Huelga en Sur¨¢frica
M?S DE tres semanas dura ya la huelga que mantiene fuera de los pozos a unos 350.000 mineros de Sur¨¢frica. La producci¨®n de carb¨®n y oro se halla en gran parte paralizada, con un coste elevadisimo para la econom¨ªa del pa¨ªs, en la que la exportaci¨®n de oro representa en torno al 60% de los ingresos. A pesar de la represi¨®n, que ha causado siete muertos, el Sindicato Nacional Minero (NUM) ha dado pruebas de una capacidad de organizaci¨®n que ha sorprendido a todos. El anuncio de negociaciones entre el sindicato minero y la C¨¢mara de Minas pone de relieve que las empresas y el Gobierno -que se ha mantenido en segunda fila- est¨¢n obligados a reconocer la cohesi¨®n e influencia del sindicato minero. Cualquiera que sea su resultado, la huelga minera de agosto de 1987 es, por su amplitud y duraci¨®n, un hecho sin precedente en la historia de Sur¨¢frica. El NUM, creado en 1982, se ha convertido en cinco a?os en la organizaci¨®n negra legal m¨¢s poderosa e influyente del pa¨ªs. Su capacidad negociadora, su red organizativa -capaz de paralizar ramas decisivas de la econom¨ªa- introducen un factor nuevo en la escena pol¨ªtica y social del pa¨ªs.
La huelga ha podido sostenerse sobre todo porque las reivindicaciones presentadas -un 30% de aumento de salarios, 30 d¨ªas de vacaciones anuales- responden al sentir general de unas masas humanas que ya no aceptan ser tratadas como bestias. En su mayor¨ªa viven hacinados en barracones y s¨®lo ven a sus familias una vez al a?o; sus salarios son cinco veces inferiores a los de los blancos. En la base de esta huelga est¨¢ la voluntad de los mineros negros de dar un paso hacia la conquista de un trato humano. Para ello, una condici¨®n decisiva es precisamente que el NUM consolide la autoridad que se ha ganado incluso ante los representantes patronales.
El sindicato, gracias en gran parte a la inteligencia de su secretario, Cyril Ramaphosa -ayer, l¨ªder estudiantil encarcelado por su lucha contra el apartheid; hoy, jurista entregado a la causa obrera-, ha centrado la huelga en la reivindicaci¨®n salarial, evitando mezclarla con otras cuestiones. Pero es evidente que, en las condiciones de Sur¨¢frica, y con una discriminaci¨®n racial tan brutal en las minas, la relaci¨®n entre los objetivos econ¨®micos y la lucha general contra el apartheid es inmediata. Con esta particularidad: si el Gobierno puede reprimir salvajamente los motines en las barriadas negras, el m¨¦todo de la represi¨®n brutal frente a unos mineros organizados puede provocar p¨¦rdidas econ¨®micas elevad¨ªsimas.
Con la experiencia de esta huelga se hace m¨¢s plural la visi¨®n del duro camino que la poblaci¨®n negra de ?frica del Sur puede seguir hacia un r¨¦gimen democr¨¢tico. Ha sido una lucha planteada desde dentro de la legalidad del r¨¦gimen racista. Ha atacado al apartheid, no ya en sus leyes o reglamentos, sino en su expresi¨®n directa en los lugares de trabajo, en las formas de vivir. Esta nueva realidad desvaloriza de ra¨ªz las afirmaciones del presidente Botha, catalogando a los que luchan contra la discriminaci¨®n racial como "terroristas" o agentes del extranjero. En cambio, se enriquece la concepci¨®n que ha prevalecido hasta ahora de las formas de lucha contra el apartheid. A causa de la incesante represi¨®n del Gobierno de Pretoria, estas movilizaciones antirracistas se han centrado sobre todo en acciones de protesta, pidiendo la libertad de los presos, o en acciones de resistencia contra la polic¨ªa, abriendo nuevas brechas en la coraza del apartheid.
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