40 a?os de unificaci¨®n europea
Se cumple en estos d¨ªas el 40? aniversario de lo que supuso, como es sabido, el nacimiento del proceso unificador del Viejo Continente: el congreso de Europa de La Haya. Por ser el europeo un proceso a¨²n incompleto, el aniversario incita m¨¢s a la reflexi¨®n y a la prospecci¨®n que a lo puramente conmemorativo, dice el autor.
Sobre el trasfondo multisecular del pensamiento europe¨ªsta -Dante Alighieri, Pierre du Bois, Sully, Podjebrady, Kant, W. Penn, Abad de Saint Pierre, Victor Hugo, Proudhon, Koudenhove-Kalergi, Ortega, Christopher Dawson, Rougemont y tantos federalistas-, sobre un efectivo intento pol¨ªtico, como el de Briand, en 1930, tras la II Guerra Mundial parece existir una efectiva decisi¨®n de actuar, de la que son buena muestra el discurso de Churchill en Z¨²rich, la constituci¨®n de la OECD -despu¨¦s, OECD (Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Econ¨®micos)- para administrar el Plan Marshall y la existencia de una veintena de organizaciones europe¨ªstas.Al empe?o y contactos pol¨ªticos de estos grupos, tambi¨¦n a su renuncia a protagonismos cuando constituyen un Comit¨¦ de Coordinaci¨®n -despu¨¦s, Movimiento Europeo (ME)- que convocar¨ªa el congreso, al entusiasmo organizador de un secretario llamado Joseph Retinger, se debe la cierta proeza de reunir -sin saber muy bien para qu¨¦ y sin un orden del d¨ªa concreto- en la Sala de los Caballeros (Ridderzaal) del Parlamento holand¨¦s a 800 personalidades, entre ellas 16 ex presidentes de Gobierno, 60 ministros, parlamentarios de muchas naciones, la entonces princesa heredera Juliana, representantes de las Iglesias, cient¨ªficos y escritores como Bertrand Russell, periodistas, etc¨¦tera. Y cuatro espa?oles exiliados: Madariaga, Prieto, el doctor Trueta y J. Xirau.
Todo sali¨® de all¨ª
Del congreso arranca, directa o indirectamente, toda la integraci¨®n europea. "Todo", escribe Denis de Rougemont, "sali¨® de La Haya en mayo de 1948; las primeras instituciones europeas parlamentarias, jur¨ªdicas, culturales, t¨¦cnicas; los principios generales del Mercado Com¨²n, pero tambi¨¦n la negativa de dotar a estas instituciones de un poder de decisi¨®n pol¨ªtica impuesto por el impulso popular, impulso que entonces parec¨ªa posible desencadenar".
?Es esto as¨ª? Ciertamente. El congreso decidi¨® constituir un Consejo de Europa, y al efecto encarg¨® al mismo Movimiento Europeo, en que se hab¨ªa transformado el Comit¨¦ de Coordinaci¨®n, la preparaci¨®n de un memor¨¢ndum que servir¨ªa de base para un acuerdo, y que, negociado por el ME con los Gobiemos, se convirti¨® efectivamente en el Tratado de Londres, firmado justo un a?o despu¨¦s, el 5 de mayo de 1949.
En efecto, las conclusiones del Congreso de La Haya preven el Mercado Com¨²n, que no recogi¨® 61, tratado pero que despu¨¦s ser¨ªa nervadura de la CEE.
La aseveraci¨®n negativa contenida en el final de la cita de Rougemont m¨¢s parece obedecer a sus reservas frente al recorte que el mensaje final supuso sobre el borrador fuertemente federalista, redactado por ¨¦l mismo, que a una lectura detenida de las conclusiones del congreso.
Hay en ellas la previsi¨®n de un futuro poder pol¨ªtico, desde el momento en que se parte de la transferencia de soberan¨ªas, se abarcan pol¨ªticas econ¨®micas obligatorias, inconcebibles sin tal poder, y se dise?a una carta com¨²n de derechos y -lo m¨¢s revolucionario- un tribunal -sobre y hasta contra los Estados-capaz de garantizarlos.
Bien es verdad que a este ¨²ltimo logro qued¨® reducida la construccIl¨®n eminentemente pol¨ªtica que el Congreso de La Haya y el Tratado de Londres impon¨ªan; en lo dem¨¢s, la Europa de los 16, hoy 21, qued¨® reducida a la cooperaci¨®n intergubernamental.
De la apat¨ªa de los Gobiernos, de la deslealtad brit¨¢nica (la devaluaci¨®n de la libra en 1949, a espaldas de los otros Gobiernos fue, seg¨²n Brugmans, la puntilla al Consejo; hoy podr¨ªamos parangonarlo con otro par de rejones a la cooperaci¨®n pol¨ªtica de la CEE: ataque a las Malvinas y permiso a los aviones de Estados Unidos rumbo a Libia) y del desencanto ante el m¨¦todo federalizante demostradamente voluntarista del Tratado de Londres surgi¨®, justo otro a?o despu¨¦s, el chispazo genial, funcionalista, de la Comunidad Europea del Carb¨®n y, del Acero (CECA): creaci¨®n de "bases comunes de desarrollo econ¨®mico, primera etapa de la Federaci¨®n Europea" (Declaraci¨®n Shumman, 9 de mayo de 1950).
Y en ¨¦sas estamos:
1. No uni¨®n pol¨ªtica previsible a medio plazo en el ¨¢mbito ancho y laxo del Consejo de Europa.
2. M¨¢s que probable -aunque nunca segura- andadura hacia ella por la v¨ªa din¨¢mica de la peque?a Europa de las Comunidades.
3. V¨ªa atractiva creciente de ¨¦sta hacia aqu¨¦lla, sobre todo a partir del Acta ¨²nica, y que por causas puramente econ¨®micas ha casi desmedulado la EFTA y pone a Noruega, Suecia y Austria al acecho.
4. Posibilidad, en base a esto ¨²ltimo, de mecanismos de conexi¨®n que acabar¨ªan llevando a una Europa de anillos conc¨¦ntricos con intensidad decreciente.
Invitaci¨®n a la reflexi¨®n
Por ser el europeo un proceso incompleto y en marcha, el aniversario incita m¨¢s a la reflexi¨®n y a la prospecci¨®n que a lo puramente conmemorativo. Este sentido tienen los actos organizados para estos d¨ªas en La Haya por el Movimiento Europeo, en los que no faltar¨¢ el debido homenaje a los padres fundadores.
Plantearse a secas si de entonces ac¨¢ se ha ido deprisa o despacio es vagar por el limbo, porque sena ignorar que el tiempo hist¨®rico no es lineal, sino acumulativo: de lo que se trata es de estar en cada momento a aquella altura de los tiempos de que Ortega habl¨® (por ejemplo, aceleraci¨®n t¨¦cnica, exigencias sociales). Adem¨¢s, es referencial: s¨®lo cabe mensurarlo en relaci¨®n con otros procesos simult¨¢neos e interactuantes con ¨¦l (por ejemplo, formaci¨®n o consolidaci¨®n de otros bloques, emergencia de nuevas regiones econ¨®micas, etc¨¦tera).
Comparativamente, y para curamos de soberbias comunitarias, convendr¨ªa recordar que dos sucesos traum¨¢ticos, de naturaleza vituperable por destructiva, como las dos ¨²ltimas guerras mundiales, desencadenaron en poco tiempo fen¨®menos tan prolongados y probablemente irreversibles como, desde 1918, el llamado socialismo real y, tras 1945, la descolonizaci¨®n.
Cabe, eso s¨ª, complacerse en el recuerdo de la d¨¦cada dorada comunitaria (1960-1972) de desmoche acelerado arancelario, de un crecimiento superior al de Estados Unidos, multiplicaci¨®n por seis veces del comercio intracomunitario y por 3,5 del comercio con terceros, hasta la cota actual de la CEE, primera potencia comercial (33%) del mundo. O considerar, con raz¨®n, que por existir la Comunidad se respondi¨® mejor a la crisis de 1970-1980 (el Sistema Monetario Europeo, a¨²n embrionario, funcion¨®). Y reconforta pensar que por primera vez en la historia se han roto las fronteras nacionales para votar un Parlamento o para aplicar las resoluciones de un tribunal competente, eso s¨ª, tan s¨®lo en las materias del tratado.
Pero ser¨ªa fr¨ªvolo ignorar las propias carencias: La revelaci¨®n del secreto a voces del Libro blanco 1985, seg¨²n el cual hacen falta 300 directivas para lograr convertir en un espacio econ¨®mico abierto lo que cre¨ªmos era un Mercado Com¨²n; el ya conocido coste de la no Europa (unos 20 billones de pesetas / a?o); desequilibrio e injusticia para la obtenci¨®n de recursos propios; gap, con despilfarro, en investigaci¨®n (gasto proporcionalmente equivalente al de Jap¨®n, rendimiento dos veces menor); incidencia negativa en productividad de toda innovaci¨®n social que lo sea s¨®lo a escala nacional (reducci¨®n de horas, democracia industrial) y efecto perverso de la concertaci¨®n social a dicha escala, frente al multinacionalismo de las grandes empresas; dualismo creciente regional, dificilmente paliable con el Acta ¨²nica; deterioro del medio ambiente, para el que el Acta ¨²nica no ofrece sino promesas, etc¨¦tera.
Y nada digamos de los factores externos, tales como un d¨®lar que -patr¨®n artificial- nos solivianta o desploma; acometida de la econom¨ªa del Pac¨ªfico; emergencia de vastos movimientos rompedores del caduco sistema de bloques (por ejemplo, islamismo); un Tercer Mundo creciente y clamante frente al ego¨ªsmo mudo de los otros dos; la Europa del Este, que llama a nuestra puerta, y la no respuesta por la dependencia a EE UU...
Unidad o decadencia
A la aceleraci¨®n del tiempo hist¨®rico Europa no puede responder con el ritmo llevado hasta hoy, porque eso es ir ya contra corriente; es como caminar sobre una cinta mec¨¢nica que se desliza en direcci¨®n contraria.
Un ejemplo para meditar: el proyecto Mitterrand-Kohl de brigada defensiva convencional europea intenta reproducir, ?33 a?os despu¨¦s!, un Tratado de Comunidad Europea de Defensa que se lleg¨® a firmar por los entonces seis y a ratificar por cuatro...
Si hay algo que nadie discute -salvo algunos gaullistas, alg¨²n laborista brit¨¢nico, alg¨²n tardofranquista de por aqu¨ª- es que la alternativa a la unidad econ¨®mica de los doce es la decadencia de uno a uno.
Mucho m¨¢s importante: nadie -salvo focos de arrogancia insolidaria o de pirotecnia terrorista- en el mundo -sean las dos hegemon¨ªas, sean Ch!na, India, Latinoam¨¦rica, Liga ?rabe, Organizaci¨®n de Estados Africanos y Organizaci¨®n del Tratado del Sureste de Asia (SEATO)- pone en duda que la aportaci¨®n de Europa a la paz mundial exige de ella que comience por unirse pol¨ªticamente.
La v¨ªa de la regionalizaci¨®n planetaria, imprescindible para una racionalizaci¨®n y soluci¨®n de los problemas, se disloca si el esfuerzo pionero de este peque?o continente se diluye o no llega a tiempo.
Llegar a tiempo es, por lo menos -y eso es lo que se exige estos d¨ªas en La Haya- la Uni¨®n Pol¨ªtica Europea antes de 1992. Es bien f¨¢cil: si en 1948 la uni¨®n pol¨ªtica sin compenetraci¨®n econ¨®mica era un sue?o, hoy ocurre justamente lo contrario.
Llegar renqueante o a la zaga de otros para 1992 es hacer est¨¦ril una cita hist¨®rica. En palabras de C¨¦sar Vallejo: "Acaba[r¨ªa] de pasar, y sin haber venido".
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