La tarde se queda quieta
El o los programas de las 16.30 a las 18 horas en la televisi¨®n tienen ya una larga historia de malestar, de falta de acomodaci¨®n, de inseguridad. Han sido como un deseo de hacer tiempo entre la novela de sobremesa -tambi¨¦n elegida siempre con dificultades, entre lo ?o?o y lo deshumorado; ahora le encaja bien Falcon Crest, deslumbrante de perfidia y sexo- y la llegada de los ni?os a casa para largarles su programa considerado espec¨ªfico.Los ¨²ltimos meses de La tarde, con presentadores conocidos al ritmo de uno por semana, han servido para demostrar que la profesionalidad del periodismo no se improvisa. Excelentes algunos, terriblemente deficientes otros, han ido tirando de sus deudos y amigos como para ensayar con ellos. Apenas adquir¨ªan alguna costumbre de estar bajo los focos y ante la c¨¢mara, terminaban sus cinco d¨ªas y aparec¨ªa otro experimentador torpe y entontecido por la situaci¨®n (se es tonto cuando se est¨¢ en una situaci¨®n tonta) para hacer lo posible para salir adelante y mostrar una personalidad y una originalidad propias. Hay que aceptar adem¨¢s que la estructura del programa era contraria a toda soltura. Los invitados sufr¨ªan largo tiempo de espera, se les entrecortaba entre v¨ªdeo y canci¨®n y un programa de espect¨¢culos metido en medio, completamente incoherente con el entorno. Las conversaciones no pod¨ªan ligar.
Ahora se ha fijado el carrusel en un solo presentador, Manuel Hidalgo, periodista cinematogr¨¢fico, que tiene una simpat¨ªa tranquila y una manera entre modesta e insistente de preguntar que puede dar buenos resultados. El programa tiene un nuevo nombre, Tal cual, que debe significar es tal cual era La tarde, aunque Hidalgo haya conseguido modificar algo de la estructura fatal. El decorado sigue siendo demasiado amplio y abierto, aunque los tonos y los muebles sean m¨¢s ¨ªntimos: las gentes quedan lejanas entre s¨ª y con respecto al presentador. Los v¨ªdeos son breves y suelen referirse al tema del que se habla, el grupo musical est¨¢ distribuido de la forma menos molesta posible y el programa de espect¨¢culos est¨¢ colocado al final, y a cargo de una pareja que lo conduce con soltura y humor; no obstante, deja la sensaci¨®n de que se rellena con compromisos y obligaciones, y que algunos de sus temas se ven en otros programas parecidos.
El problema de preceptiva persiste, y es id¨¦ntico al de los otros programas de entrevistas de televisi¨®n. Como si hubiera poca fe en la palabra, en el di¨¢logo de invitado y presentador, todos ellos est¨¢n siempre interrumpidos por m¨²sicas o im¨¢genes. Parece una preceptiva heredada de las revistas ilustradas antiguas -o anticuadas- en la que es forzosa la inclusi¨®n de fotograf¨ªas para "hacer m¨¢s atractivos los textos", se dec¨ªa, como si hubiese un horror intr¨ªnseco por la palabra. La preceptiva de lo televisivo debe consistir en eso: en un miedo a la conversaci¨®n, en unos nervios para entrecortarlo todo con todo. Las diferencias de estos programas son, finalmente, las que les da la personalidad de sus presentadores. Hidalgo ha pasado una primera semana muy aceptable, no ha vacilado en acudir a veces a temas cultos o literarios de los que a otros inspiran horror, y ha tratado de llevar la actualidad a la hora de su programa. El principio es bueno y, por lo menos, sereno. Sabemos que le volveremos a encontrar el lunes, y que poco a poco se ir¨¢ haciendo a su tiempo. La manera en que ha ordenado los elementos dispersos y trata de producir una coagulaci¨®n de sus personajes y la charla con ¨¦l y entre ellos indica que, por lo menos, es consciente de c¨®mo se debe llegar a hacer.
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