La catarsis del 'Irangate'
La guerra que libra la contra nicarag¨¹ense por cuenta de EE UU revela una gran tragedia actual del imperio norteamericano: su ej¨¦rcito no puede pelear porque su pueblo no quiere morir. Tras los desastrosos efectos de Vietnam, Washington se ha visto obligado a alquilar gente que libre sus guerras, ya sea en Nicaragua o Ir¨¢n, como est¨¢n demostrando las audiencias del Congreso, dice el autor.
Han surgido ya infinidad de infidencias y complicidades de las audiencias celebradas por el Congreso norteamericano sobre el asunto Ir¨¢n-contra. Sin menoscabo de la relevancia de los mismos ni de los efectos pol¨ªticos que las revelaciones puedan surtir, lo que realmente ha sido enjuiciado y puesto en tela de juicio es la voluntad de Estados Unidos de seguir actuando como la superpotencia o el imperio que hab¨ªa querido ser hasta ahora. Las audiencias han coincidido con una serie de cuestionamientos hechos en EE UU a su propio pasado reciente -mediante pel¨ªculas sobre Vietnam, como Platoon, Jardines de piedra, de Francis Coppola, o la m¨¢s reciente de Stanley Kubrick- y a su futuro cercano. La catarsis que representaron las escenas televisadas del duelo, llanto y derrumbe emocional, frente al presidente Ronald Reagan, de las viudas, los padres y los hijos de los 37 marinos norteamericanos calcinados hace dos semanas en el golfo P¨¦rsico plante¨® al pa¨ªs entero el problema del coste real de sus intereses en el mundo.Lo que mostraron las tomas indiscretas y aterradoras de la televisi¨®n estadounidense es que el pueblo de EE UU -m¨¢s a¨²n, los familiares de oficiales de la Armada o de marineros altamente calificados, no simplemente tropa rasa- no quiere morir ni acepta que mueran sus hijos. Por supuesto, hay quienes aducen que los norteamericanos se oponen a la muerte de sus militares por intereses nacionales confusamente definidos o ma?osamente presentados.
Y, en efecto, existen encuestas de opini¨®n que muestran que aunque la mayor¨ªa de los ciudadanos de ese pa¨ªs se niega a morir en Managua, en L¨ªbano o en el estrecho de Ormuz, estar¨ªan dispuestos a hacerlo si percibieran una amenaza real a intereses nacionales de su patria en Europa occidental, Israel o Jap¨®n.
Razones del hero¨ªsmo
Pero lo que las pel¨ªculas introspectivas y demoledoras del ¨¢nimo nacional muestran no es un pueblo que racionalmente suma y resta intereses y valores nacionales para concluir que s¨ª conviene perecer en Par¨ªs pero no en El Salvador. Es de dudarse que cualquier pueblo razone de esa manera; m¨¢s bien, quien as¨ª lo hiciera no arriesgar¨ªa nunca nada, porque racionalmente no hay sacrificio o hero¨ªsmo que valga.
La sensaci¨®n que emana de la pel¨ªculas y del p¨²blico -joven en su mayor¨ªa- que las ve, y de los cientos de muchachos que el pasado 25 de mayo desfilaron frente al bello y terrible monumento a los 58.000 norteamericanos ca¨ªdos en Vietnam, es que no saben ni quieren saber si la defensa de su pa¨ªs vale su vida.
En su infinita ignorancia -pero tambi¨¦n en su gran sensibilidad e ¨ªntima comuni¨®n con el pueblo que lo eligi¨®-, Ronald Reagan capt¨® este fen¨®meno mejor que nadie. Entendi¨® que el llamado patriotismo, la exaltaci¨®n de los tradicionales valores norteamericanos, jam¨¢s reanimar¨ªa la voluntad marcial de los estadounidenses, pero en cambio s¨ª les permitir¨ªa asumir con serenidad el pavor que les causa la muerte de los suyos. Reagan, en su maravillosa intuici¨®n, comprendi¨® que el resultado de la mezcla explosiva del individualismo americano y la muerte presente en la televisi¨®n cotidiana es la muerte individualizada, por definici¨®n intolerable. Aunque su mandato presidencial se haya visto ensombrecido por m¨¢s muertes americanas en combate que el de cualquiera de sus antecesores desde Richard Nixon entre 1968 y 1972, Reagan supo limitar los da?os y cortar por lo sano antes de que acontecieran m¨¢s tragedias. En Granada, en L¨ªbano, en Centroam¨¦rica, Reagan ha comprendido que su ej¨¦rcito no puede pelear porque su pueblo no quiere morir.
Acertijo imidescifrable
Todos los subterfugios y el sinn¨²mero de conspiraciones para violar las leyes de Estados Unidos puestos en evidencia por las audiencias del (Congreso han tenido justamente por prop¨®sito el resolver un acertijo indescifrable. ?C¨®mo seguir siendo una superpotencia si la fuerza militar convencional ya no es un recurso disponible, y todo el mundo lo sabe? Lo que se ha llamado la privatizaci¨®n de la pol¨ªtica exterior de Estados Unidos -en Centroam¨¦rica o en Ir¨¢n, da lo mismo- es en realidad una operaci¨®n de financiamiento secreto de un contrato de arrendamiento. Es tados Unidos se ha visto obligado a alquilar gente que libre sus guerras, sucias y peque?as, y que sufra sus bajas. Pero, como sabe todo inquilino, el problema de arrendar es que hay que pagar.
Como el pueblo y el Congreso norteamericano jam¨¢s estar¨¢n dispuestos a asumir las consecuencias de sus actitudes pacifistas -y aceptar con cinismo la subcontrataci¨®n de los menesteres del imperio-, es preciso hacerlo en secreto. Pero ya es casi imposible realizar acciones gubernamentales sigilosas en EE UU: eso han mostrado las audiencias del Congreso.
La verdad es que nadie puede ni debe quejarse del ocaso del patriotismo militar norteamericano, ni de la presente par¨¢lisis pol¨ªtica del imperio moderno que fue ese pa¨ªs desde la segunda guerra hasta la de Vietnam. Sin embargo, ser¨ªa iluso pretender que la creciente imposibilidad de cumplir compromisos y asumir responsabilidades no tendr¨¢ efectos reales en las diversas correlaciones de fuerza regionales y globales que imperan hoy en el mundo. Quiz¨¢ exista otra manera de ser superpotencia: tal vez EE UU aprenda a influir e imponer sin el uso de la fuerza, y con la sola amenaza cada vez menos cre¨ªble del aniquilamiento nuclear. Por ahora, los americanos apenas comienzan a aprender que hay pocas cosas que justifican la muerte, y que cuando se tiene tanto que perder como tienen ellos, no se suele querer perderlo.
es profesor de la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas de la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico y miembro investigador de la Fundaci¨®n Carnegie de Washinaton.
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