La hijuela de Borges
Aparece estos d¨ªas en la Prensa nacional y en la televisi¨®n un anuncio de libros. Por lo general, conviene desconfiar de los libros que se anuncian, que tienen que anunciarse para ser le¨ªdos. Este anuncio, sin embargo, es especial. M¨¢s que los propios libros, a quien se anuncia es a Jorge Luis Borges, un Borges vacilante y viejo, que farfulla unas palabras apenas inteligibles. Da la impresi¨®n de que asistimos a una de esas escenas, tan repetidas en el cine, en las que un moribundo logra arrancar a su agon¨ªa esas frases casi p¨®stumas, su legado, como si dij¨¦ramos, la clave de su vida. Parecer¨ªa que Borges, con voz asm¨¢tica y confusa, nos hace el regalo de su ¨²ltima voluntad. "Quiz¨¢ sea mi mejor herencia -o¨ªmos-, ya que yo preferir¨ªa que se releyeran esos libros y no que alguien releyera los m¨ªos". Y aqu¨ª viene el anuncio: ochenta libros de la literatura universal prologados por el escritor argentino. No se dice, pero se insin¨²a, que la literatura universal podr¨ªan ser esos 80 libros, y ni uno m¨¢s. Somos bastantes los que hemos cre¨ªdo que Borges- no fue nunca ciego. Algunos incluso llegan a suponerle una vista de relojero, lo que no deja de ser una exageraci¨®n. Yo le vi, sin embargo, hace bastantes a?os una vez en Madrid, cerca del hotel Palace. Se dispon¨ªa a atravesar la carrera de San Jer¨®nimo, a la altura de las Cortes. Se lanz¨® a la calzada como Edipo en busca de su destino, temeraria, ciegamente. A ¨¦ste, pens¨¦, lo van a matar los coches. Daba la impresi¨®n de C¨¦sar camino del Senado. Iba a una muerte segura. Pero no. Cada vez que se aproximaba un coche, a una u otra mano, Borges se deten¨ªa y le dejaba pasar. Le silbaban en los flancos, pero no lograron ni acerc¨¢rsele. Yo no hab¨ªa ca¨ªdo todav¨ªa en que aquel hombre era Borges. Cuando me di cuenta pens¨¦: "O tiene un o¨ªdo absoluto, como Mozart, y los oye venir, o Borges no es ciego".Algo parecido creo que ha contado Cabrera Infante de Borges en Londres. Lo de Londres no s¨¦ si ser¨ªa una broma de Cabrera Infante. Lo de Madrid no es ninguna broma. El guardia de la plaza de las Cortes estaba blanco como la cera, no porque supiera qui¨¦n era aquel gran loco, sino porque pensaba que tendr¨ªa que retirar un cad¨¢ver de entre las ruedas.
Sin embargo, Borges ten¨ªa para lo literario un instinto peculiar, como la vista el lince. Sab¨ªa como pocos d¨®nde se encontraba tal o cual pasaje, tal o cual obra de m¨¦rito. Todo ello le vali¨® la toga del mito, que llev¨® como pudo los ¨²ltimos a?os de su vida. A veces, pareci¨¦ndose tanto a Victor Hugo que uno se pregunta si su obra no correr¨¢ la misma suerte. Y, como dijo Horacio, ya se sabe: "Quien viste de toga usa de bula". Borges la disfrut¨® para todo, hasta para equivocarse.
Sus disc¨ªpulos, que tuvo tantos como lectores, cre¨ªan y creen, por el contrario, que cuando Borges se equivoca es por alguna raz¨®n que a ellos se les escapa. Se conoce que siguen teniendo de la gloria la pintura del mito: arriba, el Olimpo; abajo, los Monegros. Con Borges es curioso lo que ha pasado. Ha tenido admiradores de todos los pelajes. Desde el que es m¨¢s borgiano que el propio Borges, ese tipo de seguidor servil, lev¨ªtico y mediocre, hasta el que no quiere ser confundido con el resto de incondicionales, que le parecen virutas, y para lla mar la atenci¨®n de Borges s¨®lo dice: ?Gracias, maestro!, muy tie so, dando un taconazo en el sue lo, como hacen los vizcondes en el teatro al ser presentados a una se?ora de alto copete.
Nadie es perfecto
A Borges todo esto -nadie es perfecto- le hizo feliz. Tuvo lo que se llama audiencia, forillo. A esta audiencia va dirigida la propaganda de la biblioteca. Los 80 t¨ªtulos. A m¨ª me parece siniestro ese Borges agonizante y escler¨®tico, espuriamente utilizado como se?uelo. La muerte, que est¨¢ a su lado en el spot, da m¨¢s gravedad a sus palabras, lo que nos transmite cierta angustia y desaz¨®n. ?l mismo lo insin¨²a. Mi testamento. Pero no. S¨®lo se nos viene a decir una media verdad, es decir, esa clase de verdades de las que un escritor y un poeta, y Borges lo fue, tiene que huir como del lugar com¨²n. Pasemos por esas dos frases que adoban la campa?a publicitaria. Una ya la hemos transcrito. La otra es ¨¦sta: "Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer". Ret¨®rica aparte (lo natural es que uno escriba y lea, y no que a uno "le sea dado escribir o le fuera dado leer".
Al destino, cuya sombra quiere Borges que planee por esas palabras, hay que dejarlo para las ocasiones importantes. Como a Dios. Si Borges no cre¨ªa en Dios, ?por que creena en el destino?), uno tiene la impresi¨®n de que Borges se comporta a veces con su obra como esas postulantas que antes de ponerse al teclado del piano empiezan a hacerse de rogar, ensayando morritos con su hocico peque?o. Luego no hay quien les arranque de los valses y de los preludios. Pues bien" Borges padece a veces la coqueter¨ªa de decir las cosas con la boca peque?a. La vanidad, de todos modos, no es pecado.
Pero no es esto lo importante. Estas cosas no son m¨¢s que manifestaciones de su car¨¢cter, como la ceguera lo era de su naturaleza. Sin embargo, en la herencia de Borges hemos echado en falta a la hijuela. ?A qui¨¦n ha dejado Borges mejorado? ?D¨®nde est¨¢n los Homero, los Virgilio, Cervantes, Shakespeare, Balzac, Dickens? ?D¨®nde aquel Unamuno al que Borges debe la idea de otros en su literatura? ?Tolstoi, Baudela¨ªre, Verlaine? Por eso no queremos ver a Borges en esa mala funci¨®n. Ni siquiera el ectoplasma que sale en la televisi¨®n es Borges. Detr¨¢s de ¨¦l, moviendo los hilos de su cad¨¢ver, est¨¢ el industrial, el negociante.
No hay ning¨²n libro importante. Ni uno solo que mejore la vida. S¨®lo porque la vida es imperfecta creemos en los libros, Pero es una gran mentira asegurar que el que no haya le¨ªdo el Quijote no llegar¨¢ nunca a nada. Homero no lo ley¨® y escribi¨® La odisea, que lo contiene enteramente, como contiene enteramente el Quijote a Balzac y a Stendhal. La literatura no son 80 libros ni 8.000. La literatura no est¨¢ s¨®lo en todas esas bibliotecas de obras maestras. La literatura es lo que la vida provoca, su imperfecci¨®n y su injusticia. Como las perlas son esa rara enfermedad de las selladas ostras.
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