Una cuesti¨®n de l¨®gica
A un conocido m¨ªo le coincidi¨® la transici¨®n pol¨ªtica con un desperfecto en el cuarto de ba?o, que se tradujo en una mancha de humedad en el piso de su vecina de abajo. Como era hombre civilizado, mand¨® reparar la gotera a su costa y se compr¨¦ un tubo de silicona transparente que aplic¨® con cuidado en las junturas de su ba?era y, en general, en todas las rendijas por las que el agua de la ducha pod¨ªa filtrarse hacia el piso inferior. Cuando termin¨® esta minuciosa tarea, su mujer se hab¨ªa ido con un antiguo abogado laboralista -repentinamente enriquecido con un negocio de armas-, su hijo le miraba con el gesto de aprensi¨®n que se utiliza para observar un alimento en mal estado, y los socialistas ocupaban el poder desde hac¨ªa ya algunos a?os.Puso la radio, y se enter¨¦ de que Espa?a hab¨ªa entrado en la OTAN. Sali¨® a la calle, y se encontr¨® con un antiguo compafiero que en un momento le enumer¨® argumentalmente las razones de esta rara decisi¨®n. Despu¨¦s de dos copas, y sin venir del todo a cuento, le explic¨® que el socialismo no consist¨ªa en tratar a todos igual, sino en no tratar igual a los que eran desiguales. ?Ser¨¦ yo desigual?, se pregunt¨®, inquieto, frente a aquel colega con corbata de seda y mirada centroeuropea.
Compr¨® el peri¨®dico, y ley¨® que un hombre de 28 a?os hab¨ªa donado su coraz¨®n sano para un trasplante, prescindiendo tambi¨¦n de sus pulmones -que estaban enfermos-, recibiendo a cambio el coraz¨®n y los pulmones de una tercera persona. En la misma p¨¢gina, aunque con un tratamiento tipogr¨¢fico m¨¢s modesto, se informaba de que una ni?a bic¨¦fala nacida en Sevilla hab¨ªa fallecido, no sin antes ser bautizada dos veces, ya que ten¨ªa dos cabezas claramente diferenciadas.
El resto del peri¨®dico, sin decir nada especialmente llamativo, ol¨ªa un poco raro, como si se hubiera producido un cambio de l¨®gica durante el tiempo que ¨¦l hab¨ªa estado aplicando silicona transparente en las junturas de los baldosines de su cuarto de ba?o.
Prefiri¨® pensar que eran aprensiones suyas, y se dedic¨® a ganarse la vida con la obcecaci¨®n de un antiguo militante de izquierdas. Pasaron los meses, y este se?or, conocido m¨ªo, se reintegr¨® a la vida cotidiana con la ingenuidad que sus amigos hab¨ªan considerado en ¨¦l, y hasta el momento, como una virtud. Se compr¨¦ un v¨ªdeo, inici¨® otra relaci¨®n sentimental y abandon¨® poco a poco la pol¨ªtica, que ya no necesitaba de su concurso ni de sus energ¨ªas.
Dado a defenderse de las cosas de la vida con la buena fe, procuraba entender y asumir los razonamientos pol¨ªticos que avalaban los sucesivos cambios de programa en las diversas pol¨ªticas del Gobierno. Sin embargo, un rumor sordo aleteaba de forma permanente alrededor de su conciencia. Entonces tuvo que visitar por razones de trabajo a un director general -con el que en otro tiempo se hab¨ªa fumado todos los canutos del mundo- y se encontr¨® con un sujeto detr¨¢s de una mesa. El sujeto conservaba algunos rasgos de su antiguo compa?ero, pero hablaba distinto y fumaba puros. Le dijo que en las circunstancias objetivas actuales la actitud conservadora era la m¨¢s revolucionaria de todas. Acab¨® la conversaci¨®n con una frase horrible:
-Adem¨¢s, chico, ?sabes qu¨¦ te digo?: que el que no es revolucionario a los 20 no tiene coraz¨®n, y el que no es conservador a los 40 no tiene cerebro.
Mi conocido sali¨® de all¨ª sin haber resuelto su problema, pero considerando seriamente la posibilidad de que el mundo hubiera cambiado durante su breve estancia en el cuarto de ba?o. El s¨¢bado de esa misma semana, tomando cerveza con los amigos, alguien le llam¨® paleomarxista a causa de un juicio benigno sobre la pol¨ªtica econ¨®mica del Gobierno. Intuy¨® que se trataba de un insulto grave, y advirti¨® en el silencio de los otros que se encontraba solo frente a aquella supuesta humillaci¨®n. Durante las semanas siguientes comprob¨¦ que ¨¦l conservaba el h¨¢bito de utilizar ideas para relacionarse, mientras que sus amigos, para el mismo menester, manejaban coches de importaci¨®n, chal¨¦s adosados y princesas de porcelana china.
Poco a poco fue perdiendo las relaciones antiguas, que no sustituy¨® por otras nuevas. Dej¨® de salir, en parte porque no ten¨ªa con qui¨¦n hacerlo, pero en parte tambi¨¦n porque le hab¨ªan atracado un par de veces y hab¨ªa comenzado a coger nuedo a la calle. De todos modos, ¨¦l consideraba que el suyo era un caso aislado, debido a un tic adquirido antes de encerrarse en el ba?o, seg¨²n el cual no se pod¨ªa admitir la existencia de un alto grado de inseguridad ciudadana por cuanto ello era darle argumentos a la derecha.
Ve¨ªa mucho la televisi¨®n, y asist¨ªa perplejo a la difusi¨®n de noticias que le escandalizaban, pero su sistema de defensas hab¨ªa comenzado a responder, y redujo sus sucesivos esc¨¢ndalos a la clandestinidad. Un d¨ªa, por ejemplo, el vicepresidente del Gobierno anunci¨® que el cambio estaba hecho. Mi conocido mir¨® a su alrededor y se pregunt¨®, asustado, si el cambio consistir¨ªa en aceptar que el cambio era imposible. Sin embargo, en los programas de debate y en las entrevistas a las que asist¨ªan ministros y, en general, representantes del Gobierno o banqueros, todos estaban de acuerdo en afirmar que las cosas iban bien, muy bien. Parec¨ªan definitivamente instalados en la buena conciencia, y escuch¨¢ndolos, uno ten¨ªa la impresi¨®n de que el pa¨ªs viv¨ªa un momento de esplendor inigualable. A continuaci¨®n, sin embargo, pon¨ªan -por ejemplo- un programa sobre la c¨¢rcel de Carabanchel, donde se ve¨ªa a los presos vivir en unas condiciones que a los que gobiernan ahora les habr¨ªan parecido inaceptables pr¨¢cticamente anteayer. Pero la democracia, le explicaron, consiste precisamente en aceptar "la miseria necesaria de tanta gente". De ah¨ª que la democracia sea aburrida.
En esto, un antiguo torturador parec¨ªa haber sido ascendido a las m¨¢s altas responsabilidades policiales, y la prosperidad econ¨®mica y pol¨ªtica del pa¨ªs era tal que apareci¨® en escena un nuevo partido destinado a convertirse en el segundo partido de los espa?oles: algo as¨ª como la segunda residencia o el chal¨¦ de los fines de semana. Pero por la televisi¨®n pasaban unas escenas de Beirut que mostraban unos paisajes urbanos Henos de rotos y humedades muy semejantes a los que cualquier visitante podr¨ªa apreciar en algunas zonas de Vallecas.
Mi conocido pens¨® que se hab¨ªa producido una fisura extra?a entre el bien general y los intereses particulares, como si ambos hubieran comenzado a ser incompatibles. Globalmente -a la luz de las estad¨ªsticas y de los discursos-, el pa¨ªs parec¨ªa estar muy bien; desde un punto de vista personal, sin embargo, era un desastre.
Pero esta breve reflexi¨®n no le sirvi¨® de nada, porque estaba hecha desde una l¨®gica que carec¨ªa de vigencia. Se sinti¨® expulsado a las tinieblas de la historia, y todo por haber reparado con cierta minuciosidad los desperfectos de su ba?o. Dentro de la l¨®gica anterior, mi conocido habr¨ªa gozado de un futuro esplendoroso; de ah¨ª que se preguntara una y otra vez qu¨¦ pod¨ªa haber producido un cambio tan repentino de valores, o c¨®mo sus compa?eros de viaje hab¨ªan sido capaces de reproducir en tan poco tiempo lo que tanto dec¨ªan detestar en los otros.
La respuesta le vino viendo al presidente del Gobierno en la televisi¨®n. Corri¨® a su archivo personal y sac¨® una foto de Felipe Gonz¨¢lez obtenida poco antes de meterse en el ba?o. La transformaci¨®n era incre¨ªble. Aquel sujeto de camisa a cuadros y barba cerrada, procedente del Sur, se hab¨ªa sometido a alg¨²n raro tratamiento, porque ahora era un rostro perfectamente sueco. Lo de Michael Jackson, al lado de lo del presidente, no era m¨¢s que una simple operaci¨®n de cosm¨¦tica. Todo cambio est¨¦tico, pens¨®, implica un cambio de l¨®gica, y hab¨ªamos entrado en un proceso est¨¦tico seg¨²n cual un preso pod¨ªa sufrir un "apaleamiento prolongado, generalizado, intenso y t¨¦cnico", a consecuencias del cual llegaba a fallecer, sin que se produjera un estremecimiento mortal en toda la sociedad; un proceso l¨®gico dentro del cual resultaba coherente que el presidente del Gobierno durmiera en la misma cama y en el mismo yate en el que anta?o reposara el dictador; un sistema l¨®gico, en fin, que permit¨ªa a los ricos perseguidos por la justicia huir a Brasil sin ning¨²n problema. Se trataba, al parecer, de una l¨®gica inmunda -la de Ias cosas son como son"-, pero era la l¨®gica vigente, y fuera de su per¨ªmetro de acci¨®n s¨®lo exist¨ªa el caos.
Mi conocido se acerc¨® al espejo, se mir¨® en el reflejo: el mismo peinado ensombreciendo el mismo rostro, id¨¦nticos zapatos y cani?sas a los que utilizaba antes de reparar la gotera: la misma l¨®gica, por tanto. Estaba claro, se hab¨ªa descuidado un momento y hab¨ªa perdido el tren de la historia.
Se dio al alcohol, aunque con cierto m¨¦todo, al objeto de no perder su trabajo, en donde hab¨ªa sido relegado ya a un puesto subalterno en beneficio de un cachorro del Opus. Ahora lleva una temporada encerrado en el cuarto de ba?o con un tubo de silicona que aplica pacientemente en las grietas de su h¨ªgado y en las junturas de su da?ado pensan¨²ento. Veremos cuando salga qu¨¦ ha pasado.
En fin.
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