'Silencio, se mata'
En el mercado de saldos ideol¨®gicos hoy se encuentra a bajo precio el debate sobre el hambre en el Tercer Mundo. Comenz¨® a finales de este verano. Por entonces, Andr¨¦ Glucksmann, nuevo fil¨®sofo franc¨¦s, daba t¨¦rmino a un libro de estridente t¨ªtulo: Silencio, se mata, en el que se aborda la situaci¨®n et¨ªope y, m¨¢s gen¨¦ricamente, las dictaduras comunistas, que, seg¨²n su autor, escenifican infames teatralizaciones de pobreza para sacar dinero y recursos a las almas c¨¢ndidas que somos nosotros, los occidentales. L¨¦vy, llorando de c¨®lera y sin hac¨¦rselo repetir dos veces, se precipit¨® a su vez sobre Etiop¨ªa. Ya en Addis Abeba se instala en el mismo hotel Hilton donde hab¨ªa residido, condescendiente, Glucksmann, y pasa una estancia de 10 d¨ªas en vez de cinco.Ambos escritores regresan a Par¨ªs, y aun antes de que el libro irrumpa en el mercado colman peri¨®dicos y televisiones con el esc¨¢ndalo et¨ªope. El habitual chivo expiatorio es Bob Geldof, que hab¨ªa sido incluso propuesto para el Nobel de la Paz cuando con canciones y conciertos de rock v¨ªa sat¨¦lite recogi¨® tantos millones para salvar al pueblo et¨ªope de la pertinaz sequ¨ªa que estaba sufriendo. Bob Geldof y Band Aid se hab¨ªan convertido en culpables de connivencia con el tirano de Addis Abeba, ayud¨¢ndolo a combatir una muerte del todo dudosa. Malhuret, actual subsecretario de la Organizaci¨®n pro Derechos Humanos y una gran persona, con quien trabaj¨¦ en Camboya durante la ¨¦poca en que era un m¨¦dico sin fronteras, recoge el guante lanzado por dichos intelectuales y convoca en Par¨ªs, hacia finales de octubre, junto a Rony Braumann, presidente de la MSF, organizaci¨®n expulsada de Addis Abeba por sus prop¨®sitos violentos y agresivos contra el r¨¦gimen de Mengistu, una reuni¨®n bajo el siguiente t¨ªtulo vitri¨®lico: De la ayuda a las v¨ªctimas a la ayuda al dictador. Participo en la misma, invitada como fundadora de Acif (Acci¨®n Internacional contra el Hambre), surgida en Par¨ªs en los a?os ochenta y hoy convertida en una potente y benem¨¦rita organizaci¨®n no gubernamental. Tom¨¦ tal iniciativa junto con Pannella y varios intelectuales parisienses.
En la reuni¨®n de Par¨ªs todos los asistentes nos vimos enfrentados a una madeja de problemas para los que hab¨ªa propuestas serias e hip¨®tesis delirantes. ?Es necesario condicionar las ayudas humanitarias a la aceptaci¨®n de nuestras normas democr¨¢ticas? ?Es necesario politizar un acto humanitario? Y a¨²n m¨¢s, ?es necesario ideologizarlo? Se puede estar de acuerdo con algunas atinadas intervenciones referentes al respeto de los derechos humanos, pero tratarlas con escr¨²pulos ideol¨®gicos me parece de un fanatismo aberrante. La tesis ideol¨®gica que de all¨ª surgi¨® es, por otra parte, ultrarreaganista -aunque sin Reagan-, y se desprende de la misma que no existen verdaderos muertos por miseria, e incluso que los pa¨ªses en cuesti¨®n son pr¨®speros y sus tierras son f¨¦rtiles, s¨®lo que los reg¨ªmenes comunistas del Tercer Mundo "utilizan el hambre para obtener v¨ªveres gratis". O sea: se arman en el Este y se nutren a costa del Oeste. "El modelo de estos pa¨ªses es sovi¨¦tico; la asistencia, occidental", podr¨ªa haber sido el eslogan resultante -de un leninismo impreciso-, y en Etiop¨ªa se habr¨ªan envenenado los pozos, requisado las cosechas y, una vez conseguida la hermosa monta?a de cad¨¢veres que se pretend¨ªa, se habr¨ªa llamado a las televisiones occidentales para que documentasen el hecho.
Pa¨ªses buenos, pa¨ªses malos
La BBC, autorizada por el Gobierno et¨ªope, habr¨ªa ca¨ªdo en la trampa al ir a Koren y a Makall¨¦ para filmar esa agon¨ªa de ni?os y adultos que bajo el t¨ªtulo de Morir en directo fue transmitida el 23 de octubre de 1986, conmocionando a todo Occidente. Tambi¨¦n en la Camboya vietnamizada habr¨ªa propaganda y no miseria. Con semejante tesis ideol¨®gica se introduce la divisi¨®n entre pa¨ªses buenos -cuyos reg¨ªmenes no nos desagradan- y pa¨ªses malos, que escenifican la muerte y el hambre.
Por otra parte, la afirmaci¨®n de que los reg¨ªmenes de partido ¨²nico marxista leninista invoquen la ayuda de Occidente se encuentra desmentida por algunos hechos hist¨®ricos. La URSS de posguerra rechaz¨® el plan Marshall, que en un principio estaba orientado hacia toda Europa, con el argumento de que las ayudas no eran m¨¢s que una forma de control y de nuevo colonialismo camuflado.
Fue entonces cuando la cortina de hierro mengu¨® hasta su gulag. En la China mao¨ªsta, durante la ¨¦poca del salto hacia adelante, que, parece, ocasion¨® centenares de miles de muertos, fue rechazada la intervenci¨®n occidental. Y hasta hoy, China nunca ha querido aceptar las d¨¢divas de nuestra generosidad. Por lo que me resulta del todo indemostrable una de las afirmaciones que he o¨ªdo: "Mengistu. nos necesita y nosotros a Mengistu". Creerse victorioso sobre un r¨¦gimen dictatorial porque ¨¦ste necesita arroz, leche y medicinas es, por una parte, un falso c¨¢lculo, y por otra, una actitud cruel. Mi experiencia en otros lugares me dice que no estamos en la verdad. He aqu¨ª tres ejemplos de ello:
La expulsi¨®n de la Cruz Roja de Sur¨¢frica atestigua que la politizaci¨®n acendrada y la ideologizaci¨®n de las organizaciones humanitarias conduce a graves consecuencias, en tanto que las primeras v¨ªctimas de ello son los desamparados, cuyos derechos humanos t enemos -seg¨²n afirmamos- el deber de defender. La CRI era la ¨²nica organizaci¨®n que todav¨ªa pod¨ªa atestiguar y denunciar los cr¨ªmenes cometidos en Sur¨¢frica. Ahora el silencio es de verdad absoluto y se podr¨ªa decir realmente: "Silencio, se mata"..
En 1981 fui a Camboya con una delegaci¨®n del Parlamento Europeo. Los vietnamitas, por un lado, hab¨ªan puesto fin al terror de Pol Pot, pero por otro hab¨ªan hecho una sola boca de ese pa¨ªs. Nuestra labor consist¨ªa en evaluar la cantidad de las ayudas necesarias y su correcta administraci¨®n. Nos recibi¨® el ministro de Asuntos Exteriores y yo os¨¦ hablar tambi¨¦n de nuestra resoluci¨®n, votada en Estrasburgo, donde se expresaba el deseo de que Camboya recuperase su propia independencia. El joven ministro camboyano pidi¨® ver dicha resoluci¨®n, y el secretario de la delegaci¨®n la extrajo de su repleta cartera de documentos. Dos horas m¨¢s tarde nos reun¨ªamos en nuestro hotel con algunos dignatarios del r¨¦gimen que solicitaron a nuestro grupo de benefactores abandonar al d¨ªa siguiente el pa¨ªs en caso de no retirar la resoluci¨®n y de no hacer como si no hubiera existido jam¨¢s. Mis colegas, que juzgaron mi actitud algo irresponsable, decidieron retirar la resoluci¨®n, y todas las dem¨¢s organizaciones humanitarias presentes en Pnom Penh nos prometieron a ese respecto no comprometerse con "nuestra intervenci¨®n pol¨ªtica".
He mencionado a Malhuret y a Braumann, precedentes de nuestros otro viaje a las fronteras de Camboya, a Ariana Prateh; all¨ª, reunidos sobre un puentecillo que los soldados vietnamitas nos imped¨ªan atravesar con nuestros cargamento de medicinas, nuestros m¨¦dicos e intelectuales rogaban a los vietnamitas que aceptasen los medicamentos; desde el otro lado nos respond¨ªa el silencio del bosque y de las torretas de los tanques.
"Ayuda que mata"
Para los vietnamitas de las fronteras camboyanas, "la ayuda que mata" era la nuestra. ?Necesidad de nosotros!, vamos... Nos marchamos de all¨ª tristemente. Kundera cuenta con humor feroz en La insoportable levedad del ser nuestra noble misi¨®n, en la que tambi¨¦n ¨¦l participaba, describiendo la coqueter¨ªa de las estrellas delpop, de las actrices norteamericanas y de los intelectuales parisienses.
La sala de la reuni¨®n convocada por Malhuret se hallaba colmada de profesionales de la ayuda; me refiero a ese nuevo sector de la sociedad que ha hecho de la ayuda al pr¨®jimo su profesi¨®n. Yo los he visto llevando a cabo su tarea en tantas partes del mundo... Se trata de gente generosa que socorriendo a los pobres del Tercer Mundo encuentra un refugio para las perdidas ilusiones de nuestro Occidente industrializado. Es una humanidad possartriana que va en busca de un motivo para su existencia, desplaz¨¢ndose para ello cada vez m¨¢s lejos: primero hacia Rusia, luego al Asia central, despu¨¦s a China, m¨¢s tarde a ?frica, etc¨¦tera. "Sin embargo, el dan¨¦s que hace suyos los problemas de los esquimales", escribe Enzensberger en su libro de ensayos publicado por Herralde en Barcelona, "el estudiante de Massachusetts que organiza un lobby en defensa de los indios brasile?os, todos ellos no desean ¨²nicamente ayudar a los dem¨¢s, sino tambi¨¦n a s¨ª mismos, lo cual es leg¨ªtimo. Lo que ellos buscan en tomo a pueblos remotos Podr¨ªa definir un m¨ªnimo de utop¨ªa".
Pero el fil¨®sofo alem¨¢n duda que el humanitario occidental tenga algo que ver con un guatemalteco, un et¨ªope, un beduino o con un malayo; en suma, con ese patchwork de humanidad m¨¢s o menos colorida, y sugiere que dicho humanitario puede preguntarse cada ma?ana: ?pero es verdad que esta gente es como nosotros? Este razonamiento se arriesgar¨ªa a ser cruel si no existiesen ejemplos como el de Italia, que a pesar de haber sido tachado de colaboracionista con la dictadura de Mengistu ha hecho siempre lo imposible para escoger el camino del mal menor, uniendo a las ayudas contra el hambre la petici¨®n de que se respeten ciertos derechos humanos, como figura escrito en el protocolo firmado por el Gobierno italiano con el r¨¦gimen de Addis Abeba en febrero de 1986. Gastando 180 millones de liras ¨²nicamente en la zona de Tana-B¨¦les en la construcci¨®n de 85 kil¨®metros de ruta, de 85 kil¨®metros de tuber¨ªas, un hospital, una plaza y una iglesia cat¨®lica o cultivando miles de hect¨¢reas de terreno y salvando a 100.000 personas de la muerte me parece que est¨¢ ofreciendo un ejemplo v¨¢lido de esa cr¨ªtica activa que permite construir, dejar algo s¨®lido sobre el terreno, sin por ello comprometerse con los abusos de un r¨¦gimen. Como ha escrito el diario Le Monde, "la ¨²nica respuesta consiste en pocas palabras: s¨ª, si se trata de ayudar a las v¨ªctimas sin presionar la acci¨®n de los Gobiernos, porque se trata de dar testimonio, aunque s¨®lo sea discreta o indirectamente". La ¨²nica moral posible es ¨¦sta: no arreglar las propias cuentas ideol¨®gicas en la carne doliente de la gente que pasa hambre.
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