La batalla en las 'favelas' de R¨ªo
Una semana de intercambio de balazos produce como saldo dos muertos y la detenci¨®n de 20 polic¨ªas implicados en el narcotr¨¢fico
A lo largo de seis interminables d¨ªas -entre el anochecer del martes 19 y el del lunes 24-, R¨ªo de Janeiro vivi¨® una batalla peculiar. En el cerro Do?a Marta, en la zona sur de R¨ªo, donde est¨¢ la favela Santa Marta, dos bandas de narcotraficantes disputaron a balazos el control del territorio. En la favela viven 15.000 habitantes, y la misma polic¨ªa reconoce que m¨¢s del 70% de ellos "es gente trabajadora". Uno de los dirigentes de la asociaci¨®n de vecinos del cerro Do?a Marta confirma estos datos y reconoce que en su barrio "existen marginales de la misma forma que existen en todos los sectores de la sociedad, incluso en el Gobierno, pero el 95% de la gente que vive aqu¨ª trabaja, y mucho".La batalla empez¨® con dos grupos disputando el control del cerro. Uno se hizo fuerte en la parta baja, sitiando al otro, que estaba arriba. Pelotones de la polic¨ªa militar y grupos de la polic¨ªa civil hicieron el cerco al Do?a Marta. Pero la polic¨ªa pas¨® todo el tiempo disparando amenazas, sin atreverse a iniciar la peligrosa escalada.
En medio de todo eso, los habitantes del cerro se vieron enclaustrados en sus miserables casas de Santa Marta (curiosamente, Marta se transforma en santa con la favela). Esa favela es una de las m¨¢s pobres de todas las pobres favelas cariocas. Las paredes de m¨¢s del 60% de esas casas son de madera delgada.
Las puertas pueden ser f¨¢cilmente derribadas por las patadas de un ni?o. La mitad no tiene desag¨¹e. Un 30% no tiene luz. Para esas 15.000 personas hay cuatro tel¨¦fonos p¨²blicos, 10 tel¨¦fonos particulares y un puesto m¨¦dico.
Disfrazado de mujer
La batalla termin¨® el martes y fue una de las m¨¢s peculiares de la historia. Hubo s¨®lo dos muertos y el n¨²mero de heridos no llega a las dos docenas. Sin embargo, de toda esa historia qued¨® una v¨ªctima grave: la polic¨ªa. Qued¨® en evidencia la vinculaci¨®n directa entre polic¨ªas y narcotraficantes.
A tal punto, que los dos jefes de bando que disputaban el control de los locales de venta de marihuana y coca¨ªna escaparon ilesos, acompa?ados por sus ayudantes directos. Uno de ellos baj¨® disfrazado de mujer. El otro no necesit¨® tantos cuidados. Sali¨® caminando.
Los detenidos son ayudantes de menor rango o gente que no se pudo comprobar si ten¨ªa un empleo estable (si estar parado fuera crimen, habr¨ªa que detener a unos cinco millones de brasile?os que perdieron sus empleos sin lograr otro en los ¨²ltimos tres a?os).
Pero hubo adem¨¢s la detenci¨®n de unos 20 integrantes de la polic¨ªa militar, con rangos que van de cabo a capit¨¢n, ya que varios miembros de los grupos de traficantes que fueron detenidos los acusaron, con nombres y se?as, de vender armas y protecci¨®n a cambio de dinero y drogas.
Ha sido, en muchos aspectos, un espect¨¢culo ins¨®lito. Los dos l¨ªderes del narcotr¨¢fico en el cerro dispon¨ªan de m¨¢s munici¨®n y mejor armamento que la polic¨ªa. Dispon¨ªan de modernos aparatos de radio que les permitieron saber con antelaci¨®n cu¨¢les ser¨ªan los movimientos de las patrullas. Adem¨¢s dispon¨ªan de un complejo aparato de relaciones p¨²blicas, que permiti¨® a la Prensa (incluso a varios corresponsales de cadenas extranjeras de televisi¨®n) acompa?ar la balacera y, ocasionalmente, subir el cerro para entrevistar a uno u otro jefe.
Los apodos de Zacar¨ªas Gon?alves Rosa Neto, Zaca, y de Emilson Dos Santos Fumero, de Cabeludo, se hicieron populares. Un traficante de coca¨ªna se present¨® a la Prensa como asesor de comunicaci¨®n social de Cabeludo y promovi¨® briefings a cada final de tarde, resaltando su respeto por los horarios de cierre de los distintos peri¨®dicos de R¨ªo. Advert¨ªa a los camar¨®grafos, adem¨¢s, de no enfocar el rostro de los entrevistados. "S¨¦ que eso va contra las reglas de la televisi¨®n, pero es por nuestra seguridad", aclar¨®.
Bajar del cerro
Nadie sabr¨¢ jam¨¢s cu¨¢ntos tiros fueron disparados a lo largo de los seis d¨ªas, y nadie lograr¨¢ jam¨¢s explicar c¨®mo no hubo v¨ªctimas en n¨²mero considerable. La polic¨ªa no subi¨®, dijeron voceros oficiales, "para evitar v¨ªctimas entre la poblaci¨®n civil". Tampoco eso es muy cre¨ªble, ya que la polic¨ªa de R¨ªo no se caracteriza, sobre todo en los ¨²ltimos seis meses, por el respeto a los derechos de los favelados.
Cuando la polic¨ªa civil, finalmente, invadi¨® el cerro, en la ma?ana del martes, no encontr¨® a nadie. La polic¨ªa militar invadi¨® el mismo cerro horas despu¨¦s, con id¨¦ntico resultado. La mayor parte de los moradores hab¨ªan abandonado sus casuchas, y en cuanto a los delincuentes buscados, ni sombra.
Los moradores de la favela se quejaron de que sus casas fueron invadidas con violencia y que sus pertenencias fueron rotas o robadas. La polic¨ªa militar acus¨® a la polic¨ªa civil. La polic¨ªa civil dijo que fueron los bandidos. Y, de paso, detuvo a varios vecinos para "averiguar sus antecedentes".
Pero hay mucho m¨¢s que lo pintoresco en esa batalla. En realidad, lo que hay es motivo para mucha alarma. Una semana antes, moradores de la mayor favela de Am¨¦rica del Sur, la Rocinha, situada entre tres de los m¨¢s elegantes barrios de la ciudad (Gavea, San Conrado y Leblon), hab¨ªan provocado una fuerte convulsi¨®n con una protesta Popular.
Rocinha tiene casi 300.000 habitantes. Parte de ellos bajaron el cerro para cortar el tr¨¢nsito, protestando contra la violencia de la polic¨ªa y contra la prisi¨®n de Den¨ªs, poderoso narcotraficante y protector de la favela. Esa manifestaci¨®n se extendi¨® a lo largo de casi seis horas, provocando embotellamientos de hasta ocho kil¨®metros en el tr¨¢nsito.
Pero m¨¢s grave fue el enfrentamiento entre la polic¨ªa militar -armada con escopetas, pistolas y bombas de gas- y los favelados, que apedrearon no s¨®lo a los soldados, sino a todos los coches que sal¨ªan del t¨²nel Dois Irmaos.
Se cort¨® as¨ª la comunicaci¨®n entre la extensa regi¨®n de Barra da Tijuca y la zona de Leblon y Gavea, y con eso, entre Barra y todo el resto de la ciudad. Luego vino la batalla de Santa Marta. Y el pasado jueves se anunci¨® el principio de otra guerra entre narcotraficantes, ahora en la lejana zona norte de R¨ªo.
Fiestas y defunciones
La pr¨®xima batalla ser¨¢ trabada en Andaral, anuncian emisarios an¨®nimos en llamadas telef¨®nicas a los peri¨®dicos. Todo eso mantiene a la ciudad en tensi¨®n constante. La mayor parte de las favelas est¨¢ entre los elegantes edificios de la zona sur de R¨ªo.
En los ¨²ltimos d¨ªas se anuncian nuevas batallas y la polic¨ªa se enfrenta a una resistencia doble. De un lado est¨¢n las armas de los narcotraficantes. De otro, las protestas de la poblaci¨®n ci-
vil, principal v¨ªctima de los m¨¦todos empleados por la polic¨ªa.Se calcula que en R¨ªo vive poco m¨¢s de un mill¨®n de personas en favelas. Esa poblaci¨®n, constituida en su inmensa mayor¨ªa por trabajadores, sufre de la truculencia policial, siempre dispuesta a emplear cualquier m¨¦todo en su b¨²squeda de marginales o sospechosos. La prisi¨®n de algunos traficantes de drogas significa, para los favelados, el rev¨¦s de lo que significa para el resto de la poblaci¨®n: son esos jefes los que funcionan como l¨ªderes de las favelas.
La estructura de poder es parecida a la de los mafiosos: un gran jefe controla una regi¨®n encastillado en una favela de mayor importancia. Actuando al margen de la ley, esa versi¨®n peculiar de Robin Hood ejerce amplio control sobre los habitantes de los cerros. Financian fiestas comunitarias, bodas, partos, defunciones.
Aseguran medios para trabajos de mejora colectiva (luz p¨²blica, casas colectivas). Pagan gastos en hospitales y medicinas. Y, de paso, aseguran que no haya disputas violentas entre bandos rivales de una misma favela. En otras palabras, un poderoso cappo del narcotr¨¢fico ejerce, en las favelas de R¨ªo, parte fundamental de lo que ser¨ªa funci¨®n del Estado (asistencia m¨¦dica, sanitaria y social, seguridad y financiaci¨®n de obras comunitarias).
Escuadrones de muerte
Al asumir el Gobierno de R¨ªo el pasado martes, el conservador WeIlington Moreira Franco se comprometi¨® a acabar con la violencia "en 180 d¨ªas". Se declar¨®, a partir de entonces, una escalada sin precedentes de la violencia, sobre todo dirigida a las poblaciones pobres.
Los escuadrones de la muerte, neutralizados en el Gobierno anterior del socialista Leonel Brizola, volvieron a actuar con renovador rigor. La complicidad entre traficantes y polic¨ªas se fortaleci¨®. La polic¨ªa pas¨® a exigir cada vez m¨¢s (en dinero y drogas, acusan los traficantes) y favoreci¨® la rivalidad entre bandos existentes.
Gracias a todo eso la violencia escap¨® a todo y cualquier control. No se atac¨®, sin embargo, la entrada de drogas en el pa¨ªs (Brasil es un importante punto en la ruta de la coca¨ªna, y buena cantidad de la droga se queda en R¨ªo). Adem¨¢s no hay ning¨²n proyecto concreto para mejorar las condiciones sociales de las favelas. As¨ª, los moradores siguen pendientes de la existencia de un protector, que ahora es acosado por la polic¨ªa.
Nuevas batallas se anuncian. Las clases medias de la ciudad tienen un temor: que, a ejemplo de lo que ocurri¨® en la Rocinha, los favelados bajen del cerro. O que lo que baje no sean puramente los favelados, pero siga la rivalidad entre los grupos. Zaca y Cabeludo est¨¢n sueltos y seguramente volver¨¢n a encontrarse en el anochecer de alg¨²n nuevo martes.
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