El destino de Europa
?Triste es tu destino, Europa! Hiciste el mundo moderno y hoy tiene amargor de invierno lo que te queda en la copa.Pese a lo que se ha escrito y se habla de Europa, sus l¨ªmites, su entidad, su propio ser, siguen siendo difusos e imprecisos. Creo, sin embargo, que, para lo que intento aqu¨ª, mi idea de Europa -vana pretensi¨®n tal vez es suponer que se tiene idea de algo- no habr¨¢ de diferir en exceso de la que la opini¨®n generalmente vigente entre quienes se preocupan de lo europeo utiliza como tal: Europa es geograf¨ªa y esp¨ªritu; geograf¨ªa, la tierra continental e insular comprendida entre la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el Atl¨¢ntico con su ap¨¦ndice mediterr¨¢neo; esp¨ªritu, lo que sobre esa tierra alienta con valor pr¨¢ctico de la cultura, la tradici¨®n y la historia. Esta definici¨®n, sobremanera restringida y densa, supone -o suscita, ?qui¨¦n sabe!- el concepto de unidad. Europa, medida con esos par¨¢metros de materia y esp¨ªritu, es una. El que no sea ni haya sido nunca una en lo pol¨ªtico no menoscaba seriamente aquella idea de Europa.
Tampoco conmueve preocupantemente ¨¦sta el que hoy, ideol¨®gicamente -aunque en lo pol¨ªtico tan s¨®lo-, se admita con naturalidad la existencia de dos Europas. Si se acepta todo esto sin fuerte objeci¨®n ser¨¢ factible sentar el fundamento y partir de esa base para razonar lo que sigue: de que Europa es un ente hist¨®rico.
Yo no s¨¦ si ese ente hist¨®rico, esa Europa, tiene conciencia clara de la peculiaridad del momento que est¨¢ viviendo el mundo desde 1948. Una vez m¨¢s, pero ahora con dimensiones globales, se est¨¢ representando en la escena de la historia el drama dial¨¦ctico, geopol¨ªtico y geoestrat¨¦gico, del mar contra la tierra, cuyos personajes son Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Anta?o se jug¨® el mismo drama m¨¢s veces, pero en peque?o.
Comparsa
Los personajes casi siempre eran europeos. Hoy, alteraci¨®n radical, Europa es comparsa, no protagonista -pese a que en toda o en parte de ella se act¨²e como si tambi¨¦n le hubiera tocado en el reparto papel principal-, y asiste, por ello acaso, sin gran inter¨¦s a la representaci¨®n, con velado escepticismo en el fondo de su alma, porque intuye que su influencia en el azar l¨²dico es escasa y recela -por consecuencia acaso de tal menoscabo- que si no es ella misma lo que est¨¢ en juego para los dos poderosos, ya que el juego no es en dramas de esta altura, sino el dominio -y en este caso, el dominio del mundo-, viene a ser al menos parte sustancial del bot¨ªn en que concluya la contienda. Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, buscando el dominio mundial a impulsos sin duda de un enigm¨¢tico e, insentido determinismo hist¨®rico, se est¨¢n jugando en ello cada una su destino, y no directa y precisamente el de Europa, por mucho que lo imaginemos los europeos. Lo que acontece -y ah¨ª es donde probablemente est¨¢ la raz¨®n serninal del escepticismo de la vieja dama europea- es que Europa presiente que, al final de la pugna -que alg¨²n d¨ªa habr¨¢ de resolverse, por mucho que se escondan bajo el ala del irenismo cabezas que no quieren creerlo-, ella misma habr¨¢ de ser presa de quien la gane.
El escepticismo, normalmente alentando hundido, sale circunstancialmente a superficie en momentos cr¨ªticos -en las llamadas crisis de pol¨ªtica exterior- vestido con ropajes de fricciones o diferencias diplom¨¢ticas. Ambas Europas emiten, sin querer acaso, se?ales semejantes cuando respectivamente rozan con sus amos o difieren de sus opiniones. Como tras las crisis suelen mantenerse las prelaciones de influencia pol¨ªtica -si no incrementarse- aunque las frases de los comunicados oficiales pretendan acordes armoniosos, el escepticisrio se reafirma y crece tras la decepcion mas o menos disimulada. El fen¨®meno podr¨ªa analizarse a¨²n entre los registros y saberes no registrados de casos como, para el Oeste, los de Suez, el de los recelos de De Gaulle, el de los m¨²ltiples problemas de la Alianza Atl¨¢ntica, el casi de hoy centrado en la Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica, con el que Europa occidental presiente un abandono por parte de su poderoso ante el otro, y para el Este, como los, de Albania, Yugoslavia, Hungr¨ªa, Checoslovaquia, Polonia y algunos m¨¢s que hasta ignoremos aqu¨ª. Este escepticismo -que, como todo sentimiento de ese orden, alberga un grano de despreocupaci¨®n y apartamiento de lo que lo excita- puele convertirse f¨¢cilmente en indiferentismo si acaba exacerb¨¢ndose en el correr de tantas pruebas. El indiferentismo, empero, es asignatura recomendadarnente imposible en los programas pol¨ªticos de los pueblos, porque es uno de los peores males que pueden afectar a una naci¨®n o a un ente hist¨®rico. Sin embargo, no faltan ejemplos en el pasado -para m¨ª al menos- en los que se puede comprobar que el mal temido prendi¨® en sociedades hist¨®ricas y dio al traste con todos o muchos de los valores que las animaban y sosten¨ªan. En casos, las sociedades han muerto; en casos han sobrevivido. Siempre, empero, los da?os han sido grav¨ªsimos en la materia y en el esp¨ªritu. Espa?a misma, marginalmente sea dicho, ha contra¨ªdo otrora la enfermedad vitanda,aunque... Pero hay que volver a la calzada central.
Indiferencia
El escepticismo aboca, en efecto, a la indiferencia; pero si se excita aqu¨¦l en exceso y se huye de ¨¦sta por conciencia de su imparable gravedad se corre el riesgo, serio tambi¨¦n sin duda alguna, de dar en el pesimismo. Del escepticismo al pesimismo hay pocos pasos. Mi impresi¨®n es que Europa ha dado ya varios de ellos. En lo estrat¨¦gico, para empezar, la Europa atl¨¢ntica refleja, en cuanto le corresponde, el pesimismo estrat¨¦gico de Occidente, sentimiento este que tiene probablemente su origen en el eufem¨ªstico farise¨ªsmo en el que las modernas democracias arropan su pensar, su preparar y su proclamado posible hacer la guerra. La estrategia occidental es en general m¨¢s bien contraestategia, porque est¨¢ dando la impresi¨®n de estar concebida y estructurada sobre concepci¨®n err¨®nea de los principios de la iniciativa y del primer objetivo -para m¨ª, filos¨®ficamente, son ambos uno solo- al preparar la maniobra y la acci¨®n en funci¨®n no de lo que se deba hacer de un lado para lograr el objetivo, sino de lo que vaya a hacer el otro, el oponente, para conseguir el suyo. Por otra parte, y en lo menos general ya, el pesimismo europeer atl¨¢ntico se subraya ante la controversia en el seno de la Alianza -adonde llega por extensi¨®n de las divergencias conceptuales de los estrategas de la naci¨®n poderosa en ella: Estados Unidos- sobre si, siendo la URSS la encarnaci¨®n de la tierra, hay que vencerla en tierra -en Europa-, o si, siendo Estados Unidos, la Alianza, la materializaci¨®n del mar, deben fortalecerse a s¨ª mismos de forma que sea en la mar donde se le contenga y constituya la mar la base desde la que proyecte sobre el enemigola potencia de su ataque. La Europa occidental est¨¢ casi de lleno en el pesimismo estrat¨¦gico. La Europa oriental, impedida, seg¨²n dicen, de pensar y de hacer en lo estrat¨¦gico de no ser al dictado, se debe debatir entre un indiferentismo pesimista y un pesimismo indiferente. De cualquier modo, son sombr¨ªos los tonos del actual ropaje estrat¨¦gico-mental de Europa.
En lo econ¨®mico -enti¨¦ndase englobado aqu¨ª el complej¨ªsimo mundo de las finanzas, la industria y el comercio- no parece darse Europa a un optimismo ilusionado. La desproporci¨®n existente en ese orden entre poderoso y sat¨¦lites -creciente, aunque, lentamente, sea desde las respectivas recuperaciones europeas de la posguerra- est¨¢ convenciendo a Europa de que su identidad declina y de que, en consecuencia, su dependencia de quien "puede" realmente en este conflictivo campo va a verse en breve rayando en la servidumbre. Los menos pesimistas ven relativa soluci¨®n a la inminente esclavitud en la pr¨¢ctica uni¨®n de las llamadas potencias industriales de Europa, aspiraci¨®n, por otra parte, s¨®lo factible y de cierto inter¨¦s en Occidente. Mas esa uni¨®n tan proclamada, tan deseada al exterior, tan entrevista como posible desde principios de siglo hasta incluso poco despu¨¦s de la II Guerra Mundial, est¨¢ tomando ya cartas de naturaleza en los para¨ªsos de la utop¨ªa.
De un lado, el partidismo europeo, el ego¨ªsmo nacional, parece haber vuelto en la pr¨¢ctica a valores temperamentales del siglo XIX, y por el otro se detectan s¨ªntomas de que parte de la riqueza europea -poca en s¨ª, comparada con la del correspondiente padrino- est¨¢ pasando a manos transatl¨¢nticas o a cofres ultrauralinos. La decepci¨®n es seria; el pesimismo llega.
Campanas
En lo del esp¨ªritu aplicado -arte, cultura, impulsos creativos de ese orden, ciencia te¨®rica incluso- no est¨¢ siendo Europa lo que era. Comparativamente, no hay, en efecto, raz¨®n suficiente para lanzar a¨²n las campanas al l¨²gubre doblar. La evasi¨®n de cabezas contin¨²a -si bien ahora no est¨¢ el atractivo para el genio en ciernes, adormecido por el canto de sirena de lo joven, de lo nuevo, de lo prometedor, ya que adopta-, las formas arm¨®nicas del sonoro tintineo plut¨®nico-, pero ello no agota, con todo, las posibilidades europeas.
S¨ª es bien evidente, en cambio, el.remitir del valor cultural -arte, ciencia, pensamiento- hoy producido por Europa. Ya la Escuela de Viena -las escuelas, as¨ª en lo mel¨®dico como en lo filos¨®fico- expresaba desconcierto y perdici¨®n, metas oscuras y rumbos inciertos. Con Heidegger acaso huyera la metaf¨ªsica tras su fugaz palingenesia de principios de siglo.
En los premios afamados dominan los apellidos transatl¨¢nticos o tal vez transatlanticanizados... Pero... Este pero consolador cabe a¨²n aqu¨ª en alg¨²n modo, pero -y ¨¦ste ya no anima tanto- la trayectoria del alma europea, su curva matem¨¢tica, acusa signos negativos en su derivada. Europa parece estar pasando su punto de inflexi¨®n hacia lo menos.
?Ser¨¢ que Europa est¨¢ perdiendo la fe en s¨ª misma? Quien tal dijera pruebas dar¨ªa de estar sobando una vez m¨¢s el m¨¢s manoseado de los t¨®picos. Europa no ha necesitado nunca en su historia esa huera convicci¨®n de creer en s¨ª misma.
En lo que ha cre¨ªdo, si acaso, ha sido en sus suficientes posibilidades -en cuanto a efecto de potencia... material-, a falta de peligros serios a sus puertas o de amenazadores enemigos poderosos, pues cuando los ha habido -los turcos, la Rusia del siglo XVIII hasta la de Stalin; no tan serios aquellos peligros ni tan poderosos comparativamente los enemigos- ha sabido, quien mandara en Europa -el imperio y los Austrias de Espa?a, primero, e Inglaterra, despu¨¦s-, hacer frente a la realidad y salir con cierta airosidad del paso.
El enemigo ahora -digamos, sin eufemismos farisaicos, los enemigos- es sobremanera poderoso, en absoluto y en comparaci¨®n con lo europeo.. desde donde sale el sol hasta el ocaso. Pero ?sabe Europa lo que le pasa? ?Percibe su indiferencia c¨®smica, su escepticismo, su pesimismo? Y si lo sabe y lo percibe, ?est¨¢ en la suficiente certeza teleol¨®gica?
Si se me permite la propia opini¨®n, yo dir¨ªa que Europa no sabe bien lo que le pasa y que, a quien le aconsejara que analizara sus sentires negativos porque tal vez sin saberlo andaba bordeando el pernicioso pesimismo, le contestar¨ªa, puede ser que hasta sonriendo, lo que los griegos a Pablo de Tarso en el Are¨®pago: ya te o¨ªremos otro d¨ªa.
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