Suaves chirridos
Cara de acelga Direcci¨®n y gui¨®n: Jos¨¦ Sacrist¨¢n. Fotograf¨ªa: Carlos Su¨¢rez. M¨²sica: R. Miralles. Producci¨®n: Alfredo Matas. Espa?ola, 1986. Int¨¦rpretes: Jos¨¦ Sacrist¨¢n, F. Fern¨¢n-G¨®mez, Marisa Paredes, Emilio Guti¨¦rrez Caba, Miguel Rell¨¢n, Amparo Soler Leal, Francisco Algora, Amparo Bar¨®, Ra¨²l Sender. Cines Capitol, Carlton, Candilejas, Europa, Luchana, La Vaguada y Urquijo. Madrid.
Hay en esta segunda obra de direcci¨®n de Jos¨¦ Sacrist¨¢n una paradoja: es Cara de acelga una pel¨ªcula bien realizada; cada secuencia est¨¢ correctamente medida; los planos tienen ritmo interior; los int¨¦rpretes son solventes; el gui¨®n est¨¢ h¨¢bilmente resuelto y discurre sobre ingeniosos di¨¢logos; hay esmero al otorgar transparencia a multitud de detalles que se integran sin subrayado en la fluencia cadenciosa del filme, lo que le proporciona el empaque discreto de la elegancia. Pero la pel¨ªcula no funciona. En cine, la bondad de las partes no engendra siempre bondad en el todo. Hay en este filme un engarce defectuoso de leg¨ªtimas joyas. Hablar aqu¨ª de engarce hace alusi¨®n no a mal o buen tino en el montaje y de acierto o desacierto en la sucesi¨®n de las unidades secuenciales, sino a algo m¨¢s complejo, que hace entrar en liza a la concepci¨®n del relato y al mal ajuste entre su estilo narrativo y la materia dram¨¢tica que ese estilo envuelve. Si el filme chirr¨ªa, su ¨®xido hay que buscarlo en las rendijas del acoplamiento entre qu¨¦s y c¨®mos.
Primer chirrido: Sacrist¨¢n concibe una historia itinerante, de puertas abiertas, pero lo hace con dispositivos eminentemente situacionales, de- puertas cerradas. De ah¨ª quie la pel¨ªcula se resienta de la obstrucci¨®n rec¨ªproca-entre sus zonas din¨¢micas y sus zonas est¨¢ticas. Estas ¨²ltimas son dominantes, hasta el punto Je que bloquean la sensaci¨®n de camino, de traslaci¨®n flisica, y, un relato n¨®mada, vertebrado sobre un hombre depaso, deriva hacia el sedentarismo visual. Por ejemplo: la resoluci¨®n del filme con un aplastante teleobjetivo que destruye la sensaci¨®n de desplazamiento, lo dice todo. Segundo chirrido, derivado del anterior: no hay acuerdo entre el acabamiento de unos personajes (los de Rell¨¢n, Algora y Fern¨¢n G¨®mez agotan a,dmirablemente su sustancia) y el inacabamiento de otros (,A,,mparo Bar¨®, Guti¨¦rrez Caba,Amparo Soler Leal y Marisa Paredes, aunque act¨²an con solvencia, no pueden impedir que sus personajes se les escapen sin cerrarse sobre s¨ª mismos). Lo mismo que se observa en Cara de acelga una contradicci¨®n entre itinerario y altos del camino, hay otro choque similar entre unos tipos que la c¨¢rnara atrapa su condici¨®n y otros que se le escurren s¨®lo enunciados.
Picaresca y melodrama
Tercer chirrido: la forma itinerante del filme nada tiene que ver con el relato de camiao de la tradici¨®n anglosajona. Por el contrario sigue los modelos de nuestras tradiciones narrativas Jos¨¦ Sacrist¨¢n y Fernando Fern¨¢n-( y en concreto el itinerario formal de la novela picaresca. Pues bien, esta forma itinerante aut¨®ctona, para alcanzar plenitud, ha de discurrir movida por la agilidad desgarrada de sus ¨¢cidos, mientras que Cara de acelga mete en ese picaresco molde la materia suave, casi dulce del melodrama sentimental antipicaresc_o. Es como si en el ¨¢spero cauce de El lazarillo de Tormes, Sacrist¨¢n hubiera embutido las blandas tonalidades de Lucecita o Ama de Rosa. La ligera sangre de Cor¨ªn Tellado no circula bien en las duras arterias de Quevedo.
Cuarto chirrido: cada secuencia busca la finalizaci¨®n brillante y se tiene la impresi¨®n de que su desarrollo est¨¢ predeterminado por su desenlace. De ah¨ª que se produzcan en Cara de acelga buenas resoluciones de escenas no buenas y choquen entre s¨ª medios y fines. Resultado: una pel¨ªcula visualizada con ojos de ver otra distinta, pero que deja intacto el cr¨¦dito de su autor, un cineasta que, pese a las contradiciones de estilo en que aqu¨ª incurre, reafirma la solvencia que dej¨® ver en su primera aventura de Soldados de plomo.
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