La fuerza del testimonio
Fue un campesino del sur de Estados Unidos que pareci¨® ser un tr¨¢gico griego, pero se qued¨® a medio camino. Era hijo de un ministro presbiteriano, pas¨® r¨¢pidamente por la universidad, pero nunca dej¨® de ser un concienzudo autodidacto. Sinti¨® tan profundamente las tragedias del profundo Sur que no tuvo tiempo de ser el escritor proletario que pretend¨ªa con sus primeras novelas, El bastordo (1929) y Pobre loco (1930), tal vez las m¨¢s importantes. Hab¨ªa sido pe¨®n agr¨ªcola, tramoyista, futbolista, periodista, corresponsal y luego editor, conferenciante y guionista de cine. La carga tr¨¢gica de sus libros destru¨ªa a c¨¢mara lenta su humorismo feroz. Fue un rebelde y hasta un progresista en sus ratos libres. ?C¨®mo no buscar en sus libros esa cota final de ternura que nos hace, a pesar de todo, levantar los ojos a la esperanza?Apenas se lee hoy a CaldweIl, a pesar de que en sus mejores tiempos fue el escritor m¨¢s vendido del mundo. En 1949, en el Penguin Companion se se?alaba que hab¨ªa vendido ya m¨¢s de 20 millones de ejemplares de sus libros; 10 a?os despu¨¦s, en 1959, The Month's Book contabilizaba que se hab¨ªan vendido ya 58 millones de ejemplares. Evidentemente vend¨ªa demasiado para poder hacerse perdonar, y la cr¨ªtica le tild¨® de superficial.
Occidente hab¨ªa descubierto ya a Hemingway y a Steinbeek, y el gran representante del sur estadounidense era ya William Faulkner. Estos tres ¨²ltimos escritores recibieron por turno sus correspondientes Premios Nobel, tras las avanzadillas de Sinclair Lewis y Eugene O'Neill. Bien, todos hundidos en el tumulto, desde Erskine CaldweIl a Thomas Wolfe, mientras Pearl S. Buck se colaba de rond¨®n en la lista de los premios suecos. Al fin y al cabo, los premios no son otra cosa que premios, y la literatura va por su lado.
Erskine CaldweIl, que yo sepa, no fue conocido en Espa?a hasta despu¨¦s de la guerra, y su mejor art¨ªfice fue el editor catal¨¢n Luis de Caralt, que lanz¨® una decena de t¨ªtulos.No todos los que quiso, ya que la censura franquista no resist¨ªa la poderosa sexualidad de algunos libros, precisamente los m¨¢s importantes. Mientras en Barcelona aparec¨ªan algunos t¨ªtulos de gran inter¨¦s para la Espa?a de la posguerra -La casa de la colina, Un lugar llamado Esterville, Un muchacho de Georgia, Disturbio en julio, Cerco del hogar y Tierra tr¨¢gica, bien recibidos por el p¨²blico, otros acaso m¨¢s interesantes, como La seguro mano de Dios, El camino del tabaco y La peque?a granja de Dios, aparecieron en Argentina. Estos dos ¨²ltimos libros dieron lugar a grandes ¨¦x¨ªtos teatrales en Estados Unidos, pero aqu¨ª no nos enter¨¢bamos de casi nada. Era nuestro destino, y Erskine CaldweIl, aunque parcialmente, nos acompa?aba.
Testigo rural y racial
CaldweIl goz¨® a manos llenas de su ¨¦xito, viaj¨® por el mundo, pero dej¨® de ser al final un escritor comprometido, como Dos Passos o Steinbeck, pues eran los a?os de la vuelta al intimismo. En 1967, la editorial Lumen lanz¨® un excepcional reportaje sobre el racismo y la busca de las ra¨ªces infantiles, En busca de Bisco, y al a?o siguiente Alianza publicaba otros recuerdos familiares en A la sombra del campanario. Su ¨²ltima publicaci¨®n un Espa?a fue hace dos a?os, La verdadera tierra, en espl¨¦ndida traducci¨®n de Juan Carlos Onetti.
Pero CaldweIl retuvo hasta el final su fuerza expresiva, su sentido del ritmo y de la estructura, y fue un artista estimable y hasta sorprendente, tanto para marxistas como para formalistas. Sus libros son grandes documentales de su tierra natal; est¨¢n repletos de fuerza terrestre, de sexo y violencia, a lo largo de prolongadas situaciones exasperadas. Fue un testigo ejemplar, por encima de su propio ¨¦xito: un testigo rural, racial, sexual y social. Tampoco es como para ignorario a estas alturas tan diminutas como las que padecemos hoy.
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