo contrario. A nuestra cultura le faltan ahora mismo proyectos de Estado y le sobran por todas las esquinas hechos diferenciales, rasgos regionales, tradiciones locales. La cultura espa?ola est¨¢ muriendo en el gota a gota de sus transferencias auton¨®micas y en el d¨ªa a d¨ªa de su vertiginosa desestatalizaci¨®n. Acaso era necesario dar ese triple salto mortal de lo macro a lo micro, de Brobdingnag a Liliput, pero una vez recuperadas todas las extraviadas se?as de identidad, hasta las protohist¨®ricas, no es ocioso preguntarse si ¨¦se es el mejor m¨¦todo para enfilar el complejo fin de siglo. Nuestras entra?ables culturetas, culturi?as, culturillas y culturinas est¨¢n muy bien para rivalizar ventajosamente con Sicilia, Normand¨ªa, Gales, Renania o Dakota del Sur, aunque sospecho que no resultan suficientes para competir con la cultura italiana, francesa, alemana o norteamericana. Es un elemental problema de escalas. Nos hemos especializado en culturas diminutivas, de simp¨¢tica escala liliputiense, ensimismadas en la diferencia, subestatales, pero lamentablemente la cultura actual trafica con escalas millonarias, universales, cosmopolitas, interconectadas, supranacionales, que no entienden de fronteras, ni siquiera, ay, de lenguas. La pr¨®xima vez, rubia, inviertes la acusaci¨®n y premio.
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