C¨¢rceles 'made in USA'
La crisis econ¨®mica y la pol¨ªtica neoliberal abarrotan las c¨¢rceles de Estados Unidos
"La situaci¨®n en las c¨¢rceles constituye, despu¨¦s del d¨¦ficit presupuestario, nuestro problema m¨¢s acuciante". Pocos en Estados Unidos rechazar¨ªan esta afirmaci¨®n del senador por Tejas J. E. (Buxter) Brown. La poblaci¨®n carcelaria virtualmente se ha duplicado durante los a?os de Reagan: 530.000 reclusos purgan sus penas en las prisiones federales y en las de los Estados y alrededor de 250.000 se hallan a la espera de juicio en los centros de detenci¨®n. Estos valores representan 15 veces m¨¢s detenidos que en Francia, para una poblaci¨®n que s¨®lo es cuatro veces m¨¢s numerosa.
A esto, hay que agregar el hecho de que lapol¨ªtica de law and order (ley y orden), impulsada por el actual presidente y aplaudida por la opini¨®n p¨²blica, no ha hecho descender el ¨ªndice de criminalidad. En lugar de disuadir a los potenciales autores de cr¨ªmenes, parece alentarlos de alguna manera. El a?o pasado, la polic¨ªa registr¨® 11,8 millones de delitos; los responsables de las estad¨ªsticas suponen que un n¨²mero equivalente no ha sido denunciado, lo que llevar¨ªa el total de los delitos cometidos a unos 20 millones. Es decir, que, a pesar de los cr¨¦ditos suplementarios con los que se beneficia, la polic¨ªa s¨®lo detiene a un n¨²mero relativamente bajo de culpables. Aun as¨ª, las c¨¢rceles est¨¢n superpobladas, m¨¢s de lo que pern¨²te la ley de este pa¨ªs democr¨¢tico.Es in¨²til insistir que aqu¨ª todo ocurre a la vista de todos. El Bolet¨ªn de Estad¨ªsticas Judiciales informa regularmente sobre el aumento del n¨²mero de presos; la American Civil Liberties Union y otras organizaciones humanitarias quieren estudiar la situaci¨®n en el lugar mismo donde suceden los hechos, y presentan continuamente quejas ante la justicia. La octava enmienda de la Constituci¨®n norteamericana proh¨ªbe los "castigos inhabituales y crueles", y ya en 1980, la Corte Suprema de EE UU hab¨ªa decretado, despu¨¦s de examinar el caso (conocido bajo el nombre de James A. Rhodes versus Kelly Champan) de una c¨¢rcel de Ohio, que la superpoblaci¨®n carcelaria es una crueldad. En unos 40 Estados, comprendidas las grandes ciudades, la administraci¨®n penitenciaria ha recibido de lajusticia la orden de reducir dr¨¢sticamente el n¨²mero de detenidos.
Sin embargo, los tribunales no dicen a d¨®nde enviarlos, ni la Administraci¨®n tampoco sabe qu¨¦ hacer. Las c¨¢rceles han tomado prestadas las plazas disponibles en los centros de detenci¨®n preventiva, pero en la actualidad estos ¨²ltimos est¨¢n, a su vez, superpoblados. ?nica soluci¨®n posible: construir r¨¢pidamente muchas c¨¢rceles, realizando recortes sustanciales en los otros gastos presupuestarios, emitiendo bonds obligatorios que no sean imponibles (contraria mente a los US Defense Bonds) aceptando por ¨²ltimo, en algunos Estados del Sur la creaci¨®n de c¨¢rceles privadas, aunque s¨®lo en el sector de baja seguridad, es decir, para los menores y los delincuentes poco peligrosos.
?A d¨®nde se llegar¨ªa aceptando esta carrera infernal de represi¨®n y de aumento de los lugares de reclusi¨®n? Muchos crimin¨®logos, psiquiatras y juristas no dudan en rebelarse. Consideran a esta pol¨ªtica de oportunista, e in cluso de inexcusablemente imb¨¦cil.
Seguridad
La opini¨®n p¨²blica norteamericana contin¨²a reclamando seguridad y exigiendo que los violentos est¨¦n entre rejas; sin embargo, no parece comprender el hecho de que la c¨¢rcel actual es terriblemente crimin¨®gena. "Es preciso saber", declara Allen F. Bread, presidente del Consejo Nacional para el Crimen y la Delincuencia, "que el 90% de los actuales reclusos est¨¢n como animales en aulados y volver¨¢n a la sociedad con tanta hostilidad envenenada y odio que pronto lo har¨¢n sentir en las calles". B¨¢rbara Ehrenreich se?ala por su parte: "Ya tenemos el waffare state menos desarrollado de todas las naciones avanzadas y, adem¨¢s, ahora vamos a reducir los cr¨¦ditos destinados a las escuelas y a las viviendas decentes para construir c¨¢rceles cada vez m¨¢s grandes e impenetrables". Seg¨²n ella, los que aceptan esta soluci¨®n son como aquel que trata de secar un suelo inundado, olvidando cerrar entes el grifo.
Por aqu¨ª y por all¨¢ se comienza a hacer c¨¢lculos: un vigilante de prisi¨®n gana 25.000 d¨®lares por a?o; un recluso cuesta una media de 60 d¨®lares diarios, es decir, 21.200 d¨®lares por a?o. Si se distribuyera este dinero entre los pobres, no existir¨ªan familias indigentes en Estados Unidos. Otros afirman que con este presupuesto ser¨ªa posible enviar a la Universidad a todos los j¨®venes norteamericanos. Estas cifras resultan sobrecogedoras, aunque se trate de opciones ut¨®picas que, a corto plazo, resultan impracticables. De todo modos, la idea olvidada en tiempos de Reagan de que el problema de las c¨¢rceles, sin una labor social adecuada es insoluble, va ganando cada vez m¨¢s adeptos en Norteam¨¦rica.
El walfare stale (estado del bienestar) ya no est¨¢ oficialmente en la orden del d¨ªa y, a excepci¨®n del dirigente negro Jessie Jackson, ning¨²n candidato dem¨®crata habla de ¨¦l. Sin embargo, las estad¨ªsticas, abundantemente publicadas aqu¨ª, abogan por la eficacia de todo aquello capaz de elevar el nivel de vida. A trav¨¦s de ellas nos enteramos, por ejemplo, que un norteamericano corre un riesgo 15 veces mayor que un brit¨¢nico y 20 veces mayor que un escandinavo de ser v¨ªctima de la violencia criminal.
Hambrientos
El alcalde de Nueva York, Edward Koch, informaba complacido que los hungry people -las personas que padecen hambre- no comet¨ªan cr¨ªmenes violentos, lo que resulta dif¨ªcil de aceptar cuando se constata que el 99% de los 750.000 detenidos en c¨¢rceles norteamericanas pertenece a las capas sociales m¨¢s pobres, y que un 50% de ellos son negros (que representan el 12%. del total de la poblaci¨®n). Naturalmente, el hambre no es el ¨²nico m¨®vil de los cr¨ªmenes y nadie niega la existencia de una patolog¨ªa criminal. Pero la pobreza, el bajo nivel de educaci¨®n, las malas condiciones de la vivienda -en breve, las causas de una mayor desigualdad social- constituyen la base del aumento de la criminalidad en EE UU.
Un domingo en casa de John, un parole officer de Pensilvania, me ha permitido comprender mejor este problema. Negro, perteneciente a los boinas verdes durante la guerra de Vietnam, John tiene bajo su tutela a un centenar de detenidos en libertad bajo palabra por buena conducta. Su cometido hace un tiempo, cuando Pensilvania era el Estado de la siderurgia, consist¨ªa en empujarlos hacia la f¨¢brica y reintegrarlos as¨ª al buen camino. En la actualidad, lamentablemente, esta industria est¨¢ en declive, no ofreciendo ya soluciones y, en las actividades relativas a los servicios, se rechaza a las personas con un expediente judicial. Por tanto, John y unos 250 parole officers m¨¢s de su ciudad se conforman con vigilar a sus protegidos para que no se procuren armas de fuego ni se conviertan en criminales. "Es el ¨²nico favor que podemos hacerles, sabiendo que las plazas en las c¨¢rceles son muy caras y que se evita enviar all¨ª a los delincuentes de poca monta". Por este motivo, cierra los ojos cuando sus ex reclusos se convierten en peque?os vendedores de droga. "Es el ¨²nico medio que tienen de ganar algo de dinero. Ellos mismos casi nunca son drogadictos, pero ?de qu¨¦ vivir¨ªan sin estos ¨ªnfimos negocios? Sus familias son pobres, en la c¨¢rcel no pod¨ªan ahorrar, porque all¨ª ya no hay trabajo y el Estado no los ayuda. Si no traficaran con la droga, se convertir¨ªan r¨¢pidamente en ladrones o el diablo sabe en qu¨¦".
?l sabe, de todos modos, que se trata de una soluci¨®n desesperada, porque lo j¨®venes drogadictos que les compran a sus protegidos emprender¨¢n a su vez, tarde o temprano, el camino de la c¨¢rcel, ya que cuando necesitan una dosis pierden completamente la cabeza. Le hice notar que me hab¨ªa descrito un c¨ªrculo vicioso. Estaba de acuerdo, pero no pod¨ªa hacer nada. "Lo que har¨ªa falta", dijo, "son empleos con sueldos decentes y cursos nocturnos para los que quieran adquirir conocimientos adecuados en nuestra era informatizada". Tambi¨¦n ser¨ªa necesario mejorar las relaciones entre las diferentes comunidades, que, en la actualidad, desde el 'momento que se cierran los ojos, se enzarzan en una guerra no declarada. Los justicieros blancos arriesgan menos que los negros, pero ni unos ni otros dejan pasar la ocasi¨®n de disparar algunos tiros con la justificaci¨®n de leg¨ªtima defensa, como ya lo hizo el tristemente c¨¦lebre Paul Goetz en el metro de Nueva York.
Masoquismo establecido
John no est¨¢ realmente politizado y en las ¨²ltimas elecciones presidenciales ni siquiera vot¨®. ?l no es, en funci¨®n de su trabajo, un idalista liberal que pretenda vaciar las c¨¢rceles de inmediato ni tratar la criminalidad por medio de otra terapia, siguiendo, el modelo escandinavo. En cambio, lo que s¨ª sabe es que EE UU practica, seg¨²n ¨¦l, un masoquismo establecido, que destruye el entramado social del pa¨ªs. En este momento ya hay m¨¢s de dos millones de norteamericanos en libertad provisional o confiados a los parole officers, y resulta evidente que un incremento de la vigilancia en estas condiciones ser¨ªa incompatible con las reglas de la democracia. "Cuando leo que el 60%. de los ni?os negros de hoy terminar¨¢n en la c¨¢rcel", dice John, "pienso que eso no suceder¨¢ as¨ª, sin m¨¢s; que habr¨¢ sangre en nuestro futuro. Mientras tanto, env¨ªo a los j¨®venes educados en las calles a la c¨¢rcel, con frecuencia para protegerlos de ellos mismos". En efecto, el parole officer tiene el poder de encarcelar a sus protegidos realizando unos tr¨¢mites m¨ªnimos.
Combatir el crimen: desaf¨ªo de Norteam¨¦rica; bajo este t¨ªtulo, un soci¨®logo de renombre, Elliot Currier, ha publicado hace tres a?os un libro prof¨¦tico. Por el momento, el Gobierno de EE UU no ha aceptado el desafio de la criminalidad. Es preciso reconocer, sin embargo, que tambi¨¦n en Europa la situaci¨®n en las c¨¢rceles contin¨²a deterior¨¢ndose y que, un poco en todas partes, el problema de soluciones de recambio, que a¨²n est¨¢n por encontrarse, deber¨ªa ser una prioridad, especialmente para la izquierda.
Traducci¨®n de C. Scavino
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