En la vertical de Apolo
Bajo el sol de mediod¨ªa, el barco ha zarpado de Creta, con la mar picada, rumbo a la isla de Santorni, y, seg¨²n la leyenda m¨¢s acreditada, ahora estoy navegando sobre la Atl¨¢ntida sumergida. Varias ciudades reposan en el fondo de estas aguas, y yo deber¨ªa conmoverme, pero, lejos de eso, en cubierta tomo unos tacos de arroz envueltos con tiernas hojas de vid mientras el oleaje zarandea la nave y la absoluta claridad transgrede la espuma a cuchilladas. El viento trae mucha sal. Todos los fulgores son blancos y azules. Me escuecen los ojos y no hay nubes ni delfines. Cuentan los marineros que los delfines son tan amables que, si te ven naufragar, te cogen en brazos y te llevan a casa. A babor se divisa la silueta ocre de unos pedernales con gaviotas, y en el solario suena m¨²sica griega, esa melod¨ªa de Zorba que hace llorar.Despu¨¦s de cuatro horas de traves¨ªa, durante la cual han crujido todas las cuadernas y mamparos, por fin el barco ha entrado en las calmadas y transparentes aguas del cr¨¢ter de Santorini. Una reuni¨®n de islas cortadas a pico forman un inmenso c¨ªrculo, cuyas paredes son de lava, y en el centro a veces a¨²n humea el volc¨¢n que acab¨® en media hora con una civilizaci¨®n de 1.000 a?os. Sin embargo, aquel cataclismo del infierno dej¨® el paraje preparado para que un pueblo pintoresco quedara colgado del acantilado, y, si uno desea llegar hasta ¨¦l, tiene
Existe una mala literatura acerca de los placeres del Mediterr¨¢nco. En esta latitud navega muchas veces Dionisios con un racimo de moscatel en la oreja sobre un mar de dulzura, pero tambi¨¦n se ha dado aqu¨ª todo el muestrario de bestialidades a cargo de la naturaleza y de los hombres. El zambombazo de Santorini fue tan cruel que no quedaron poetas ni m¨²sicos para cantarlo.
Por lo dem¨¢s, esta isla participa de la est¨¦tica minoica de Creta, seg¨²n se deduce de las excavaciones de Akrotiri. Los murales con sacerdotisas, muchachas danzantes, adolescentes con lirios, j¨®venes boxeadores, frescos con procesiones rituales, vasijas, toros, cer¨¢micas y ritones son id¨¦nticos. No obstante, de Santorini, a uno s¨®lo le sobrecoge la geolog¨ªa. Estas aguas ahora tan sosegadas tienen un cariz f¨²nebre y mineral, media mitolog¨ªa yace debajo de ellas, y cuando el sol las penetra en los d¨ªas claros aparecen sombras de palacios submarinos, avenidas con p¨®rticos, templos en cuyas escalinatas hay muchos S¨®crates ahogados que nuestra cultura no ha conocido. En Santorini, por el borde del abismo, suben y bajan los burros llevando una albarda en forma de turista a la cumbre. El crep¨²sculo cae sobre estos animales, la ¨²ltima luz tambi¨¦n prende las paredes de lava y el acantilado parece una fragua. Por ella ascienden los burros hasta la oscuridad.
Esta noche hay cena de gala a bordo, y algunos pasajeros lucen la mejor pa?er¨ªa, el oro comienza a trepar por las pechugas bronceadas y algunas perlas caen sobre las de langosta. Despu¨¦f¨ª 1 a r la el b5,rce pase e: de Pa r,-)s Y Naxos, aicanzar cuar¨ªdio la a,,,Iro, a de ros¨¢ c,cos cledos c~ 1-i(,ar de Delos, p_,,,tria de -N.P-j~o, el n-en tro delas Cickadas. Pero esto no es sino el sue?o in¨²til que -uno hila con la mente en, e! camarote. La verdad de la vida consiste en el n¨²mero de ese ventr¨ªlocuo que ahora est¨¢ en la pista sacando carcajadas a los californianos.
A las siete de la ma?ana he apartado los visillos, y dentro del fogonazo de sol he visto un maravilloso peder.nal. El barco est¨¢ fondeado en aguas muy azules. Toda la visi¨®n cegadora la ocupaba esa colina pelada de color ocre, y ante ella no he podido evitar cierta emoci¨®n de bachillerato. Llegar a Delos es una de las aspiraciones del alma moderna. Nadie podr¨ªa presumir de pagano en una discoteca de moda si antes no ha pasado por este lugar, donde, en el lago de Apolo, los hombres se bautizan de guapos. Una barcaza me ha llevado hasta el peque?o atracadero formado por un solo espig¨®n, y a partir de ah¨ª he iniciado el camino de perfecci¨®n por la falda del cerro, bajo la brisa del meltemi que doblaba las briznas de an¨ªs entre las ruinas. Delos fue una isla errante que Zeus fij¨® con cadenas de diamantes. Aqui naci¨® Apolo. Debajo de su santuario estaba el tesoro de la Liga Hel¨¦nica. ?ste fue punto de peregrinaci¨®n. Nadie pod¨ªa nacer ni morir en este espacio, ya que la vertical de la belleza ca¨ªa sobre estos roquedales perfumados, pero ahora la isla es un inmenso pedregal deshabitado, y esta manana yo lo cruc¨¦ con el fondo de la nariz lijado por el espliego.
Primero he visitado la parte civil, las derruidas mansiones de los prohombres que la habitaron, y en ellas he visto mosaicos con dioses alados cabalgando un tigre en la casa de las M¨¢scaras, tritones y delfines, columnas, peristilos y frescos con figuras oferentes. En la fuente de Mino¨¦ hab¨ªa una rana viva, y lo dem¨¢s eran palacios ca¨ªdos, templos que s¨®lo existen en la imaginaci¨®n, palestras con hierba hasta la rodilla y la famosa terraza de los leones con las fauces ro¨ªdas por el tiempo y el viento que bru?e el cielo y las piedras.
Despu¨¦s de todo, uno llega a la conclusi¨®n de que Grecia no existe. Sentado en medio de las ruinas de Delos, he visto el mar azul, los grises minerales, el aire transparente, el firmamento dur¨ªsimo sin una nube, el contraluz de la sal. Como una pauta de la mente, la vertical de Apolo ca¨ªa sobre m¨ª, pero esto no dejaba de ser un peligro. Los dioses antiguos, hoy, se han convertido en marcas de cremas, de colonias y de masajes para despu¨¦s del afeitado, de modo que, si uno entra en el juego de la est?tica, puede acabar de maric¨®n en ?Mikonos. Hay que dejar que Apolo s¨®lo sea una aspiraci¨®n en los mornentos dulces, de siete a nueve de la tarde, frente a unia en el crep¨²sculo de la ciudad. El resto del d¨ªa, uno tiene trabajar.
Apenas dos horas de navegaci¨®n separan a Delos de la isla de Mikonos, y cuando el barco fondea aqu¨ª es mediod¨ªa y el sol lo aplasta todo. La brisa perfuniada de salitre que soplaba esta ma?ana junto al invisible altar de Apolo se ha convertido en un ventarr¨®n que transporta el fuego. Mikonos es ese decorado que so?aron en los a?os sesenta algunos fin¨ªsimos homosexuales de Occidente. Ahora est¨¢ a merced de los b¨²falos con macuto, las oleadas de carne n¨®rdica se suceden sobre ¨¦l y las playas sirven de dormitorio para los nuevos cruzados de la belleza instant¨¢nea.
Se trata de un decorado de teatro, con viejas de negro que hilan a la puerta de las casas encaladas mientras los turistas pasan por las callejuelas y tratan de comprar a una de esas ancianas para llev¨¢rsela a casa y ponerla encima de un arc¨®n. Lo dice la tarjeta postal: Mikonos es una pared blanca, la c¨²pula azul o roja de una capilla ortodoxa, un gato dormido en una silla de enea, una sand¨ªa abierta, un asno que rebuzna como un tromb¨®n de varas, un viejo pescador remendando las redes apoyado en una barca color naranja, un perro tambi¨¦n dormido en el muelle, docenas de restaurantes incrustados en los vericuetos bajo las parras, centenares de joyer¨ªas, tiendas de ropa y tabernitas pintadas de rojo, laberintos de cal con las ventanas verdes.
El gato, el asno, la abuela, el pescador y el perro son parte del decorado y cobran del municipio. El resto es una aglomeraci¨®n de turistas que sudan sal y parecen felices. Algunos, en las terrazas del puerto, toman copas frutales de un color que hace juego con la camisa. Por regla general, ¨¦stos son maricones, los reyes de este espacio. Unos molinos de viento se vuelven locos a media tarde. El meltemi azota la cal, bru?e los pedernales y crispa el alma.
Durante la noche he navegado hasta arribar al puerto de El Pirco, donde me esperaba la belleza herm¨¦tica de los contenedores. Los pasajeros se han desparramado. Una vez m¨¢s, en Atenas, he ido a visitar la Acr¨®polis come, el que cumple una penosa obligaci¨®n de cultura. Ha sido imposible verla. Estaba empanada con carne de turista. Por eso, bajando hasta el ¨¢gora, me he colocado en el purito estrat¨¦gico de otras ocasiones: ese que te permite so?ar sin ver nada.
Este espacio es un teorema: ah¨ª est¨¢ la bre?a sagrada del Parten¨®n, el risco del Aer¨®pago, la terraza del Pnix. Forman un teatro bajo el cielo de diamante, pero la ficci¨®n s¨®lo se desarrolla en el interior de ti mismo. Los dioses act¨²an en la base de tu cr¨¢neo.
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