Capuchinos, una c¨¢rcel para la libertad de expresion
En el mundo cat¨®lico, un capuchino es un monje. Para los tomadores de caf¨¦ expr¨¦s, un caf¨¦ con un poco de leche. Para los habitantes de Santiago de Chile, en cambio, Capuchinos es el nombre de un recinto carcelario instalado en un antiguo convento, casi en el centro mismo de la ciudad. All¨ª estuve la pasada semana durante 24 horas, detenido por orden de un juez militar. Mi delito: haber ofendido a las fuerzas armadas con publicaciones que se realizaron hace casi un a?o en la revista Hoy, bajo mi direcci¨®n.No fue una experiencia aplastante. En Capuchinos est¨¢n principalmente aquellos detenidos por primera vez que est¨¢n siendo procesados por delitos blancos, sin sangre ni violencia, generalmente por problemas de gimnasia bancaria fallida (malos negocios).Tambi¨¦n estuvieron all¨ª ex ministros -de este r¨¦gimen- y personalidades de la banca y de la empresa privada, atrapados por los engranajes de una pol¨ªtica econ¨®mica de libre mercado que derrumb¨® varios imperios.
Capuchinos, pese a la imagen popular de ser una especie de hotel de cinco estrellas en el sistema penitenciario chileno, es un lugar de apariencia espartana y donde el ¨²nico lujo -si uno se lo quiere dar- es el de la comida y el ejercicio f¨ªsico.
Tambi¨¦n el ambiente es agradable a pesar de las inevitables rejas, los candados, la presencia de personal de gendarmer¨ªa y la obligaci¨®n de formar dos veces al d¨ªa para el conteo, el trato es deferente y es posible recibir visitas diariamente. Pero no hay posibilidades de consumir alcohol ni, pese a los besos desesperados y las caricias apasionadas a la hora de las visitas, hay posibilidades de disfrutar del sexo. Y sobre todo falta la libertad.
El breve plazo de 24 horas, durante las cuales un fiscal Guez de primera instancia) militar de Santiago consider¨® que yo mismo, un redactor de la revista y un entrevistado ¨¦ramos . un peligro para la sociedad", result¨® ser un plazo muy breve para comprender en profundidad las complejidades de la vida en Capuchinos.
Cuando reci¨¦n empez¨¢bamos a acostumbrarnos a una vida definida por algunos como de "hotel de provincias" nos concedi¨® la libertad bajo fianza.
Esas 24 horas, en cambio, fueron suficientes para desatar una reacci¨®n nacional e internacional que era previsible, pero que nadie anticip¨® nunca que tendr¨ªa la dimensi¨®n que tuvo. Es posible que la raz¨®n inicial para rechazar la libertad bajo fianza antes de pasar por la c¨¢rcel -un tr¨¢mite habitual en estos casos-, es decir, la desproporcionada e inveros¨ªmil acusaci¨®n de que ¨¦ramos "un peligro", haya incentivado las muestras de solidaridad.
La esencia de estas reacciones, aparte del apoyo personal que signific¨® para nosotros, es que la verdadera amenaza es contra la libertad de expresi¨®n y la sociedad chilena, tal como lo expres¨® el Colegio de Periodistas: "Una vez m¨¢s... por la v¨ªa de la justicia militar se est¨¢ coartando la actividad period¨ªstica".
Nuestra breve incursi¨®n por la c¨¢rcel fue f¨¢cil y ciertamente muy distinta de la gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n penal, los "delincuentes comunes". Tambi¨¦n fue distinta de la suerte corrida por otros periodistas, como Jos¨¦ Carrasco, al que un comando hasta ahora no identificado sac¨® de madrugada de su casa la noche siguiente al atentado frustrado contra el capit¨¢n general Augusto Pinochet, en septiembre de 1986, y fusil¨® junto al muro de un cementerio.
Mucho m¨¢s han sufrido otros chilenos detenidos sin explicaci¨®n y centenares de los cuales simplemente desaparecieron. Como ocurri¨® recientemente con cinco j¨®venes, en aparente represalia por el secuestro de un oficial de Ej¨¦rcito. Los archivos de las organizaciones de derechos humanos en Chile y el extranjero est¨¢n llenos de relatos que parecen extra¨ªdos de novelas de horror: torturas de todo tipo, algunas refinadas, otras puramente brutales, tanto ps¨ªquicas como f¨ªsicas. Y generalmente, como el elemento m¨¢s demoledor de todos, la incertidumbre...
Nosotros fuimos privilegiados. En el peor de los casos, nuestra detenci¨®n podr¨ªa durar uno o dos meses. Es lo que han durado otras, como la del sacerdote Renato Hevia, director de Mensaje, o de los directores de la revista Apsi, Marcelo Contreras y Sergio Marras.
En definitiva, ser¨ªa dif¨ªcil que yo proclamara ahora que he sido arrastrado "a las c¨¢rceles de la dictadura". Casi no he sentido la privaci¨®n de la libertad. Pero no por ello es menos grave lo ocurrido: estoy siendo procesado por lo que s¨®lo puede ser definido como un delito de opini¨®n: haber cre¨ªdo que ninguna instituci¨®n est¨¢ libre de ser criticada y sometida al juicio de la opini¨®n p¨²blica. Y que ello incluye, desde luego, a las propias fuerzas armadas o al Gobierno. Es la esencia de la libertad de expresi¨®n la que ha sido puesta en juego. El Gobierrio de Chile, pese a sus reiteradas declaraciones, ha mostrado una vez m¨¢s, en los hechos, cu¨¢l es su verdadera posici¨®n.
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