Tabaco
Tanto le hablaron de los estragos del tabaco que Carmen decidi¨® abandonar la fumadera. Llevaba toda su existencia adulta ahum¨¢ndose met¨®dicamente los pulmones, lo cual supon¨ªa una veintena de a?os de empecinamiento nicot¨ªnico: todos sus recuerdos de persona se arropaban en el aroma de la peque?a brasa. Tuvo que inventarse una nueva forma de vivir.Empez¨® masticando chicle el d¨ªa entero; cosa que entumeci¨® sus mand¨ªbulas, resquebraj¨® los empastes de sus muelas y produjo un efecto nefasto en su trabajo, que a la saz¨®n era el de relaciones p¨²blicas de una multinacional de la electr¨®nica. Se pas¨® entonces a las pastillas de regaliz, arom¨¢ticas pizcas que ella chupaba sin descanso. A la semana de ingerir masivamente esa sustancia su est¨®mago ard¨ªa como un horno cer¨¢mico; a los 15 d¨ªas padec¨ªa ya una gastritis horrorosa. Entre las visitas al dentista, los ataques hiperclorh¨ªdricos, las jaquecas (que se hicieron habituales) y los tratamientos m¨¦dicos, Carmen empez¨® a faltar al trabajo de un modo escandaloso, y, cuando acud¨ªa, su boca ennegrecida con una costra de regaliz reseco, su rostro macilento y su desva¨ªdo malhumor de enferma produc¨ªan un efecto penoso en los clientes. Por lo cual acab¨® siendo despedida de su empleo, arruinando as¨ª una carrera fulgurante. Al mismo tiempo, y obsesionada como estaba por el recuerdo del placer prohibido, Carmen abrumaba a sus allegados con la descripci¨®n de sus sufrimientos, siendo tan pertinaz y pelma en su relato que los amigos dieron en rehuirla con espanto. Otros¨ª su marido, harto de soportar su monotema, angustiado al ver su salud tan consumida y desquiciado por la greca de babas negras que la chupadora de regaliz dejaba por la noche en las almohadas, abandon¨® el domicilio conyugal y huy¨® con la dependienta del estanco. Enferma, sin trabajo, triste y sola, decididamente fan¨¦ y descangallada, Carmen puso fin a su vida arroj¨¢ndose a los coches de choquetazos. Y luego dicen que la marihuana es droga. Mecachis en la mar con el tabaco.
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