El lugar de la mujer
LA RETICENCIA con que se reciben habitualmente las iniciativas que tratan de elevar a la categor¨ªa de normal lo que es habitual en la vida cotidiana esconde la incapacidad que tienen los humanos para aceptar que el mundo camina por sendas que no se pueden forzar. Donde esa actitud moral suele ser m¨¢s persistente es en el mundo en el que la mujer reclama su sitio. Las secuelas de un machismo secular que hizo que el hombre se sintiera -nunca mejor dicho- due?o y se?or de su suelo y de sus circunstancias han hecho inviable una igualaci¨®n de los derechos que ha de compartir con la mujer. Y as¨ª, ¨¦sta ha sido discriminada en el trabajo, en la pol¨ªtica y -naturalmente- en el amor. O, lo que es lo mismo, ha sido t¨¢citamente eliminada del ejercicio de la libertad. Aunque el progreso social ha sido intenso desde la revoluci¨®n industrial y desde que el sufragismo convirti¨® en ins¨®lita la obsoleta actitud en contra de los derechos de la mujer, la humanidad ha seguido padeciendo esta discriminaci¨®n habitual como si fuera imprescindible. Ese enquistamiento intelectual es el que hace posible que se reciba de u?as una idea tan com¨²n como la que ha partido de la Comunidad Europea, y que trata de ser copiada en Espada, sobre la fijaci¨®n de un cupo obligatorio de mujeres para la ocupaci¨®n de puestos pol¨ªticos y funcionariales.La idea se est¨¢ abriendo paso en Espada y va a ser objeto de debate en el pr¨®ximo congreso del PSOE. La simple enunciaci¨®n de ese asunto como un tema de debate en un partido moderno, gobernante en un pa¨ªs civilizado y con alta capacidad industrial, indica hasta qu¨¦ punto la aspiraci¨®n femenina obedece a la necesidad de poner al d¨ªa la sociedad espa?ola con respecto a lo que debe ser una idea adecuada de la contemporaneidad. Que todav¨ªa se presente como pintoresca la figura de una mujer en un puesto ejecutivo de cualquier clase explica hasta qu¨¦ punto no se ha avanzado nada en el camino de lo que deb¨ªa ser la equiparaci¨®n de los sexos en la actividad cotidiana. Es seguro que el cupo al que aspiran quienes han puesto en marcha la idea de llevar el asunto a las discusiones del congreso socialista es simplemente simb¨®lico, pero funciona bien como provocaci¨®n de un estado de cosas que agite la lamentable quietud a la que ha estado sometida la situaci¨®n de la mujer en Espa?a. Las mujeres reclaman, en consonancia con lo que piden en Europa movimientos similares, que en los puestos pol¨ªticos y funcionariales dependientes de la Administraci¨®n haya un 257. de representantes del sexo femenino. La propuesta tiene que ser simb¨®lica, como lo son casi todas aquellas iniciativas que tratan de cambiar el curso habitual de las cosas. Han de oponerse a ella muchas voces, desde todos los campos, algunos de los cuales simular¨¢n incluso provenir del universo de los que defienden el progreso e ignoran que esta propuesta trata, simplemente, de levantar la sospecha sobre lo que ha sido una dominaci¨®n reaccionaria. Es probable que el sistema que se pretende implantar no sea el perfecto, pero s¨ª parece el m¨¢s eficaz para dar a la mujer el puesto que le corresponde. Si en Noruega la mitad del Gobierno actual est¨¢ compuesta por mujeres, y ello es visto como normal por la mayor¨ªa de los ciudadanos, no se debe a una pituitaria especial de los noruegos, sino a que hace a?os que los sindicatos y algunos partidos incluyeron en sus estatutos medidas como las que ahora comienzan a considerarse aqu¨ª. En una sociedad realmente igualitaria, adem¨¢s, la propuesta del cupo del 25%, que ahora circula ser¨ªa injusta, porque las mujeres constituyen algo m¨¢s del 50% de los habitantes. Con la idea lanzada ahora en Espa?a de llegar a un cupo de aquella magnitud no se trata, pues, de otra cosa que de poner de manifiesto que la injusticia dura ya toda la vida. Y hay hechos a los que no se les puede permitir la eternidad.
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