Cuarta N¨¦mesis
La masacre organizada en los campos de exterminio nazis tendr¨¢ su correlato hist¨®rico en el abominable culto al holocausto. La persecuci¨®n estatal y privac1a del jud¨ªo europeo concluir¨¢ en la constituci¨®n del Estado asi¨¢tico de Israel, la mayor fuente de peligro para la paz mundial y el constante venero de una belicosidad armada cuyo fin no apunta en el horizonte, cuya pervivencia todas las bandas, armadas se avienen a garantizar mediante el infalible procedimiento de las cadenas de represalias. Israel -cuyo nombre significa, ni m¨¢s ni menos Dios en Armas- justifica su permanente beligerancia por las amenazas que desde todas las fronteras atentan a su existencia como Estado, pero no da, un paso para atenuarlas; antes; al contrario, se alimenta de ellas para incrementar constantemente su poder¨ªo ofensivo e imponer su ley en el Oriente Pr¨®ximo. La amenaza exterior es as¨ª el principio constitucional y espiritual de Israel, y si un d¨ªa -improbable- aqu¨¦lla deja de existir, ?qu¨¦ quedar¨¢ de ese Estado militar?La humanidad paga sus culpas,y el ¨¢ngel de la venganza no es m¨¢s que el agente ejecutivo encargado de cobrar los tributos que la de hoy ha de pagar por las faltas de la de ayer. En el Oriente Pr¨®ximo el pago se hace en la forma establecida por el libro sagrado: una falta -grave, pero puntual- cometida por los primeros padres ha de ser purgada por todas las generaciones posteriores con un pecado hereditario -la damnosa hereditas-, con una pena que no prescribe. Se dir¨ªa que Israel se coloca en el papel de un Dios Padre ofendido -no en vano es ?l Mismo en armas-, y el resto de la humanidad, lo quiera o no, ha de pagar por los desmanes cometidos por las SS.
Durante 40 a?os, el r¨¦gimen franquista persigui¨® con sa?a al cuarto poder, al que mantuvo amordazado y secuestrado, tras colocar en su lugar a un rid¨ªculo t¨ªtere al servicio de sus designios. Pero una vez restaurado en su trono, con la democracia, el cuarto poder no podr¨¢ olvidar aquellos cuatro decenios de ignominia y persecuci¨®n y al igual que Dios Padre e Israel har¨¢ extensivo a todos el alcance de su venganza y dictar¨¢ una ley de pago que no prescribir¨¢ jam¨¢s. ?De d¨®nde si no ha salido ese misterioso (y no avalado por ninguna ley presente o pasada) derecho a la informaci¨®n? Al igual que en Israel, donde la amenaza exterior se traduce en un constante y m¨¢s refinado rearme, la innata, propensi¨®n del individuo a defenderse ser¨¢ el mejor est¨ªmulo piara el perfeccionamiento de unos medios in formativos capaces de desbordar las defensas de cualquier secreto.
D¨ªas pasados se ha visto c¨®mo un buen hombre, afortunado agraciado con un premio de loter¨ªa, ha sido incapaz de defenderse del acoso de los medios que -con el pretexto del derecho a la informaci¨®n- han dado al final con su nombre y paradero, muy contra su voluntad, rob¨¢ndole su secreto y dej¨¢ndole expuesto a qui¨¦n sabe qu¨¦ abusos que pueda despertar su nueva fortuna. No hace muchos a?os, las imprudentes investigaciones de un h¨¢bil periodista concluyeron en una cadena de cr¨ªmenes y represalias. En estos mismos d¨ªas toda la Prensa se ha recreado ad nauseam con las tribulaciones de un diputado cuya mujer tuvo la veleidad de hurtar un pijama en unos almacenes de Londres. La Prensa no ha perdonado, y el diputado se ha visto en la obligaci¨®n de renunciar a algunos cargos p¨²blicos, con una carrera pol¨ªtica poco menos que arruinada, Este mismo peri¨®dico no vacil¨® en dedicarle nada menos que un art¨ªculo de fondo para hacer p¨²blico su descr¨¦dito, bien por haber mentido al Reino Unido, bien por haber mentido a Espa?a. Toma ya, como dicen ahora los j¨®venes. Al igual que Israel asume el papel de Dios Padre, EL PA?S se disfraza del Cid en Santa Gadea. Y todo por un pijama.
Que recoja su piedra o bien que renuncie a su puesto o a su cargo todo aquel periodista o aquel diputado que haya hurtado o haya querido hurtar (para el caso es lo mismo, entre la voluntad y la comisi¨®n s¨®lo media un cierto arrojo) un pijama en unos almacenes. Y si es en Londres, tanto mejor, pues a la probable m¨¢s calidad del pijama se suma la mayor dureza de la ley, lo que todav¨ªa exige m¨¢s valor. En mi juventud, unos cuantos compa?eros de clase acostumbr¨¢bamos a hacer una razzia peri¨®dica en una conocida y c¨¦ntrica librer¨ªa madrile?a, y aquel que se llevara en el bolsillo de la gabardina el volumen de m¨¢s valor ganaba todas las adquisiciones subrepticias. Era una especie de p¨®quer a la carta m¨¢s alta, y quien se decid¨ªa por un baza baja -por ejemplo, un t¨ªtulo de la Colecci¨®n Universal- sab¨ªa de antemano que llevaba todas las de perder, en tanto quien acertaba a aligerar un buen tomo de viajes, profusamente ilustrado, pod¨ªa tener la certidumbre de volver a casa con un volumen m¨¢s de la obra de Ortega. Yo s¨¦ de alguno que acab¨® siendo un especialista de "la vida como realidad radical" m¨¢s por su habilidad con los de dos que: por una vocaci¨®n inicial a la especulaci¨®n filos¨®fica. Ciertamente, quien no ha sustra¨ªdo un pijama en unos almacenes no tiene derecho a estancia en el reino de este mundo.
En aquella librer¨ªa de Madrid, antes tan confiada, no tardaron en aparecer los gorilas: eran peque?os, sus cabezas apenas asomaban sobre las hileras de libros y se identificaban cuando, preguntados acerca del m¨¢s conocido t¨ªtulo de Ortega, adoptaban una expresi¨®n de zoo, indiferente al hombre., y como mucho, se?alaban con la nariz a la cajera de siempre, ¨²nica poseedora de la informaci¨®n. La aparici¨®n de los gorilas fue, naturalmente, una incitaci¨®n, un est¨ªmulo para el perfeccionamiento del acto y la devoluci¨®n de aquella gente ¨¢grafa a su condici¨®n selv¨¢tica, espiando siempre entre los grandes libros de viajes, profusamente ilustrados, mientras el cot¨¦ humanidades quedaba desguarnecido.
V¨¦ase c¨®mo nacen algunas vocaciones: un hombre hoy de todos conocido por sus grandes reportajes internacionales se inici¨® con el examen de los libros de viajes, profusamente ilustrados, que a cambio de un tributo hojeaba parsimoniosamente para atraer la mirada de todos los gorilas, en tanto los dem¨¢s, devast¨¢bamos el cot¨¦ humanidades. Qu¨¦ duda cabe de que un gorila puede acabar con un diputado. La rec¨ªproca no es tan cierta, pero s¨®lo los diputados audaces pueden humillar a los gorilas.
Rasgarse las vestiduras porque la mujer de un diputado ha sustra¨ªdo un pijama d e unos almacenes es, ha sido y ser¨¢ siempre puro y simple farise¨ªsmo. Decir que el diputado ha enga?ado a Espa?a es regar fuera del tiesto y abundar en ese farise¨ªsmo que la Prensa practica con singular devoci¨®n y prodigalidad, bajo el amparo del derecho a la informaci¨®n, con tal de dar, explotar y magnificar la noticia, si a mano viene. La noticia, como la amenaza, lo justifica todo, y los mayores desmanes se amagan con el placebo del ombudsman, o como se diga, esa madre de los desamparados que todo lector tiene derecho a invocar.
Pero ay del pa¨ªs o de la persona que suponga una amenaza para Israel. Israel o EE UU pueden enviar una escuadrilla de cazabombarderos que recorra todo el Mediterr¨¢neo para destruir el barrio donde se aloja la amenaza cuando, por fortuna, se est¨¢ afeitando en la lejana barber¨ªa de un colega. Ay de la persona -como el afortunado ganador de la loter¨ªa o el desgraciado diputado cuya esposa sustrae un pijama- que esconda una noticia. Toda una escuadra de cazainformaciones se lanzar¨¢ sobre ¨¦l; pero, a diferencia de los competentes e in¨²tiles pilotos de Israel, un d¨ªa u otro dar¨¢ con ¨¦l y sabr¨¢ lo que es bueno. El cuarto poder no perdona 40 a?os de ignominia. y persecuci¨®n de los que, al parecer, todos somos responsables. Pero el peque?o beneficio informativo de que todos disfrutamos se logra, con frecuencia, a costa del gran da?o a uno. Sobre ese principio no hay base moral alguna para el derecho a la informaci¨®n. Sobre el opuesto, justamente, se ha de mantener el derecho del ciudadano a preservar su secreto y abortar la noticia.
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