Los siete guardan las ausencias a Gorbachov y al sucesor de Reagan
Dos importantes sillas estaban vac¨ªas cuando la banda de los siete inici¨® ayer su cumbre anual en el bunker de cemento subterr¨¢neo del futurista Centro de Convenciones de Toronto: la de Mijail Gorbachov y la del futuro presidente de EE UU, en quien los grandes industrializados de Occidente tienen ya su vista puesta. El futuro de una URSS reformada y si conviene apoyar a Gorbachov, y c¨®mo se comportar¨¢n econ¨®mica y pol¨ªticamente George Bush o Michael Dukakis, como futuro l¨ªder del llamado mundo libre, centran el inter¨¦s pol¨ªtico de esta reuni¨®n.
Pero antes de afrontar el futuro, lo que ayer comenz¨® a oficiarse aqu¨ª -al son de faldas y gaitas escocesas del 48 Regimiento de Highlanders de Canad¨¢- es la despedida formal de la escena internacional de un Ronald Reagan triunfante que, con la inestimable ayuda de Margaret Thatcher, ha impuesto a los aliados su receta del libre mercado. En 1981, en Montebello (Quebec), un Reagan sospechoso por su virulenta ret¨®rica anticomunista y sus reaganomics, se sentaba a la mesa de los siete y no era tomado en serio."Me sorprendi¨® que todos se llamaran por su nombre de pila, y yo les dije: me llamo Ron", ha explicado ahora con cierta nostalgia el presidente norteamericano, convertido en el cruzado del desarme nuclear y en amigo de Gorbachov. El capaz y soberbio canciller alem¨¢n Helmut Schmidt despreciaba al presidente de Estados Unidos, como antes hab¨ªa hecho con Jimmy Carter.
"Cuando Reagan expuso sus ideas econ¨®micas, muchos de los aliados pensaban que estaba chiflado. Ahora todos cantan el mismo himno", coment¨® aqu¨ª un funcionario norteamericano.
Ron-Thatcher
El hecho es que la combinaci¨®n Ron-Thatcher ha impuesto finalmente su ley, y los siete l¨ªderes de las naciones m¨¢s ricas de la Tierra (el 60% de la econom¨ªa mundial y s¨®lo el 12% de la poblaci¨®n) celebrar¨¢n aqu¨ª durante tres d¨ªas el comienzo del fin de la guerra fr¨ªa y un panorama econ¨®mico, por ahora despejado. Reagan, de 77 a?os, llega a Toronto -la Nueva York de Canad¨¢-, a saborear su ¨¦xito en la reciente cumbre de Mosc¨² y a recibir el aplauso por una pol¨ªtica econ¨®mica e internacional que ha dado sus frutos.
"Si las cosas van bien, por qu¨¦ tocarlas", explic¨® aqu¨ª uno de los asesores del presidente. Estados Unidos est¨¢ inmerso en la campa?a electoral, y esta Administraci¨®n es ya pr¨¢cticamemte interina. Se trata de no introducir en esta cumbre de los ricos elementos de divisi¨®n que afecten negativamente a la campa?a presidencial del republicano George Bush y a los mercados financieros mundiales.
Los reunidos aqu¨ª prefieren, sin lugar a dudas -Maggie Thatcher ya lo ha dicho p¨²blicamente- el triunfo de lo conocido, la continuidad con Bush en la Casa Blanca.
Timonel de Occidente
Pero sea quien sea el 41? presidente de EE UU, nadie cree que podr¨¢ repetir -en un entorno internacional cada vez m¨¢s interdependiente, con la emergencia econ¨®mica y pol¨ªtica de Jap¨®n y la Comunidad Europea y la lenta pero cierta erosi¨®n del monopolio y la preeminencia norteamericana- el dominio ejercido durante estos a?os sobre los aliados por Ronald Reagan. Es, de momento, la dama de hierro, con pamela blanca ayer, Thatcher, a la espera de Bush o de Dukakis, quien hereda el puesto de timonel de Occidente, desde la ¨®ptica de Washington.
Pero con una seria desventaja al otro lado del Atl¨¢ntico. "No es verdaderamente europea", se queja el canciller alem¨¢n, Helmut Kohl. Tampoco el presidente franc¨¦s, Fran?ois Mitterrand, que llega a Toronto preocupado sobre todo por la situaci¨®n pol¨ªtica interna francesa, est¨¢ dispuesto a admitir su liderazgo.
Los siete escucharon atentamente en el Club de Caza de Toronto, al borde del lago Ontario y al calor de su primera cena -de las cosas importantes se habla siempre comiendo-, las explicaciones de Reagan sobre su reuni¨®n con Gorbachov en Mosc¨². El presidente insisti¨® en que la pol¨ªtica de unidad y firmeza aliadas han provocado el inicio de cambios internos en la URSS, m¨¢s que la personalidad del nuevo l¨ªder del Kremlin.
En la universidad de Toronto, en otra cena paralela, el secretario de Estado, George Shultz, hac¨ªa lo mismo con sus colegas, los ministros de Asuntos Exteriores.
Los aliados percibieron durante las cenas que es altamente improbable una quinta cumbre Reagan-Gorbachov y la conclusi¨®n, antes de que Reagan abandone la Casa Blanca, de un tratado START, de eliminaci¨®n de armas estrat¨¦gicas. A los europeos esto les parece bien y no desean en absoluto una aceleraci¨®n del desarme, por motivos electorales norteamericanos. Bastante tienen ya con digerir el cambio de estrategia para Europa que supone el INF.
Hace un a?o, en Venecia, los siete dedicaron dos horas, "las m¨¢s interesantes de la cumbre", seg¨²n el presidente de la Comisi¨®n Europea, Jacques Delors, a analizar el significado de la perestroika. No se lleg¨® a conclusi¨®n alguna.
Doce meses despu¨¦s, la euforia de los primeros d¨ªas despu¨¦s de Mosc¨², estimulada sobre todo por un Reagan dispuesto a convertir la an¨¦cdota del abrazo con Gorbachov en la Plaza Roja en categor¨ªa, ha dado paso en Estados Unidos a una actitud m¨¢s cautelosa.
El Ej¨¦rcito Rojo
Desde el vicepresidente Bush, que no ve que nada haya cambiado de verdad en la URSS, hasta el consejero de Seguridad Nacional, Colin Powell, que asegura que "algo fundamental est¨¢ ocurriendo en Mosc¨²", pero no sabemos a¨²n si ser¨¢ positivo o no para Estados Unidos", pasando por el jefe del Pent¨¢gono, Frank Carlucci, que advierte que la perestroika no ha llegado al Ej¨¦rcito Rojo, todas las voces en Washington aconsejan prudencia.
Todav¨ªa no est¨¢n las cosas maduras para discutir f¨®rmulas concretas de ayudar a Gorbachov econ¨®micamente. Reagan vincula cualquier mejora en el tratamiento comercial de la URSS con la cuesti¨®n de los derechos humanos. Curiosamente, tambi¨¦n lo hace el candidato dem¨®crata a la presidencia, Michael Dukakis.
Despu¨¦s de todo, los siete se re¨²nen s¨®lo una semana antes de la crucial conferencia del Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica (PCUS), que servir¨¢ para calibrar las resistencias a Gorbachov.
La resistencia de Gorbachov
Hay bastantes que piensan a¨²n en EE UU, como Kenneth Adelman, hasta hace poco director de la Agencia para el Desarme, que "Gorbachov no aguantar¨¢ m¨¢s de dos a?os. Se ir¨¢ desilusionado o lo echar¨¢n. La situaci¨®n en los pa¨ªses del Este es prerrevolucionaria".
Con menor rigidez ideol¨®gica que en Washington pero con igual prudencia pol¨ªtica, los europeos quieren hacer negocios con la nueva Rusia de Gorbachov. El presidente de la Comisi¨®n Europea, Jacques Delors, lo plantear¨¢ aqu¨ª. "Por nuestra parte, vamos adelante con las relaciones econ¨®micas con el Este", dijo a EL PA?S un portavoz comunitario. La semana pasada, la Comunidad Europea y el Comecon (el mercado com¨²n del Este) normalizaron formalmente sus relaciones en un acto en Mosc¨².
La URSS, la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA), Bulgaria y Checoslovaquia han solicitado relaciones diplom¨¢ticas con la CE y est¨¢ a punto un acuerdo comercial de los doce con Hungr¨ªa. La RFA se siente atra¨ªda por las posibilidades econ¨®micas y pol¨ªticas de una URSS m¨¢s abierta. El primer ministro italiano, Ciriaco de Mitta, ya est¨¢ hablando de un plan Marshall para el Este. Para Europa esto es una realidad distinta que para Estados Unidos, que preferir¨ªa condicionar el cr¨¦dito y el comercio con Mosc¨² y el Este al cumplimiento de las reformas pol¨ªticas.
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