Honra a Savater
su Silencio por minutos, tanto que con ¨¦l ha quedado red¨ªmido temporalmente de su cobard¨ªa por el mero hecho de reconocerla p¨²blicamente. Pero hay que decir que la redenci¨®n permanente de su culpa se presenta como una cuesti¨®n tan espinosa y heroica como in¨²til. Se necesitar¨ªa una nueva escenificaci¨®n del esperpento que con tanto lujo de detalles nos describe sin que faltara el cura abertzale que arrima el ascua a su gente y la niega a quienes no lo son, el coro de se?oras arrulladas por interesadas referencias a unos evangelios m¨¢s ap¨®crifos que nunca, el se?or nacionalista y cristianoburgu¨¦s de toda la vida, unos cuantos votantes y militantes de HB y la verborrea bondadosa y bienintencionada de Javier S¨¢daba. ?Es ah¨ª, en ese caldo de cultivo adverso, donde hay que guardar los minutos / horas de silencio que merecen tantas vidas segadas por los asesinos de la capucha y la fe del carbonero? La cobard¨ªa de Savater puede que no estuviera en la propuesta que no hizo, sino en permanecer y participar en un acto que se abri¨® con tan ominosa petici¨®n de silencio. Hay ocasiones en las que la valent¨ªa, la heroicidad incluso, est¨¢ donde uno menos se la espera. Y en aquel acto, con cuya descripci¨®n tanto hemos aprendido los lectores de EL P?IS sobre la intrahistoria del problema vasco, el se?or Savater habr¨ªa estado a la altura de su clarividencia si hubiera hecho un elegante mutis. Claro que pedir lo que pido es como pedir peras al olmo y terneros a la mar. Un intelectual puede guardar silencio minuto a minuto siempre que entre ellos haya muchas horas para hablar y una tribuna alzada ante un p¨²blico en trance de ser adoctrinado. He aqu¨ª la verdadera cobard¨ªa: no renunciar a la dosis diaria de escena cuando hay gestos que valen m¨¢s que mil discursos.-
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