Antxon Ayestar¨¢n, director del Orfe¨®n Donostiarra
Muri¨® inesperadamente Antxon Ayestar¨¢n (A?orga, San Sebasti¨¢n, 1939), director del Orfe¨®n Donostiarra, hombre entero y, m¨²sico excelente. Hered¨® de Juan Gorostidi en 1968 la direcci¨®n del coro de San Sebasti¨¢n, tenido aqu¨ª y fuera de aqu¨ª por uno de los mejores del mundo. Y supo, si cab¨ªa, afinar la herencia recibida, prolongar y engrandecer la aventura art¨ªstica, social y vasca iniciada en 1897 por O?ate y Luzuriaga y continuada por Esnaola, antecesor de Gorostidi.Escribir sobre el Orfe¨®n y sobre Ayestar¨¢n no es hacer cr¨ªtica, sino literaturizar el gran aplauso. Las pasiones, los oratorios de Haendel, el R¨¦quiem de Mozart, el de Brahms y el de Berlioz; las misas de Mozart, Bach, Schubert o Stravinski; el sinfonismo coral de Karl Orff o Manuel de Falla. Todo fue abordado por Antxon con aire sencillo y humilde, que ocultaba una alt¨ªsima maestr¨ªa: la que percib¨ªamos en la afinaci¨®n del gran instrumento vocal, en el estilo impreso a cada autor, en la matizaci¨®n de la din¨¢mica, sonora en los pian¨ªsimos, armoniosa en los fort¨ªsimos.
Junto a las grandes obras, en uni¨®n con la Nacional, la Orquesta de RTVE, la de Bilbao o Euskadi, las sinf¨®nicas de Londres, Washington o Filadelfia, Ayestar¨¢n preparaba con amor su coro para la gran polifon¨ªa o para el repertorio popular de su pa¨ªs tratado por los Guridi, los Olaizola, los Bastida o los Larrauri. Gustaba pasar de lo popular a lo sabio, de lo espectacular a lo ¨ªntimo. ?Qu¨¦ versi¨®n la de su Peque?a misa solemne, de Rosini! ?Qu¨¦ cap¨ªtulo en la historia de la m¨²sica espa?ola el del orfe¨®n y su primer orfeonista y director, Antxon Ayestar¨¢n!
Plet¨®rico de vida, entusiasta y ensimismado a la vez, parco de palabras para no decirla vana, preciso de concepto, lector de Shakespeare y Goethe, de Unamuno y de Baroja, joven de a?os, viejo de conocimientos, Ayestar¨¢n fue un triunfador sin grito y hasta resultaba dif¨ªcil conseguir de ¨¦l una fotograf¨ªa. Artista y hombre ejemplar: esto era Ayestar¨¢n, el inolvidable Antxon que hemos perdido ayer.
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