Que acaben ya la revoluci¨®n
Orson Welles nos comunica al principio que vamos a ver una buena pel¨ªcula. Pero ya sabemos todos, o deber¨ªamos saberlo, lo muy mentiroso que era el caballero. Empiecen la revoluci¨®n sin m¨ª no es una buena pel¨ªcula. Tampoco es mala si la redimimos por el simple hecho de tener un s¨®lido esqueleto de comedia de confusiones y un buen par de estrellas en su cabecera: Gene Wilder, la mar de transitable en sus ya conocidas payasadas, y Donald Sutherland, capaz de salir airoso de cualquier empe?o y uno de los mejores actores del cine contempor¨¢neo, como lo demuestran actuaciones tan dispares como la de El ojo de la aguja y la que realiza en esta pel¨ªcula.
Ah¨ª esos actores lo est¨¢n, adem¨¢s, por partida doble, puesto que esta desmadrada farsa de la Francia de 1789 juega la baza de la duplicidad al contarnos la historia de dos pares de gemelos -de extracci¨®n social opuesta-, que, para rizar a¨²n m¨¢s el rizo, fueron cambiados -dos de ellos- poco despu¨¦s de nacer. Tambi¨¦n la oposici¨®n de car¨¢cteres y conductas es utilizada en la pel¨ªcula en la mejor tradici¨®n gordo y flaco.
Mal exprimidor
Pero Bud Yorkin es un mal exprimidor. No supo sacar jugo a las prometedoras posibilidades que ofrec¨ªa la idea y las m¨²ltiples situaciones que hab¨ªa encerradas en ella. Lo hubiera hecho bien, incluso muy bien, un Blake Edwards. Pero Yorkin no. Yorkin es un disciplinado amanuense de comedia fina (El beb¨¦ de la discordia, El ladr¨®n que vino a cenar) a quien se le cruzan los cables cuando el escenario requiere de un gran director de orquesta. Ya le pas¨® en El rey del juego, ¨²nica pel¨ªcula del inspector Clouseau no realizada por, precisamente, Blake Edwards.
Empiecen la revoluci¨®n sin m¨ª se emite hoy, a las 22.10 horas, por TVE-1.
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