?Despu¨¦s? La Constituci¨®n
Tal vez nunca la nomenclatura legislativa uruguaya incluy¨® un nombre tan barroco como la llamada ley de Caducidad de la Pretensi¨®n Punitiva del Estado. Es algo as¨ª como una ley que trata de esconder su rostro, una ley con capucha (y la referencia no es tan descabellada si se piensa que su objeto es indultar a los torturadores), pero el buen criterio popular elimin¨® ipso facto la faramalla encubridora y la llam¨® sucintamente ley de impunidad. La breve historia es ¨¦sta: como el Partido Colorado, que ejerce el Gobierno, carec¨ªa de mayor¨ªa absoluta para sancionarla con sus propios parlamentarios, fue preciso lograr el sorprendente apoyo del sector nacionalista Por la Patria (liderado por Wilson Ferreira Aldunate). No obstante, un tercio del Partido Nacional y hasta un diputado colorado, m¨¢s la totalidad del Frente Amplio, votaron en contra.A diferencia de Argentina, donde la ley de Obediencia Debida (prima hermana de la oriental) aparentemente no tiene posibilidad legal inmediata de enmienda o derogaci¨®n, la Constituci¨®n uruguaya incluye un art¨ªculo, el 79, que autoriza el recurso del refer¨¦ndum siempre que el mismo sea presentado antes del a?o de sancionada la ley que se pretende derogar y sea refrendado por el 25% del total de ciudadanos habilitados para votar. Si se lo compara con normas vigentes en otros pa¨ªses (incluida Espa?a), se trata de un porcentaje alt¨ªsimo. Como en Uruguay, al 30 de noviembre de 1987, los inscritos para votar llegaban a 2.228.000, era necesario presentar 557.000 firmas, estampada cada una de ellas junto al n¨²mero de la credencial c¨ªvica. Esa cifra fue sobrepasada con holgura, ya que el 17 de diciembre (o sea, cinco d¨ªas antes de vencerse el plazo legal) fueron presentadas a la corte electoral m¨¢s de 630.000 firmas. Ahora la Corte deber¨¢ revisar cada firma, verificar si es correcto el n¨²mero de cada credencial, comprobar si no hay repeticiones, etc¨¦tera. Se estima que esa tarea llevar¨¢ entre cuatro y seis meses. Si, como se presume (ya que las 70.000 firmas que sobrepasan el 25% exigido parecen un margen m¨¢s que suficiente para compensar posibles transgresiones), la Corte da su visto bueno a la operaci¨®n, el Gobierno tendr¨¢ 60 d¨ªas para convocar el refer¨¦ndum, que se llevar¨ªa a cabo en agosto o septiembre de 1988, poco m¨¢s de un a?o antes de las elecciones generales de 1989.
A los periodistas extranjeros que en estos d¨ªas concurrieron, en alto n¨²mero a Montevideo para registrar este hecho poco frecuente, no siempre les es f¨¢cil comprender la importancia nacional, la dimensi¨®n ¨¦tica de esta sobria haza?a. En primer t¨¦rmino, aqu¨ª no han pasado 20 ni 30 ni 40 a?os desde las violaciones a los derechos humanos cometidas por integrantes de los organismos represivos. Aqu¨ª las heridas son de ayer y no han cicatrizado. Un solo dato ilustrativo: las presidentas de la Comisi¨®n Nacional pro Refer¨¦ndum son la viudas del senador Zelmar Michelini y del presidente de la C¨¢mara de Diputados, H¨¦ctor Guti¨¦rrez Ruiz, que fueron secuestrados y asesinados en Buenos Aires mediante la acci¨®n concertada de ambas dictaduras. Est¨¢n los desaparecidos, entre los cuales hay decenas de ni?os. Uno de cada 80 uruguayos pas¨® por la tortura, y aqu¨ª est¨¢n, como testigos sobrevivientes, miles de esos supliciados y de familiares que s¨®lo recog¨ªan ata¨²des que ni siquiera les estaba permitido abrir. En tales condiciones, parece m¨¢s bien insensato predicar el olvido, exigirle a la poblaci¨®n que no reclame justicia. En verdad, m¨¢s que insensato es inmoral.
Pa¨ªses de nutrida y ardua historia como Francia o la Rep¨²blica Federal de Alemania siguen reclamando la extradici¨®n de los ya valetudinarios verdugos de la II Guerra Mundial. La gran Prensa del R¨ªo de la Plata aprueba sin ambages el proceso en Francia a Klaus Barbie y la inminente extradici¨®n a Alemania de Josef Franz Leo Schammberger, criminal de guerra nazi apresado en Argentina, pero en cambio no se rasga las vestiduras ante el indulto a tan siniestros personajes como el teniente de nav¨ªo Alfredo Ignacio Astiz, de Argentina, y el mayor Jos¨¦ Nino Gavazzo, de Uruguay.
Contra viento y marea
Para evaluar el real significado de las 630.000 firmas conviene recordar que, en las elecciones de 1984, al presidente Sanguinetti le votaron 588.000 ciudadanos, o sea que, si nos atenemos a las cifras, hay m¨¢s opositores a la ley de impunidad que votantes del presidente. Sin embargo, todos hab¨ªan profetizado que no se llegar¨ªa a las 300.000. Se equivocaron, deo gratias, y, aunque no hayan tenido la elegancia de reconocer su error, lo cierto es que aquella cifra se duplic¨®. Al margen del resultado final del refer¨¦ndum, este espectacular triunfo de la comisi¨®n nacional y del trabajo (verdadera gesta colectiva) de los brigadistas es una se?al m¨¢s que auspiciosa del sentido de justicia de los orientales. Contra viento y marea; contra los personajes del partido del Gobierno y de la oposici¨®n complementaria, que desde la pantalla del televisor vociferaron a favor de una curiosa paz que descarta la justicia, y contra la pertinaz campa?a de la Prensa subordinada, lo cierto es que se ha ganado una decisiva batalla a los propagadores del miedo. Cada firmante tuvo (antes de estampar su comprometida firma junto al n¨²mero de su credencial) que vencer su propio miedo, y hubo m¨¢s de 630.000 ciudadanos que lo vencieron, a pesar de que los impunes torturadores se burlen de la justicia, del Parlamento, de la Constituci¨®n, del pueblo todo.
Es sabido que la impunidad es altamente contagiosa; tal vez por eso en las dependencias del Consejo del Ni?o, en el departamento de Treinta y Tres y en pleno 1987, se tortur¨® a ni?os, se les castig¨® brutalmente, se les aplic¨® el submarino, se les pinch¨® el pene con alfileres y se les practicaron otros m¨¦todos de pedagog¨ªa medieval. Es posible que el proceso nos haya dejado la tortura como un h¨¢bito social. Sin embargo, la diferencia est¨¢ en que las personas responsables de esos castigos est¨¢n hoy en prisi¨®n y bajo proceso. Algo ha quedado en claro, pues: los civiles no tienen permiso para torturar. Enhorabuena. Pero las 630.000 firmas est¨¢n proclamando que buena parte del pueblo oriental cree que semejante aval no lo tiene nadie. No es problema de ley m¨¢s o ley menos, sino de dignidad humana.
Hoy las firmas ya est¨¢n en la Corte, y en las plazas y calles de todo el pa¨ªs hubo festejos. Sin pompa ni arrogancia; sencillamente, con la austera convicci¨®n y la afirmaci¨®n de identidad que forman parte de la tradici¨®n y el car¨¢cter comunitarios. Muchos pa¨ªses llevan a cabo consultas populares, pero la historia reciente muestra que Uruguay fue el ¨²nico que, en su momento, derrot¨® en plebiscito a una dictadura. Por otra parte, ignoro s¨ª en alg¨²n lugar del mundo ha tenido lugar una experiencia tan inusitada como ¨¦sta de lograr m¨¢s de 630.000 firmas mediante el razonado y consciente intercambio de argumentos entre el recolector de r¨²bricas y el firmante posible.
La ecuaci¨®n brigadista / firmante ha sido uno de los ejercicios m¨¢s fruct¨ªferos y movilizadores de esta democracia vigilada y restringida. Justamente lo que m¨¢s golpea al partido del Gobierno, a su oposici¨®n complementaria (Por la Patria) y por supuesto al sector castrense es que el acto de la firma est¨¦ ligado a la pr¨¢ctica del di¨¢logo. Es obvio que, por formaci¨®n y por disciplina, los militares (al menos por estas tierras) no son afectos al di¨¢logo: unos ordenan y otros obedecen, y su propensi¨®n al monos¨ªlabo (as¨ª sea en reportajes o conferencias de prensa) forma parte de esa may¨¦utica. Ocurre, sin embargo, que el partido del Gobierno ha quedado tan signado por los h¨¢bitos del proceso y mantiene con el mismo, en varios rubros, una continuidad tan n¨ªtida, que tambi¨¦n ha heredado el disgusto castrense hacia el di¨¢logo.
Inflexible Sanguinetti
Es sabido que el presidente Sanguinetti es un buen orador, que hace buen papel en los foros intemacionales e incluso muestra en el exterior una loable actitud dialogante y flexible. Infortunadamente, hacia el interior del pa¨ªs la imagen no es la misma: aqu¨ª es un personaje inflexible, dur¨ªsimo en la consecuci¨®n de una pol¨ªtica econ¨®mica dictada desde el exterior, siempre m¨¢s inclinado al veto que al di¨¢logo, salvo que ¨¦ste se lleve a cabo con las FF AA, para las que se ha convertido en el interlocutor ideal, casi en un portavoz.
En los ¨²ltimos tiempos han visitado Uruguay destacadas personalidades internacionales: desde el Papa hasta Mitterrand, desde los primeros ministros de Suecia, Hungr¨ªa e Israel hasta Felipe Gonz¨¢lez y Shevardnadze. Varios de ellos nos aconsejaron que paguemos religiosamente la deuda externa, aunque no entraron en detalles acerca de c¨®mo exprimir m¨¢s a la poblaci¨®n para que purgue ese pecado venial de las dictaduras. Casi todos nos exigen, sonrisas mediante, que perdonemos a los torturadores, y de paso nos informan que los acreedores no nos perdonar¨¢n.
Hace pocos d¨ªas, el historiador ingl¨¦s Perry Anderson dict¨® en Buenos Aires una esclarecedora conferencia sobre el actual panorama pol¨ªtico de Am¨¦rica Latina y all¨ª expres¨® que todos los reg¨ªmenes militares "han hecho su apuesta hist¨®rica y cualquiera que haya sido la circunstancia de la retirada no puede hablarse de un fracaso, porque su objetivo primario se logr¨®. Su meta b¨¢sica fue asegurar que el socialismo se haya vuelto un tema tab¨² y que el capitalismo se transformara en intocable, bajo la amenaza de una regresi¨®n al terror militar". Ese "terror mil?tar" es sin duda un dato a priori, pero aun en este aspecto hay diferencias entre la inclemente tradici¨®n castrense argentina o chilena y la historia militar uruguaya, cuyo reciente decenio autoritario no fue regia, sino excepci¨®n.
Ahora bien, el cierre de la recolecci¨®n de firmas tambi¨¦n convoca otra reflexi¨®n. Es indudable que la izquierda uruguaya con sus solas fuerzas no podr¨ªa haber alcanzado el alto porcentaje de firmas requerido por la Constituci¨®n. A pesar de los alardes oratorios, a pesar de los corrientes triunfalismos, la izquierda uruguaya suele tener la oscura conciencia de constituir un gueto. Y bien: este formidable manojo de firmas entregado a la Corte Electoral viene a demostrar, entre otras cosas, que la izquierda no est¨¢ sola cuando se trata de remontar una fase de sinraz¨®n, de enmendar una tropel¨ªa pol¨ªtica. La solidaridad real, genuina y tangible, ha sacado a la izquierda de su gueto. Y esto no debe interpretarse como un arranque de soberbia, sino m¨¢s bien como una cura de humildad. No estamos solos, bueno es recordarlo, porque decenas (y quiz¨¢ cientos) de miles de votantes de las divisas tradicionales se consideraron trampeados, burlados, estafados. No estamos solos, pero esa buena nueva debe llevarnos a un profundo respeto hacia ese pr¨®jimo que, pese a la tenaz propaganda que intentaba prevenirlo del "contagio subversivo" o la "plaga marxista", estamp¨® su firma junto a las nuestras, puso el n¨²mero de su credencial junto a los nuestros, nos acompa?¨® y fue acompa?ado, no le hizo ascos al riesgo compartido.
A la desmovilizadora interrogante ("?Y despu¨¦s qu¨¦?") que una y otra vez repiten los panegiristas de la ley de Caducidad de la Pretensi¨®n Punitiva del Estado, la respuesta es una sola: "?Despu¨¦s? La Constituci¨®n". ?O acaso hay alguien que proyecte violarla? ?Hay alguien? No es una pregunta balad¨ª. Si hay un refer¨¦ndum (y seguramente lo habr¨¢), todos, quienes defienden la ley de impunidad y quienes la impugnamos, todos sin excepci¨®n contraemos el t¨¢cito y democr¨¢tico compromiso de aceptar el mandato popular, cualquiera que ¨¦ste sea. Quien s¨®lo est¨¦ dispuesto a aceptar el triunfo de su emblema o de su causa, ¨¦se no tiene espacio en democracia.
Como ya se ha vuelto una (buena) costumbre en la vida pol¨ªtica uruguaya, la ciudadan¨ªa estar¨¢ presente (as¨ª sea en las calles, si se le veda otro espacio) para defender ese resultado. Tengo la impresi¨®n de que hay algo que los militares respetan m¨¢s que a los pol¨ªticos, m¨¢s que a los parlamentarios en sus curules, y es al pueblo en la calle. Por eso, cuando al reci¨¦n designado ministro de Defensa un periodista le hizo el equivalente de la manida pregunta ("?Y despu¨¦s qu¨¦?") y el teniente general (R) Hugo Medina contest¨®, con velada amenaza: "Veremos", tal vez podr¨ªamos acotar, sin el menor asomo de amenaza, pero, eso s¨ª, con c¨ªvica confianza: "De acuerdo. Ver¨¦is".
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