Del compromiso intelectual: H?lderlin y Trotski
"Si la realidad no se adapta a mi idea, peor para la realidad", dec¨ªa un apasionado personaje. Tambi¨¦n los rom¨¢nticos sue?an con realizar sus ideas a toda costa, aun contra la espesura terrible de lo real dado. Igualmente los racionalistas, de todos los tiempos, aspiran a crear un mundo nuevo desde los ideales de la raz¨®n pura. ?Qu¨¦ pueden tener en com¨²n un poeta rom¨¢ntico, como H?lderlin, y un revolucionario marxista, como Trotski?: la id¨¦ntica lucha por encarnar en el mundo los ideales puros de su pasi¨®n racional, sin transigir jam¨¢s con los humores cambiantes de la realidad ni adaptarse a sus viles y tortuosas sinuosidades. Pero hay otros grandes esp¨ªritus, como Hegel, que despu¨¦s de so?ar sublimes ideales revolucionarios se reconcilia con el mundo tal como est¨¢ constituido. Tampoco el poeta Maiakovski pudo resistir la tensi¨®n entre poes¨ªa y realidad, y puso fin a ella suicid¨¢ndose. Por el contrario, el poeta C¨¦sar Vallejo, que sab¨ªa cu¨¢ndo y d¨®nde iba a morir, profetiz¨® "la idea en devenir", sin desconcertarse con los laberintos de lo real, y descans¨® en la esperanza de un futuro reino de la fraternidad: "Se amar¨¢n todos los hombres / y comer¨¢n tomados de las puntas de vuestros pa?uelos tristes...".Hagamos un poco de historia de esta lucha de los ideales puros de la raz¨®n hist¨®rica. Hegel, al principio, se sinti¨® arrebatado por la Revoluci¨®n Francesa, y vivi¨® la emoci¨®n de esa ¨¦poca en que el mundo fue sacudido por el entusiasmo del esp¨ªritu. En la ciudad de Tubinga, Hegel, H?lderlin y Schelling plantan el ¨¢rbol de la libertad, y cantan a su alrededor himnos revolucionarios. Este delirio ideal fue de corta duraci¨®n. La dictadura jacobina desenga?¨® y espant¨® a los intelectuales alemanes, que no pudieron aceptar la dureza extrema de la pol¨ªtica revolucionaria. Y Hegel ya no exalt¨® la Revoluci¨®n Francesa como gu¨ªa para una renovaci¨®n del mundo, aunque siempre consider¨® que fue una necesidad hist¨®rica. Mientras Hegel, en su prefacio a Filosof¨ªa del derecho, llegaba a la triste y reaccionaria conclusi¨®n "lo que es racional es real, y lo que es real, racional", f¨®rmula de conformismo a las cosas existentes, H?lderlin se mantuvo fiel siempre a los ideales de la Revoluci¨®n Francesa, y la celebra en Himnos a los ideales de la humanidad: "Ya no me intereso por el hombre individual, ahora mi amor va al g¨¦nero humano". Hasta Heidegger mismo reconoce que su poema Heimkunft no es patriota, nacionalista, sino universal humano. Al mismo tiempo que Hegel intentaba reconciliar las contradicciones de la sociedad burguesa en una nueva concepci¨®n de la vida religiosa, H?lderlin pone en boca de Hyperion: "Es una ¨¦poca mejor lo que t¨² buscas, un mundo m¨¢s bello" (...) "Hay que cambiarlo todo y todo, en todas partes". No se adapt¨® jam¨¢s a la realidad y luch¨® con Figate, hasta su final tr¨¢gico, contra el estado de cosas existente. H?lderlin ten¨ªa por fuerza que sentir mejor la necesidad de transformaci¨®n para la sociedad del siglo XVIII que los grandes hombres satisfechos y felices, porque sobresale lleno de preocupaciones y fatigas de las condiciones de vida m¨¢s humildes, luchando a brazo partido con la miseria.
Trotski no supo vencer su idealismo puro revolucionario, su kantismo, como se?al¨® Sartre, ni reconciliarse con las condiciones espec¨ªficas de la revoluci¨®n rusa. Lo que le define es su universalismo idealista y radicalismo intransigente. Su teor¨ªa de la revoluci¨®n permanente significa que ¨¦sta debe profundizarse sin cesar, superando los objetivos inmediatos para realizar el ideal de extenderse a todo el mundo. Para Trotski, la revoluci¨®n sovi¨¦tica es una escalada m¨¢s en el proceso revolucionario, y sostiene: "Cada revoluci¨®n nacional no es un logro autosuficiente, sino un eslab¨®n de la cadena internacional". Lo que Sartre denomina "encarnaci¨®n particularizada de la revoluci¨®n" no la pudo aceptar Trotski, que titula uno de sus libros La revoluci¨®n traicionada. Lenin comprendi¨® que era necesario prepararse para vivir esta situaci¨®n particular en un solo pa¨ªs, imprevista en la teor¨ªa del socialismo. Lukacs se asombra que ¨¦ste pudiera reconciliar el realismo revolucionario pr¨¢ctico con los objetivos ideales infinitos de la raz¨®n pura. Entonces podemos comprender que Lenin temiese que el idealismo sin freno de Trotski pod¨ªa llevar la revoluci¨®n sovi¨¦tica a la ruina. Frente a los que afirman "el ocaso de las revoluciones", debemos admitir que Trotski previ¨® el nuevo ascenso de la ola revolucionaria que, de hecho, hoy sacude al Tercer Mundo. No dej¨®, pues, de ser un profeta realista en su idealismo abstracto.
De todo ello puede deducirse que la real politik en el decurso de la historia no rifle batallas quijotescas contra el ideal m¨¢s puro revolucionario. Entonces hay que seguir so?ando. Y aunque sea peligroso exponer el alma entera a la destructora realidad, se debe guardar intacta la utop¨ªa de una felicidad universal. Por esta raz¨®n resulta extra?o y descorazonador contemplar c¨®mo se afirma el no compromiso de los intelectuales y su hundimiento pasivo en una triste resignaci¨®n conformista.
No creemos en una intelectuaci¨®n de la pol¨ªtica ni en el papel dirigente de los intelectuales, pero no deja de asombrar la indiferencia y apat¨ªa de muchos escritores por los ideales de la humanidad, que son necesarios simplemente para vivir. La utop¨ªa es el ¨²nico compromiso pol¨ªtico del intelectual, "es el optimismo del desarrollo humano, pues siempre esperamos una nueva divinidad, un nuevo porvenir" (H?lderlin). Seamos valientes y atrev¨¢monos a so?ar con una existencia rica, plena, variada, de hombres totales que, como Emp¨¦docles, no pueden soportar la vida unilateral; y con esas figuras sabias, de individuos arm¨®nicos y aptitudes m¨²ltiples, descritos por Trotski en Literatura y revoluci¨®n, im¨¢genes quiz¨¢ puras e ingenuas de una perfectibilidad ideal, pretensi¨®n ut¨®pica a la que, de ninguna forma, debemos renunciar.
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