Solicitud
?sta es una propuesta de mexicanizaci¨®n del Quijote hecha por un espa?ol afincado en M¨¦xico a ra¨ªz de la iniciativa de Eulalio Ferrer de abrir en la capital mexicana un museo dedicado al h¨¦roe novelesco de Miguel de Cervantes. El texto est¨¢ escrito en forma de solicitud a quien tendr¨ªa que llevar a efecto esa mexicanizaci¨®n, e incluye una reflexi¨®n sobre el exilio espa?ol en tierras mexicanas.
Se?or licenciado don Felipe Remolina, director jur¨ªdico de la Secretar¨ªa de Relaciones Exteriores. Presente:Alonso Quijano y Sancho Panza, por nuestro propio derecho, se?alando como domicilio para o¨ªr notificaciones la casa abierta a la cultura que es, nada menos, que Guanajuato, donde a partir del d¨ªa 6 de los corrientes tenemos domicilio definitivo y autorizado para o¨ªrlas y recibir notificaciones a nuestro paciente, hospitalario y generoso amigo don Eulalio Ferrer, a usted, llenos de respeto sin menoscabo del entusiasmo, decimos:
Solicitamos se nos otorgue la nacionalidad mexicana, de ser posible, en r¨¦gimen de excepci¨®n, lo que quiere decir con todas las prerrogativas que le corresponden (aclarando, por ser pertinente, que intentar¨ªamos superar, inclusive, la discriminaci¨®n constitucional en contra de los propios mexicanos, que nos tocar¨ªa por ser hijos de un espa?ol ilustre, don Miguel de Cervantes, por lo que no se podr¨¢ invocar en nuestro perjuicio el malhadado art¨ªculo 82), remontando nuestra calidad, de ser ¨¦sta concedida, al 26 de julio de 1940, fecha de nuestra arribada a M¨¦xico, con otros muchos espa?oles que lucharon heroicamente en contra de molinos de viento (generalmente impulsados por motores alemanes de alta calidad) y que, repitiendo la historia, fueron tambi¨¦n calificados de locos.
Exigencia
Fundamos nuestra solicitud, que es s¨²plica con alg¨²n tono de exigencia, en los hechos siguientes:En el mes de julio de 1936, despu¨¦s de un letargo de siglos, iniciamos una tercera salida por los campos de Castilla. No hab¨ªa cambiado demasiado el panorama desolado de siempre, pero s¨ª el ruido. Ahora era el sordo de los tanques de guerra y de los aviones junker y de las bombas que mataban espa?oles s¨®lo como entrenamiento para futuras matanzas m¨¢s universalizadas. Encontramos en el camino, poco m¨¢s all¨¢ del Toboso, hombres que sonre¨ªan a la muerte, vestidos como trabajadores -lo eran-, que levantaban el pu?o y sab¨ªan arrojar dinamita a los tanques enemigos. Nos unimos a ellos.
Recorrimos Espa?a de nuevo. Derrotados en el Pa¨ªs Vasco, pasamos a Francia con la 42 Divisi¨®n. Despu¨¦s, en Madrid, aprendimos a entender el lenguaje universal de la solidaridad, y entre algunos de los que all¨ª formaban las Brigadas Internacionales no nos sorprendi¨® escuchar el grato acento de M¨¦xico. Celebramos en Guadalajara la huida de los exiguos descendientes de las legiones romanas. Pasamos hambre y miedo, lo reconocemos humildemente, cuando nos mandaron a Barcelona, cosas de la edad, por no poder seguir luchando en el frente. Hicimos el segundo y ¨²ltimo viaje a Francia, no precisamente voluntario, y conocimos los campos de concentraci¨®n de la democracia.
A M¨¦xico llegamos un 26 de julio, a bordo del Santo Domingo, un mermado barco de la compa?¨ªa Trasatl¨¢ntica francesa al que subimos en Martinica, despu¨¦s de un cambio de otro barco mayor, el Cuba, que no sigui¨® viaje. En medio quedaron la derrota de Francia, Burdeos, Casablanca y Ciudad Trujillo, punto de destino, pero ninguno ten¨ªamos los 500 d¨®lares que ped¨ªa el dictador por cada espa?ol que pretendiera desembarcar en Santo Domingo.
Nuevos sabores
Aqu¨ª en M¨¦xico vivimos en las vicisitudes de quienes llegaban a casa, muchos sin saberlo a¨²n y a?orando d¨ªa y noche la que hab¨ªan dejado. Aprendimos, poco a poco, los nuevos sabores y las nuevas palabras. Don Quijote, que as¨ª me llaman tambi¨¦n, tuvo oportunidad de lanzarse a mil empresas que repitieron las viejas historias que narraba don Miguel. Sancho, m¨¢s pr¨¢ctico, intent¨® con ¨¦xito peque?os negocios que despu¨¦s se hicieron grandes, si bien su mayor inquietud, el gobierno de una nueva Barataria, no pudo lograrlo por estrictas razones constitucionales, aunque no falt¨® quien le ofreciera actas de nacimiento en cualquier Toboso de la provincia mexicana.No nos fue tan mal. Logramos vivir bien y rodeados de amigos en casa de Eulalio Ferrer. Posamos ambos, con un grupo selecto de poetas, entre ellos el viejo Le¨®n, para un cuadro inmortal de Luna, remembranza de un exilio que, sin m¨¦ritos mayores, encabezamos. Pero ahora Eulalio ha querido que nos integremos a¨²n m¨¢s a M¨¦xico y se ha decidido que nuestro hogar para siempre sea Guanajuato. M¨¦xico, su gobierno, nos brinda casa vieja renovada. Han ayudado a la mudanza dos testigos de excepci¨®n: Miguel de la Madrid y Felipe Gonz¨¢lez.
Es claro, amigo Remolina, que M¨¦xico es ya nuestro hogar definitivo. All¨¢ en Espa?a, rota la oscuridad, hay luces mejores. En cambio, aqu¨ª las cosas no van bien. Creemos, a partir de los ideales de Alonso y de las.visiones pr¨¢cticas de Sancho, que aqu¨ª, en el Caribe, en Centroam¨¦rica, en los llanos y cumbres de Am¨¦rica del Sur, tenemos muchos entuertos que desfazer.
Quisi¨¦ramos hacerlo, precisamente, como mexicanos.
Suyos.
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