El espect¨¢culo de Finisterre
LA ALARMA de los vecinos de Finisterre, que el mi¨¦rcoles por la tarde abandonaron por propia iniciativa sus hogares ante el temor de una explosi¨®n de los materiales almacenados en el buque Cason, estaba plenamente justificada. La explosi¨®n se produjo cuando el mal estado del mar multiplic¨® las posibilidades de que los productos qu¨ªmicos que transportaba entrasen en contacto con el agua. Este riesgo, que fue evaluado con acierto por los previsores vecinos, result¨® una y otra vez desechado, con irresponsabilidad manifiesta, por las autoridades. El resultado fue la huida precipitada de los habitantes de los municipios pr¨®ximos a la zona del siniestro: unas 15.000 personas. Una operaci¨®n que pudo y debi¨® hacerse a su debido tiempo en orden, y con las garant¨ªas de alojamiento, manutenci¨®n y asistencia sanitaria a la poblaci¨®n evacuada, se convirti¨® en un s¨¢lvese quien pueda.El espect¨¢culo bufo que ha protagonizado en esta historia toda la gama de autoridades centrales, auton¨®micas y militares mover¨ªa a la risa si no fuese porque lo que estaba en juego es la salud e incluso la vida de miles de personas. Cada vez que se produce una actuaci¨®n tan manifiestamente incompetente, los ciudadanos deber¨ªan disponer de mecanismos para exigir responsabilidades. Pero ?qu¨¦ hacer cuando el portavoz del Gobierno sale a la televisi¨®n a declarar que todo est¨¢ bajo control mientras el p¨¢nico se apodera de las gentes, se organizan fenomenales atascos en las carreteras y los servicios de salvamento se ven impotentes para luchar contra la situaci¨®n?
En las bodegas y cubierta del buque hab¨ªa almacenadas 110 toneladas de aceite de anilina, varias toneladas de sodio met¨¢lico, seis de etanol y 10 de l¨ªquido inflamable de m¨¢xima peligrosidad, adem¨¢s de recipientes con componentes de pintura altamente inflamables y t¨®xicos. Si de evitar el alarmismo se trataba -objetivo plenamente justificado en situaciones de emergencia-, las autoridades no pod¨ªan haber elegido medio m¨¢s contraproducente que las informaciones contradictorias que se fueron sucediendo desde que se tuvieron las primeras noticias del siniestro. El secretismo con que han actuado no ha hecho sino multiplicar el efecto intranquilizador generado entre las gentes por la cercan¨ªa de un barco portador de carga tan mort¨ªfera. En los momentos angustiosos posteriores a la explosi¨®n, las autoridades han parecido empe?adas en un juego de palabras claramente desorientador para la poblaci¨®n afectada. La nube producida por la explosi¨®n del Cason era "contaminante, pero no t¨®xica", ajuicio de unos; para otros, el peligro no era "abundante", mientras que una tercera fuente oficial calificaba la situaci¨®n de "din¨¢mica, no s¨®lida". Es dicho popular. que cuando alguien se encuentra a un gallego en una escalera no se sabe si es que la sube o la baja. Pero es obvio tambi¨¦n que en esta ocasi¨®n no nos hallamos ante una condici¨®n galaica del pensamiento, sino ante el estupor, la incompetencia y la chapuza m¨¢s manifiesta. Y sonroja tanta triqui?uela de lenguaje puesta al servicio de tanta ineptitud.
Por lo dem¨¢s, la historia ense?a que es preciso un control eficiente de las rutas mar¨ªtimas. Pero parece que las autoridades de Marina no tienen muy asumido que ¨¦sta es su misi¨®n, por m¨¢s vital que sea para la protecci¨®n de la poblaci¨®n y el medio marino, y tampoco parece que dispongan de los medios para llevarla a cabo. El Cason navegaba a menos de 15 millas de la costa. Bastar¨ªa con que fuera constatable la mitad, o la cuarta parte, de los riesgos que su presencia comportaba para exigir que mercantes con ese tipo de carga se desplazasen por rutas m¨¢s alejadas.
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