Las cartas , repartidas
LOS CONGRESOS provinciales y regionales del PSOE celebrados durante el fin de semana para elegir los delegados que asistir¨¢n al 31? congreso federal, en enero pr¨®ximo, han puesto de relieve que el aparato central del partido, en alianza con los l¨ªderes regionales m¨¢s influyentes, est¨¢ dispuesto a evitar cualquier riesgo de descontrol. Con la excepci¨®n de Vizcaya, las enmiendas aprobadas aqu¨ª o all¨¢, destinadas en general a dar un tono ligeramente m¨¢s izquierdista a los planteamientos estrat¨¦gicos, no ponen en cuesti¨®n la l¨ªnea general marcada por la ponencia marco aprobada en octubre por el comit¨¦ federal, y que viene a ser la racionalizaci¨®n retrospectiva de la pol¨ªtica pragm¨¢tica desarrollada por el Gobierno socialista desde hace cinco a?os. Las cartas est¨¢n repartidas, y nada sustancial cambiar¨¢ en el 31? congreso.El secretario de organizaci¨®n, Jos¨¦ Mar¨ªa Benegas, declar¨® ayer que, puesto que es el PSOE el que gobierna, la primera obligaci¨®n del partido es dar respaldo a la pol¨ªtica gubernamental. As¨ª ha ocurrido, en efecto, en estos cinco a?os. Pero es imitar al avestruz ignorar que el precio pagado por haber renunciado a todo lo dem¨¢s es el acelerado desgaste del proyecto socialista, engullido por las necesidades de la pol¨ªtica gubernamental.
El aldabonazo que supuso la disidencia p¨²blica de Nicol¨¢s Redondo provoc¨® m¨¢s irritaci¨®n que reflexi¨®n, y la consigna de cerrar filas se impuso r¨¢pidamente a cualquier intento de replanteamiento. Sin embargo, la diferencia entre la disidencia de Redondo y la de sectores cr¨ªticos que peri¨®dicamente lanzaban alfilerazos ideol¨®gicos contra lo que consideraban "degeneraci¨®n felipista del socialismo" era manifiesta y deber¨ªa haber movido a consideraci¨®n. En primer lugar, Redondo no era un espadach¨ªn aislado, sino un dirigente con tropa propia. En segundo lugar, Redondo encarnaba la cultura socialista tradicional: sus divergencias se limitaban a reflejar los valores, reales o simb¨®licos, y las pautas de comportamiento que hab¨ªan caracterizado al reformismo socialista (o socialdem¨®crata) a lo largo de toda su historia; y, en tercer lugar, el proyecto de modernizaci¨®n de la sociedad espa?ola, incluyendo su econom¨ªa, emprendido por el PSOE era inseparable de la asociaci¨®n a ese proyecto de un sindicato poderoso.
Fue el dirigente de los socialistas madrile?os, Joaqu¨ªn Leguina, el primero en alertar sobre la responsabilidad del partido en el desencuentro que se hab¨ªa producido, as¨ª como sobre los peligros que para el conjunto del proyecto socialista supon¨ªa la brecha abierta. Leguina, que recientemente se defini¨® a s¨ª mismo como felipista, no cuestiona el modelo pol¨ªtico general, pero constata que la evaporaci¨®n del partido le ha impedido desempe?ar un papel mediador entre las aspiraciones de la base social m¨¢s caracter¨ªstica del PSOE y los objetivos de la pol¨ªtica nacional, inevitablemente m¨¢s amplios y complejos. Por ejemplo, los imperativos internacionales pueden obligar a adoptar medidas que sean contradictorias con las aspiraciones del votante medio del PSOE. Aumentar el excedente empresarial puede ser en un momento dado una estrategia necesaria para relanzar la econom¨ªa, aunque resulte un agravio sangrante para los sectores m¨¢s desfavorecidos.
La ausencia de mediaci¨®n por parte del partido ha impedido que esas decisiones aparezcan como el resultado de un debate, seguido de transacci¨®n. Por el contrario, han sido presentadas como el triunfo de la raz¨®n frente a la ignorancia, el corporativismo o la mala fe. Y el problema no consiste tanto en dilucidar la proporci¨®n que de esos factores haya podido existir como en comprender que sin la identificaci¨®n y apoyo de los sectores de la sociedad que se reconocen en UGT, o en todo caso en sus motivos de queja, el proyecto socialista no s¨®lo ser¨ªa inviable en la pr¨¢ctica, sino que carecer¨ªa de justificaci¨®n te¨®rica. Y tener raz¨®n a costa de arruinar el proyecto que da sentido a esa racionalidad equivale a dejar de tenerla.
El 31? congreso dif¨ªcilmente ser¨¢, como algunas voces pretenden, de s¨ªntesis. Sencillamente porque no existe alternativa realista a lo que sus rivales denominan felipismo. Pero puede ser, y ser¨ªa deseable que fuera, el congreso de la pol¨ªtica. ?sta tiene unas leyes que desbordan las de la mera administraci¨®n de las cosas, pero sin las cuales no es posible administrar nada. El regreso de la pol¨ªtica deber¨ªa suponer, ante todo, el regreso del debate. Es decir, el de la potenciaci¨®n del partido como instancia intermedia entre las servidumbres del poder y los objetivos pol¨ªticos.
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