De genes, corrales y huertos
Las autoridades norteamericanas acaban de abrir la ventanilla para registrar patentes de invenci¨®n de nuevos seres vivos. Vaya esc¨¢ndalo. La reacci¨®n de los fr¨ªvolos, o de los mejor conformados, ya se sabe: estos americanos, qu¨¦ ingenuos, qu¨¦ horteras y qu¨¦ pretenciosos. La reacci¨®n de los severos, o de los irreductibles, ya se conoce: atentado contra la naturaleza, af¨¢n de lucro a costa de la manipulaci¨®n gen¨¦tica, ultraje al sagrado aliento de la vida, cruento genocidio de seres vivos, blasfema parodia de Dios Creador. No parece haber humanista que, se precie que no corra a re¨ªrse o a quejarse de las monstruosidades que pretenden comercializar los norteamericanos: "?Y con marca registrada'.", se dice, como si la etiqueta codificadora sobrea?adiese el oprobio a la afrenta. Cu¨¢nta hipocres¨ªa. Lo de nosotros, los occidentales, resulta excesivo: somos la civilizaci¨®n m¨¢s depredadora del planeta, al que hemos colonizado, masacrado y explotado, y, sin embargo, nos arrogamos al monopolio de la moralidad, la ¨¦tica y el humanismo. Pues bien: basta ya de dobl¨¦ moral. Seamos consecuentes con el modelo de evoluci¨®n hist¨®rica del que somos producto y a cuya continuaci¨®n ampliada parecemos destinados.Desde al menos 10.000 a?os, los humanos nos estamos constantemente inventando nuevos seres vivos. La domesticaci¨®n de plantas y animales, producto de la revoluci¨®n agr¨ªcola, origin¨® un sinn¨²mero de nuevas razas y variedades: perros y corderos, trigo y ma¨ªz, vacas y cerdos, algod¨®n. y lino, caballos y gallinas, uvas y cebada, mulos y capones, caf¨¦ y tabaco, toros de lidia y gallos de pelea, ¨¢rboles enanos y rosas de cultivo. Cada uno con sus marcas registradas, por supuesto: v¨¦anse, si no, los pedigr¨ªs caninos o los hierros de las reses bravas. Fue precisamente la selecci¨®n artificial de nuevas variedades de palomas de concurso lo que inspir¨® a Darwin el descubrimiento de la selecci¨®n natural. En consecuencia, la domesticaci¨®n de nuevas variedades de animales y plantas no implica- otra cosa que la aceleraci¨®n dirigida de la propia evoluci¨®n natural, es decir, la explotaci¨®n consciente de las leyes naturales con arreglo a objetivos humanos. El que esa explotaci¨®n se haga con af¨¢n de lucro no la descalifica, sino todo lo contrario: ?qu¨¦ hay de mas leg¨ªtimo que la explotaci¨®n econ¨®mica cuando produce como resultado la invenci¨®n de la agricultura y la ganader¨ªa, con sus incalculables posibilidades de alimentaci¨®n para el g¨¦nero humano? ?Es que el ingeniero agr¨ªcola, no menos que el campesino o el ganadero, como el pescadero, el frutero o el carnicero, no pueden estar movidos por el af¨¢n de lucro, como cualquier hijo de vecino, s¨®lo porque su objeto de trabajo se refiere a la manipulaci¨®n de seres vivos ... ?, ?y no comemos todos gracias a su trabajo, no por interesado menos necesario?
Hasta mediados del siglo pasado la mortalidad era enormemente elevada a causa de la cr¨®nica escasez de alimentos, debido a la baja productividad del campo. S¨®lo tras la llegada de la revoluci¨®n industrial, cuando por fin comenz¨® a tecnificarse el campo, pudo comenzar a elevarse la producci¨®n de alimentos por encima del nivel de subsistencia, reduci¨¦ndose, en consecuencia, la tasa de mortalidad. Por, tanto, todo cuanto se haga en investigaci¨®n y desarrollo en materia agropecuaria, no har¨¢ sino mejorar el nivel de vida humano: no conozco ning¨²n otro humanismo m¨¢s leg¨ªtimo.
La biotecnolog¨ªa y la ingenier¨ªa gen¨¦tica, aplicadas a la investigaci¨®n y desarrollo de nuevos seres vivos, no implica ninguna discontinuidad con el viej¨ªsimo y ancestral sistema de la domesticaci¨®n de animales y plantas mediante la selecci¨®n artificial de nuevas variedades y razas. Simplemente, lo que antes se hac¨ªa por tradici¨®n, a ojo de buen cubero, mediante recetas de cocina y aplicando el m¨¦todo de la prueba y el error, ahora se hace por el m¨¦todo experimental de la ciencia moderna, bajo control riguroso y previendo con toda exactitud los resultados buscados. En suma, lo que antes se dejaba al azar (cruzando caballos y asnos, a ver si pasaba algo), ahora se hace bajo control humano, sabiendo lo que va a pasar por adelantado. Por tanto, desde un humanismo sensato, resulta mucho mas leg¨ªtimo el procedimiento moderno, supervisado bajo control cient¨ªfico, que el tradicional, imprevisible y descontrolado.
Lo que s¨ª cambia es la velocidad. Con el procedimiento antiguo, precient¨ªfico, se tardaba generaciones enteras en mejorar las variedades y razas, obteniendo espigas con m¨¢s semillas o recentales con m¨¢s kilos. Hoy, en cambio, en un par de a?os se consiguen resultados que antes precisaban siglos. ?Por qu¨¦? Pues en parte debido al sistema de registro de patentes de invenci¨®n, que garantiza una remuneraci¨®n suficiente de los derechos de propiedad intelectual del investigador. Investigar implica esfuerzos muy costosos y de muy inciertos resultados: esfuerzos que no merecen la pena si luego, una vez culminados, cualquiera puede aprovechar el resultado sin haber tenido que sacrificar coste alguno. Por tanto, en ausencia de un sistema de derechos de propiedad de los investigadores sobre sus descubrimientos (eso, y no otra cosa, es un registro de patentes), no merece la pena invertir tiempo ni recursos en el esfuerzo investigador. Y eso es lo que suced¨ªa en el pasado, cuando no exist¨ªan patentes: nadie se molestaba en investigar, y s¨®lo por azar se produc¨ªan los descubrimientos. Pero hoy, desde que ya resulta rentable ponerse a investigar, la velocidad con que se suceden los descubrimientos se va multiplicando de modo acelerado.
Tal velocidad genera v¨¦rtigo. En realidad, las protestas que despierta el anuncio de la oficina de patentes no se debe tanto a la indignaci¨®n moral (para la que no hay nuevas bases, pues, en sustancia, el asunto es tan viejo como el corral y el huerto) cuanto al miedo: miedo a no poder adaptarse a tiempo, miedo a no poder seguir el paso de un proceso tan veloz, miedo a perder el dominio sobre una evoluci¨®n excesivamente r¨¢pida. Ese miedo es fundado: es el miedo al poder, el miedo ante aquello que nos puede y contra lo que poco se puede. Y de ese miedo, como siempre, surge la apelaci¨®n a Dios: reto a Dios, suplantaci¨®n del Creador, parodia del Sumo Hacedor. ?Pero qu¨¦ es Dios m¨¢s que una creaci¨®n humana, otro producto de los hombres, mera invenci¨®n dise?ada por los humanos para conjurar el miedo al azar incontrolado? Basta ya de prestar o¨ªdos a oscurantistas funcionarios vaticanos, que pretenden asustarnos con ¨¢ngeles y diablos, dioses y demonios. El miedo al poder se vence us¨¢ndolo.
Lo ¨²nico sagrado a respetar, de haberlo, es la relaci¨®n de los humanos con su entorno; relaci¨®n de explotaci¨®n de unos re cursos escasos. La ciencia incrementa sobremanera semejante poder de explotaci¨®n: lo cual, como siempre ante el poder, da miedo. Pero desde que ese poder de explotaci¨®n existe, no usarlo ser¨ªa criminal, literalmente, pues implicar¨ªa reprimir la capacidad de satisfacer necesidades humanas. Desde que la ciencia explota la naturaleza, la cantidad de vida humana sus tentada por el planeta (medida en n¨²mero de personas multiplicado por su esperanza de vida) viene multiplic¨¢ndose en progresi¨®n geom¨¦trica: nunca tantos vivieron tanto como ahora. A pesar de lo cual, sigue habiendo bocas humanas sin alimentar. Por tanto, es criminal reprimir la investigaci¨®n biot¨¦cnica, de la que depende el futuro de la alimentaci¨®n. El ¨²nico criterio es la cantidad y la calidad de las vidas humanas concretas.
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