Nicaragua, pa¨ªs militarizado
Un recorrido de 100 kil¨®metros por la frontera con Honduras apenas mostr¨® indicios de choques armados
En la tercera y ¨²ltima etapa del viaje por carretera de San Salvador a Managua, el enviado especial de este peri¨®dico abandon¨® la Panamericana para adentrarse hacia el Norte y recorrer una zona de unos 100 kil¨®metros a lo largo de la frontera Nicaragua-Honduras, del lado nicarag¨¹ense. Esto ocurri¨® el pasado 4 de diciembre, cuando en todo el mundo se hablaba de los enfrentamientos a ca?onazos en la zona. En el recorrido, de d¨ªa y de noche, realizado por el periodista de EL PA?S junto con la corresponsal en Managua de una revista norteamericana, s¨®lo se advert¨ªa que Nicaragua es un pa¨ªs militarizado, por el elevado n¨²mero de soldados que se encuentran por todas partes, pero no se palpaba la guerra. Ni una sola vez, a lo largo de esos 100 kil¨®metros de frontera, hubo un control militar ni los periodistas tuvieron que mostrar sus documentos.
Detr¨¢s de La Fraternidad, en la frontera con Honduras, el puesto fronterizo nicarag¨¹ense se llama El Espino. Tres soldaditos del Ministerio del Interior realizan los controles en una construcci¨®n destartalada que parece una terminal de autobuses abandonada. Un cartel advierte que "el enemigo es el mismo. Muerte al somocismo. Muerte al imperialismo".El tono de los soldados resulta entra?able con -su tuteo: "Mir¨¢, Jos¨¦, ten¨¦s que firmar aqu¨ª y luego m¨¢s adelante ten¨¦s que cambiar 60 d¨®lares". Los tr¨¢mites de entrada a Nicaragua son tambi¨¦n procelosos. La fumigaci¨®n contra las plagas de caf¨¦ deja en el jeep un tufo insoportable. La muchacha que cambia los 60 d¨®lares de cambio obligatorio, al tipo oficial de 70 c¨®rdobas por d¨®lar (3.000 pagan por cada d¨®lar en el mercado negro), explica que los guardias (en la zona fronteriza casi no se se dice contras) quisieron tomar el puesto el pasado 14 de febrero. La joven dice que ella ech¨® a correr con el dinero. Antes de entrar definitivamente en Nicaragua hay que resolver un sinf¨ªn de tr¨¢mites. Una larga hilera de veh¨ªculos, coches y autobuses, esperan salir en direcci¨®n a Honduras. Son nicarag¨¹enses que van hasta Guatemala para comprar productos. A Honduras s¨®lo van de paso, porque les ponen muchas dificultades.
Una familia regresa de Guatemala en una furgoneta con la baca descubierta. Son ocho personas, ni?os y viejos, que vienen cargados de productos comprados e n Guatemala. Parece incre¨ªble que quepan todos. Un aduanero les explica que tendr¨¢n qu¨¦ ir hasta Managua a pasar aduana, porque "el dep¨®sito de Somoto est¨¢ lleno". Somoto est¨¢ s¨®lo a 10 kil¨®metros y Managua a 240. "?Ay, la gran puta!, pero c¨®mo voy a tener que ir hasta Managua", exclama el jefe de la tribu. El aduanero empieza a telefonear para tratar de resolver el problema.
Desde El Espino hasta Somoto, donde contin¨²an los tr¨¢mites, un joven viaja en el jeep para controlar que no se saca la mercanc¨ªa de contrabando. En esta ocasi¨®n es un civil y no va armado, como el vigilante de Honduras. El chico es hondure?o y vive en Nicaragua. Lo de vivir es m¨¢s bien malvivir, con sus ingresos mensuales de 27.000 c¨®rdobas (1.700 pesetas). El chico explica que sacar un pasaporte en el consulado hondure?o para regresar un d¨ªa a su pa¨ªs le costar¨ªa 80.000 c¨®rdobas, casi tres veces su sueldo mensual. "Los soldados est¨¢n mejor, porque ellos ganan m¨¢s o menos lo mismo, pero les dan comida y ropa. A m¨ª, una comida mala me cuesta 1.000 c¨®rdobas (65 pesetas) y con lo que gano no tengo ni para comer".
Un caos de tr¨¢mites
En Somoto, el control aduanero es un caos de tr¨¢mites inescrutables que escapan a toda l¨®gica. Curiosamente, no plantea el menor problema la entrada de un jeep que vale tres millones de pesetas, matriculado en El Salvador a nombre de un se?or que luego lo vendi¨® a otro, que a su vez otorg¨® un poder notarial a la corresponsal norteamericana. Sin embargo, se muestran muy preocupados de que el enviado de este peri¨®dico se comprometa a sacar de Nicaragua la m¨¢quina de escribir mec¨¢nica, que s¨®lo vale unas 10.000 pesetas.
Despu¨¦s de tres horas de papeleo, la Panamericana queda expedita en direcci¨®n a Managua, pero para aproximarse a las zonas de guerra hay que dirigirse hacia el Norte, donde est¨¢n Ocotal y Jalapa. El mejor hotel de Ocotal es El Frontera. Para dormir hay que alejar de la cama a toda una fauna de lo m¨¢s variopinto, pero hay agua y posibilidades de una ducha fr¨ªa, tras 30 horas de vicisitudes.
En la recepci¨®n del hotel, de propiedad privada, aparecen carteles anunciadores del Congreso Eucar¨ªstico de Nicaragua y otro del papa Juan Pablo II con el texto "Es urgente colocar a Jes¨²s com¨® base de la existencia. No hay otro fundamento posible". En el bar del hotel, un letrero advierte que "no solicite servicio si viene armado, vestido de militar o en avanzado estado de embriaguez, nos reservamos el derecho de admisi¨®n. Lste es un lugar para divertirse decentemente, no provoque esc¨¢ndalos".
La carretera de Ocotal hacia el Norte es de tierra, con unos hoyos tremendos, y est¨¢ atravesada por muchos riachuelos. La escasez de transporte obliga a la gente a pedir raid, que la lleven en auto stop. El primer cliente es un campesino que trabaja en una cooperativa. Apenas roto el hielo, se lanza a hablar de lo mal que est¨¢ todo en Nicaragua. "Los sandinistas dicen que reparten tierra, pero eso es mentira. Si yo enfermo y no puedo trabajar en la cooperativa, me quedo sin nada. Adem¨¢s, tenemos que sembrar lo que nos manda el Micoin (Ministerio de Comercio Interior) y vender a los precios que ellos quieren". De forma categ¨®rica, el campesino asegura que antes estaba mejor, "porque hab¨ªa comercio libre".
"Territorio invencible"
Los dos siguientes autoestopistas vienen de Estel¨ª para visitar a familiares y conseguir algunos productos alimenticios. Uno explica que tiene que pedir un permiso para traer estas cosas en el autob¨²s. 'Porque si no lo tengo, me requisan la mercanc¨ªa", afirma. El m¨¢s joven cree que "actualmente s¨®lo el 40% est¨¢ con los sandinistas". El m¨¢s viejo, sin embargo, no cree que con Somoza estuviesen mejor: "Eso lo dicen los terratenientes, que se quedaron sin sus tierras".
En Jalapa, un cartel a la entrada dice "Bienvenidos, compa?eros, est¨¢n entrando a Jalapa, territorio invencible de la revoluci¨®n". Sin ning¨²n obst¨¢culo, la carretera sigue hasta Teotecacinte, en el extremo septentrional de Nicaragua, en la punta de un tri¨¢ngulo que se introduce hacia Honduras. Teotecacinte est¨¢ rodeado en sus dos terceras partes por Honduras.
Tampoco all¨ª hab¨ªa ning¨²n control, y se pudo abandonar el pueblo con eljeep en direcci¨®n a Honduras, que se encuentra a escasos metros, tras unos campos de ma¨ªz. Tan s¨®lo a unos 500 metros del pueblo, de repente, en la quietud de la tarde, empezaron a sonar secos varios disparos. Mientras, nerviosamente, este enviado bat¨ªa las marcas de velocidad marcha atr¨¢s de su vida, la periodista norteamericana constataba fr¨ªamente que "fueron nueve disparos".
La presencia de un grupo de campesinos que caminaban tranquilamente entre los campos de ma¨ªz devolvi¨® la tranquilidad. "Son los guardias, que disparan desde Honduras", explic¨® un campesino. "No, hombre, no, son los compas, que disparan al aire", replic¨® otro. Nueve disparos en Teotecacinte y dos o tres aislados, que luego se oyeron en la noche, fue lo m¨¢s pr¨®ximo a una guerra que se pudo percibir.
En el puesto militar de Teotecacinte, el subteniente James Smith, un negro de la costa atl¨¢ntica de Nicaragua, explica que la zona est¨¢ tranquila, "s¨®lo en 1982 y 1983 intentaron meterse, pero no llegaron a tomar el pueblo". Por el pueblo se ven campesipos que marchan con el fusil ametrallador al hombro, pero no hay presencia de grandes tropas, ni material militar pesado, a tan s¨®lo unos metros del enemigo. Un campesino explica: "Aqu¨ª hay muchas noches que no dormimos, por el ruido de los disparos". Nadie puede dar cuenta de que haya habido muertos o heridos en el pueblo. El Ej¨¦rcito Popular Sandinista parece bien integrado en la vida local, y se ve a las chicas alternar con los muchachos. Un ni?o de cuatro a?os va vestido militarmente, y un soldado explica que "hasta los ni?os est¨¢n listos para la defensa".
De regreso a Jalapa, ya en la noche, una madre explica que vino desde Estel¨ª a Teotecacinte (unos 170 kil¨®metros) para ver a su ¨²nico hijo var¨®n, "que es cachorro en el Ej¨¦rcito". La se?ora se lamenta de que no lo pudo ver, porque est¨¢ en Jalapa. Explica que cose en una cooperativa y pasa grandes penalidades para sacar adelante a sus hijos. "Tengo que hacer horas extraordinarias, y con este viaje pierdo de ganar". Se despide en Jalapa con un "que el se?or les acompa?e" Parece que su deseo hubiese sido escuchado, porque varios kil¨®metros m¨¢s adelante, en la oscu ridad de la noche, el jeep pudo frenar tan s¨®lo a unos metros de un puente inexistente con un camino que se precipitaba directamente al r¨ªo; no hab¨ªa ni una se?al que lo indicase.
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