Las necesidades familiares empujan a Anto?ete a volver a los ruedos
Anto?ete vuelve a torear por necesidad, no por capricho. Las cargas familiares -seis hijos y tres nietos a los que se ve obligado a mantener- le empujan otra vez a los ruedos. El torero lo explica con una sinceridad que estremece: "Estoy manteniendo cuatro casas y, a este ritmo, en un par de a?os me voy a quedar sin un duro; de manera que he de ganar dinero con lo ¨²nico que s¨¦ hacer, que es torear".La reaparici¨®n ser¨¢ en la feria de Sevilla. En la de San Isidro actuar¨¢ tres tardes. De los resultados de estas corridas depender¨¢n sus contratos para el resto de la temporada. Le apodera el empresario de Las Ventas, Manuel Chopera, responsable del fracaso de Anto?ete la tarde de su despedida, en Madrid, por "ponerle" unos toros de dificil lidia, seg¨²n algunas opiniones, entre otras la del propio maestro.
Pero no hay rencor. Hay, en cambio, una oferta del empresario, interesante para el veterano diestro. No ha sido la ¨²nica, seg¨²n asegura: "Otros me ofrec¨ªan m¨¢s dinero. Hab¨ªa una propuesta de cientos de millones, para torear mano a mano con El Cordob¨¦s. S¨ª, se trataba de algo fabuloso, pero no estaba claro: para empezar, los millones no eran en mano pues depend¨ªan de que el montaje diera resultado; para acabar, yo salgo a torear en serio o no toreo. Se trataba de ir a plazas de poca monta, en plan show, y a mi eso no me va. Yo necesito la responsabilidad de Madrid y Sevilla, donde el toro tenga trap¨ªo y un p¨²blico tan exigente como entendido sepa valorar el toreo".
Anto?ete, sentado en una elegante cafeter¨ªa, caf¨¦ con leche en vaso, el inseparable pitillo entre los dedos, echa el ment¨®n abajo y a un lado, e insiste: "Cuanto mayor es la responsabilidad, m¨¢s torero me siento en la plaza". El camarero nos da pasadas, mirando de soslayo al maestro, a la espera de su oportunidad. La oportunidad le llega cuando Anto?ete saca de la cajetilla el ¨²ltimo pitillo. Se acerca presuroso y le dice: "Maestro, que est¨¢ usted sin tabaco". Terrible frase, lamentable equ¨ªvoco. Anto?ete sin tabaco. Los taurinos, cuando alguien del mundillo se quedaba sin dinero, lo expresaban as¨ª: "Est¨¢ sin tabaco, como Anto?ete"
Pero eso fue antes de la reaparici¨®n del maestro en 1981. Porque, a partir de entonces, los taurinos le reverencian por su torer¨ªa indiscutible y porque ya no est¨¢ sin tabaco. Anto?ete agradece al camarero la advertencia, le traen otra cajetilla, un caf¨¦ con leche de convite y el libro de oro de la casa para que lo firme. Es evidente que le satisface la popularidad. Comenta: "En Madrid, sobre todo, por donde vaya me reconocen. Sin embargo bajo poco aqu¨ª. Prefiero quedarme en la finca, donde hago ejercicio y llevo una vida tranquila y sana".
No cre¨ªa eso la opini¨®n p¨²blica. La opini¨®n p¨²blica dice de Anto?ete que va a altas horas de la madrugada por el Madrid de alterne con dos se?oras y una tajada como un piano. Son las constantes de Anto?ete, en el decir de las gentes: siempre la madrugada, siempre dos, siempre el piano.
Y lo sabe: "No me explico esta mala fama, pues hago una vida sencill¨ªsima: el campo, alguna partidita de mus con los amigos, y el alcohol ni lo pruebo. Sin embargo es cierto que comentan eso. Hasta mi hermana me suelta a veces: 'Que anoche te vieron con dos y llevabas una tajada como un piano'. Y resulta que ni hab¨ªa salido de casa. Pero esta fama no es de ahora ya de joven dec¨ªan: 'Menudo golferas es Anto?ete'. Lo que ocurr¨ªa era que si, por ejemplo, se trataba del cabaret, a mi me daba lo mismo ir a una hora que otra y en cambio muchos compa?eros m¨ªos iban a punto de cerrar, con un misterio y una cosa, para que no los viera nadie".
"A partir de aquella pared, todo lo que sigue es m¨ªo". Entramos en el t¨¦rmino de Navalagamella y empieza a caer la niebla sobre los pinares y los hondos parajes de espesa jara. 50 hect¨¢reas de ese campo quebrado en las estribaciones de la sierra son la finca de Anto?ete. Se la compr¨® al doctor Pozuelo hoy hace justamente un a?o.
El caser¨ªo es impresionante: construcciones en diferentes planos y con distintos ambientes; rejer¨ªa castellana; un amplio atrio lateral con p¨®rticos cortijeros; porches a los resguardos de los distintos vientos; oratorio edificado en piedra, en lo alto su campanil, ventanas y relieves g¨®ticos; jardines donde se abren patios; piscina; palomar, invernadero, naves de aladrer¨ªa, y en una vaguada pr¨®xima, el espl¨¦ndido chalet del guarda (pero no tiene guarda). Todo empieza a aflorar ahora del largo abandono que padeci¨® la finca, pues Anto?ete desbroza, poco a poco, la exhuberante vegetaci¨®n que se meti¨® en el caser¨ªo y ech¨® ra¨ªces. Cuida con mimo un madro?o que crece delante del mirador principal y le acaricia el fruto.
A veces se embelesa contemplando sus posesiones, y nos conf¨ªa el contraste de su calidad vida actual, con la anterior: "Durante muchos a?os he habitado un apartamento peque?ito, cuya angostura me agobiaba. En cambio aqu¨ª me muevo a mis anchas, y da gloria".
Recuerdos taurinos
Las dependencias de la casa principal son ampl¨ªsimas, abundan los muebles antiguos; en el despacho hay una majestuosa siller¨ªa capitular; tallas policromadas, bargue?os, escritorios, bronces, arrequives ex¨®ticos adoman los salones, el vest¨ªbulo, un cambar¨ªn. "Todo estaba en la casa cuando la compr¨¦, excepto los recuerdos taurinos". Anto?ete pondera sin entusiasmo los objetos antiguos y s¨®lo mediante referentes -"Dicen que esto tiene historia...", o "Dicen que puede valer una pasta..."- mientras se apasiona con los recuerdos taurinos.Pero no tanto por la evocaci¨®n que suscitan, como por su valor indicativo de toda una forma de entender el toreo. Cada fotograf¨ªa le da pie a una ex¨¦gesis de la tauromaquia: "Este toro result¨® maravilloso para la muleta", o "As¨ª hay que citar, en los medios, dej¨¢ndose ver", o "Esa faena y otra de Rafael Ortega, provocaron que los toreros echaran la pata l'ante".
La torer¨ªa de Anto?ete, hoy m¨¢s viva que nunca, deja en en tredicho su confesi¨®n de que reaparece por dinero. Ser¨¢ cierto pero no es menos cierta la profunda nostalgia de la profesi¨®n.
Al amor del fuego, mientras la perrita Canela dormita acurrucada a sus pies, rodeado de caobas fasciculadas y en la paz infinita del campo, Anto?ete tiene el pensamiento sumido en ol¨¦s, clarines, resoplidos de una fiera babeante cuyo instinto de matar se, diluye en la armon¨ªa de un trincherazo hondo. Y al preguntarle cu¨¢ndo ser¨¢ la nueva despedida echa abajo y a un lado el ment¨®n, mira con una gravedad sostenida y dice: "Nunca. S¨®lo me ir¨¦ cuando me falten las fuerzas y ya me sea imposible torear".
Babelia
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