Corrupciones y 'glasnost'
DURANTE D?CADAS, el discurso ideol¨®gico del franquismo intent¨® acreditar la idea de que la pol¨ªtica era una actividad propia de pillos o sinverg¨¹enzas. El mensaje cal¨® por dos motivos. Primero, porque encontraba tierra abonada en los prejuicios sedimentados por la experiencia del caciquismo del r¨¦gimen de la Restauraci¨®n. Segundo, porque la pr¨¢ctica de tantos franquistas enriquecidos desde el poder se convirti¨® en la mejor demostraci¨®n de lo fundado de ese prejuicio. Un prejuicio, por lo dem¨¢s, netamente reaccionario.Durante la transici¨®n, algunos pol¨ªticos abonados a la teor¨ªa de que todo vale si perjudica al rival, no han parado mientes a la hora de desacreditar al sistema en su conjunto, suscitando o extendiendo toda clase de bulos sobre comportamientos presuntamente corruptos de los dem¨¢s. La pol¨¦mica desatada a ra¨ªz de las acusaciones e insinuaciones de Pablo Castellano contra Benegas ha servido para poner de relieve que es sobre todo transparencia lo que falta entre nosotros. Y acaso porque los pol¨ªticos huyen de la transparencia como agua que lleva el diablo, el vicepresidente del Gobierno ha llegado a identificar con los buitres a los que, dentro de su propio partido, propician y exigen una discusi¨®n sobre los comportamientos del socialismo en el poder. Esa arrogante descalificaci¨®n de la disidencia refleja la voluntad de evitar una discusi¨®n de la que alg¨²n d¨ªa salga la luz. Porque, si bien sabemos m¨¢s o menos qui¨¦nes son los buitres, conviene identificar d¨®nde est¨¢ la podredumbre que justamente olfatean.
Estos d¨ªas se habla de la generalizada sospecha de que existe un subterr¨¢neo tr¨¢fico de influencias, desde el poder, no sometido a regla alguna. ?C¨®mo sorprenderse de ello cuando se considera legal que el s¨ªndico de una bolsa sea a la vez socio de una sociedad de intermediaci¨®n en el mercado de valores? ?C¨®mo extra?arse, cuando altos cargos pol¨ªticos se dedican, cuando cesan, y en su vuelta al mundo privado, a dirigir oficinas cuyo objeto es precisamente traficar con influencias? En un pa¨ªs en el que est¨¢ regulado hasta el caudal de agua que debe manar de las fuentes p¨²blicas, se carece de una normativa suficiente que deslinde legalmente la decencia de la indecencia. En ausencia de la norma, es la tolerancia, y la autoindulgencia, lo que prima.
Los socialistas han dejado escapar mucho de su cr¨¦dito por su incapacidad para comprender que los efectos de una buena gesti¨®n se ven en gran parte comprometidos si no van acompa?ados por una pedagog¨ªa de las actitudes. Aunque han dejado de ser marxistas, tal vez no hayan olvidado el principio seg¨²n el cual es la existencia la que determina la conciencia. O sea, que la realidad se contempla de manera diferente desde una discoteca de Ibiza que desde un despacho laboralista.
De otro principio marxista cl¨¢sico, el de que en cada per¨ªodo hist¨®rico hay clases que, defendiendo sus intereses espec¨ªficos defienden los de la sociedad toda, algunos socialistas espa?oles han extra¨ªdo una consecuencia perturbadora: la de que, en ciertas encrucijadas, los intereses particulares de un partido encaman los de la sociedad en su conjunto. As¨ª, la valoraci¨®n moral de determinados actos -o actitudes- no depender¨¢ tanto del acto mismo como de quien lo realice. Y lo que era condenable desde la oposici¨®n, puede ser admisible desde el poder. En pleno reino de la tautolog¨ªa, la prueba de honradez de cualquier iniciativa ser¨¢ el hecho de que emana de alguien previamente definido como honesto. Por esa v¨ªa de agua ha ido perdiendo el PSOE gran parte del caudal de credibilidad con que lleg¨® al poder. Si el debate ahora iniciado no se trunca, tal vez permita, m¨¢s all¨¢ del ruido ambiente, recomponer ese caudal. La condici¨®n necesaria para ello es s¨®lo una: m¨¢s transparencia. Glasnost. Pero la voluntad de tratar a los disidentes como si fueran buitres tiene mucho m¨¢s que ver con Stalin que con Gorbachov.
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