Cuando las cosas se acatarran
El tiempo y el lenguaje centraron el 24? Congreso de Fil¨®sofos J¨®venes
El 24? Congreso de Fil¨®sofos J¨®venes, celebrado en Sitges, pasar¨¢ a la historia, seg¨²n opini¨®n de casi todos sus participantes, por varios motivos: el primero, la excelente organizaci¨®n, de la que qued¨® constancia en la asamblea final; la derrota, en la misma asamblea, de la propuesta de supresi¨®n del adjetivo j¨®venes, y, especialmente, la casi unanimidad al valorar el buen nivel de las ponencias, unas ponencias que, por otra parte, presentaban una notable homogeneidad en cuanto a las l¨ªneas maestras del pensamiento.
Los congresistas se ci?eron al lema del congreso, Tiempo y Lenguaje, no pocos de ellos frecuentaron, sobre todo, a Heidegger y Wingenstein y, si hubiera que sacar alguna conclusi¨®n com¨²n a casi todas ellas, ¨¦sa podr¨ªa ser la conciencia de que el hombre moderno, quiz¨¢ el hombre simplemente, es un ser que vive instalado en el equ¨ªvoco -error es una palabra demasiado fuerte y deliberadamente evitada en el congreso-, incluso cuando aspira a la m¨¢s absoluta certeza.?Se acatarran las cosas?". La pregunta, en apariencia chusca y sin sentido -un error categorial, que dir¨ªa un seguidor de Austin, no casualmente ausente de un congreso donde los grandes derrotados han sido anal¨ªticos- y posmodernos- la tom¨® y retom¨® de S¨®crates el fil¨®sofo madrile?o Miguel Cereceda en su intervenci¨®n, larga e intensa, en tomo al Cr¨¢tilo plat¨®nico, ese di¨¢logo que se centra en el lenguaje. En el texto original, se juega con el equ¨ªvoco que provoca la palabra griega que significa fluir y que puede aplicarse lo mismo al agua del r¨ªo que al l¨ªquido nasal que mana como consecuencia del resfriado. El equ¨ªvoco. He ah¨ª la caracter¨ªstica esencial del hombre; el no saber.
Lo m¨ªstico
La paradoja quedaba suficientemente explicitada cuando Manuel Cruz, catedr¨¢tico de Historia de la Filosof¨ªa de la universidad de Barcelona, parodiaba a Wittgenstein y afirmaba: "Lo m¨ªstico no es c¨®mo sea la acci¨®n, sino que la acci¨®n sea", y previamente hab¨ªa advertido: "El m¨¢ximo obrar que admite el pasado es el conocimiento; el m¨¢ximo conocimiento que admite el futuro es la anticipaci¨®n". El hombre se ve as¨ª impelido a saber -con toda la precauci¨®n que cabe atribuir a la expresi¨®n saber, aplicada a la voluble memoria- sobre lo que ya no puede modificar: el pasado, y a actuar con la intenci¨®n de forjar un futuro que en modo alguno controla. El resultado es que el conocimiento se halla en una situaci¨®n de retraso constante respecto a la vida; cuando consigue atraparla ya ha pasado.
Tambi¨¦n en alg¨²n tipo de equ¨ªvoco se movi¨® Miguel Morey que, tras una lectura del fragmento de Anaximandro, en la que se ayud¨® notablemente de Heidegger, conclu¨ªa: "El fil¨®sofo nunca acaba de ver claro sino como problema". Y propon¨ªa una pregunta: "?Qu¨¦ (me / nos) pasa?", pregunta para la que no habr¨ªa que buscar la respuesta en el ser de las cosas que pasan o en su verdad, sino en el sentido de que las cosas pasen. Se estaba muy cerca de la ¨¦tica -en el sentido griego del t¨¦rmino, relacionado con el comportamiento y la acci¨®n humana-, pero no se lleg¨® a entrar directamente en ella, aunque la exigencia de reflexi¨®n sobre el actuar debi¨® impregnar a los congresistas que acabaron aprobando, casi por unanimidad, la pol¨ªtica como elemento de reflexi¨®n del pr¨®ximo a?o.
Ante la evidencia del equ¨ªvoco queda el silencio. Lo recordaba Isidoro Reguera en una de las primeras intervenciones del congreso, expresivamente titulada La expresividad del silencio: Wittgenstein y Heidegger, con una incursi¨®n en el terreno de la m¨ªstica, contrapuesta a la teolog¨ªa. El silencio volvi¨® a aparecer en el debate que sigui¨® a una dens¨ªsima exposici¨®n de Javier S¨¢daba -la que atrajo mayor n¨²mero de asistentes-, mientras que Cereceda se interrogar¨ªa, en el segundo d¨ªa de su exposici¨®n sobre Cr¨¢tilo, en tomo a la coincidencia entre el "debemos guardar silencio" en el di¨¢logo griego y en el final del Tractatus de Wingenstein. Conclu¨ªa S¨¢daba: "Si la costumbre y la experiencia no son m¨¢s que la costumbre y la experiencia, dej¨¦moslas en lo que son. M¨¢s all¨¢ de ellas nada se puede afirmar. Pero tampoco nada se puede negar. El ¨²nico milagro es que existan".
La muerte
Y no quedaba ah¨ª la cosa. Teresa O?ate, de la universidad Complutense, acababa su charla, dedicada al tiempo, con una afirmaci¨®n rotunda: el discurso metaf¨ªsico ha sido un escudo ante la evidencia de que lo ¨²nico que de verdad nos espera es la muerte.
La muerte, uno de los conceptos que con frecuencia se obvia en las relecturas de Heidegger y que se hac¨ªa omnipresente en las discusiones y ponencias: la muerte es el propio ser del tiempo (O?ate); el hombre es un ser entre el nacimiento y la muerte (Manuel Cruz); la muerte, su descubrimiento, con el del tiempo, es el pecado original (Rafael Argullol); comprendemos porque somos finitos y probablemente nos, moriremos porque hablamos (Enric G¨®mez Le¨®n), y Cereceda cerr¨® su intervenci¨®n con una oraci¨®n f¨²nebre de Rilke.
Y de Rilke a Baudelaire, en el que se centr¨® Rafael Argullol buscando la noci¨®n de tiempo que utiliza, y concluyendo que el tiempo marca, en su poes¨ªa, un antagonismo fundamental entre la, necesidad y la libertad. Caracter¨ªstica de Baudelaire, pero tambi¨¦n del hombre moderno. Lo esencial de la conciencia moderna es buscar la eternidad de lo transitorio. La libertad es la disoluci¨®n del tiempo; la necesidad, la ca¨ªda en el mismo. He ah¨ª el pecado original: el descubrimiento de la existencia del tiempo, que vuelve a las cosas irreversibles, y de la muerte, el mayor de los mayores equ¨ªvocos.
1988, en C¨¢ceres; 1989, en Santander
Tal y como estaba previsto, C¨¢ceres ser¨¢ la sede del 25? Congreso de Fil¨®sofos J¨®venes, que se iniciar¨¢ el domingo de Resurrecci¨®n de 1988 y se prolongar¨¢ durante parte de la semana siguiente, tendr¨¢ como lema Filosof¨ªa y Pol¨ªtica y deber¨¢ incluir alg¨²n seminario, ponencia o mesa redonda dedicado a analizar la evoluci¨®n del pensamiento filos¨®fico en Espa?a a lo largo de ese cuarto de siglo. Un cuarto de siglo que pesa sobre la conciencia colectiva de los participantes y que llev¨® a una t¨ªmida propuesta, ni siquiera sometida a votaci¨®n en la asamblea, de suprimir la palabra j¨®venes porque, como dec¨ªa uno, "ya vamos estando talluditos".Como es tradicional, el vicepresidente de este a?o, el extreme?o ?ngel Manuel Molina, pas¨® a ocupar la presidencia, que desempe?aba el catal¨¢n Antoni Puimed¨®n, mientras era elegido el nuevo vicepresidente, que ser¨¢ presidente en 1989. Pero hubo una variaci¨®n en esto y en 1988 habr¨¢ dos, vicepresidentes: uno, Ram¨®n Macho, santanderino, que se comprometi¨® a gestionar las ayudas necesarias para que el congreso de 1989 se celebre en Santander, si la asamblea que se celebrar¨¢ en C¨¢ceres aprueba la ciudad c¨¢ntabra como sede, y otro, encargado de gestionar la participaci¨®n de los diversos ponentes, el extreme?o afincado en Madrid, Fernando Castro.
A la asamblea final s¨®lo llegaron dos propuestas para lema de 1988: Filosof¨ªa y Pol¨ªtica y Filosof¨ªa de la T¨¦cnica. Gan¨® la primera de forma abrumadora. Desde que en 1978 se dedicara el congreso de Burgos al concepto de Poder, la pol¨ªtica no hab¨ªa reaparecido entre los j¨®venes. Que ahora vuelva parece un signo de los tiempos.
El Congreso de Fil¨®sofos J¨®venes se inicia, desde su fundaci¨®n, el domingo de Resurecci¨®n y su duraci¨®n es siempre de cuatro d¨ªas.
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