As¨ª que pasen cinco siglos
Para la poes¨ªa y la religi¨®n, en el principio fue el verbo, y seguir¨¢ siendo as¨ª aun cuando la filosof¨ªa y la ciencia hayan probado fehacientemente lo contrario; preciosa paradoja. Su fuente reside en que lo que no ha sido nombrado no existe del todo para el hombre. Esa impostergable necesidad de apropiarse de las cosas a trav¨¦s de la palabra le plante¨® al idioma espa?ol un reto formidable desde el mornente mismo de su deslumbrarniento ante el Nuevo Mundo, donde hab¨ªa tanto y tanto por nombrar, y no f¨ªa cesado jam¨¢s de estar en el centrode las obsesiones de nuestros mejores novelistas y poetas. Carpentier nos habla con ¨¦nfasis totalizador: "Nosotros,novelistas latinoamericanos, tenemos que riombrarlo todo -todo lo que nos def¨ªne, envuelve y circunda: todo lo que opera con energ¨ªa de contexto- Para situarlo en lo universal". Neruda canta a la alegr¨ªa de esta misi¨®n: "... sentimos tambi¨¦n el compromiso de recobrar los antiguos sue?os que duermen en las estatuas de piedra., en los antiguos monurnentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarlas, de selvas espesas, de r¨ªos que cantan corno truenos. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo.. y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar". En la primera p¨¢gina de Cien a?os de soledad, Garc¨ªa M¨¢rquez nos dice: "El mundo era tan reciente que muchas cosas carec¨ªan de nombre, y para mencionarlas hab¨ªa, que se?alarlas con el dedo".As¨ª que pasen cuatro a?os, la humanidad conmemorar¨¢ el quinto centenario del momento en que Col¨®n empez¨® esa tarea divina de renon-ibrar, en espa?ol lo que estaba nombrado desde siempre por los indios. Lo hizo con suerte diversa, pues si bien Quisqueya pas¨® a llarnarse Santo Domirigo, Cuba. se neg¨®, premonitoria terquedad, a que la bautizaran Juana o Fernandina. Pero lo cierto es que "el genov¨¦s de los duros ojos encantados", como lo invoca ese otro descubridor, el poeta El¨ªseo Diego, en un libro signif¨ªcativamerite llamado Nombrar las cosas, no logr¨® bautizar el continente al que hab¨ªa arribado.
En 1507, tres a?os despu¨¦s del ¨²ltimo de los cuatro viajes del almirante, aparece el famoso mapa de Watzem¨¹ller, elaborado por Am¨¦rico Vespucio, a quien correspondi¨® literalmente la suerte de dar su nombre a un continente que debi¨® haberse llamado An¨¢huac o Nueva Espa?a, Colombia o Incaria. No ocurri¨® as¨ª, y la casualidad nos dot¨® de ese nombre precioso, Am¨¦rica, que sugiere una amazona, una vestal o una madre. No fue sino hasta 1620, m¨¢s de un siglo despu¨¦s de que el continente hubiera sido nombrado, que los puritanos procedentes de Inglaterra se establecieron en Plymouth. En los primeros tiempos adoptaron un nombre sumamente modesto, las Trece Colonias, que por su car¨¢cter indefinido dejaba abierta una pregunta que el tiempo convertir¨ªa en terrible: ?las Trece Colonias de d¨®nde?
En aquellos tiempos, la respuesta no importaba mucho. El Nuevo Mundo era una empresa principalmente espa?ola, y durante siglos, los peninsulares vinieron a estas tierras a hacer la Am¨¦rica. Trajeron m¨ªllones de negros y cientos de miles de chinos, se amancebaron con las indias, y as¨ª fue surgiendo de este lado del Atl¨¢ntico un hervidero de pueblos. Pero en el congreso de Angostura (1819), Bol¨ªvar hablaba de "el ingl¨¦s americano y el americano espa?ol", y subrayaba de manera tajante: "Ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situaci¨®n y naturaleza de dos Estados tan distintos...". En 1891, Mart¨ª advierte en su ensayo cenital, reveladoramente titulado Nuestra Am¨¦rica: "Pero otro peligro corre, acaso, nuestra Am¨¦rica, que no le viene de s¨ª, sino de la diferencia.de or¨ªgenes, m¨¦todos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora pr¨®xima en que se le acerque, demandando relaciones ¨ªntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desde?a". Desde el siglo XIX, las cosas estaban claras para nuestros padres; pero este art¨ªculo no pretende ser un panorama hist¨®rico, sino una reflexi¨®n sobre el presente.
Y en el presente, esa inmensidad que se extiende desde el r¨ªo Bravo hasta la Patagonia, por donde empez¨®, en lengua espa?ola, la fabulosa aventura de nombrar, esa patria de poetas y novelistas que fue en un tiempo Am¨¦rica famosa, sufre la desoladora paradoja de ser un lugar sin nombre. Claro que podr¨ªan citarse muchos, pero ninguno exacto. ?Qu¨¦ tiene un quechua de latinoamericano, un brasile?o de hispanoamenicano, un porte?o de indoamer¨ªcano, un haltiano de iberoamericano? Todos son apelativos parciales, y en algunos casos ideol¨®gicos, insuficientes para nombrar la totalidad de nuestro ser hist¨®rico, geogr¨¢fico y cultural. S¨®lo una palabra de plena resonancia femenina nos contiene: Am¨¦rica; pero, ?ay, dolor!, ya no nos pertenece.
Siempre recordar¨¦ mi triste, ir¨®nica, desesperada sonrisa ante la triste, ir¨®nica, desesperada cancioncita de ese filme Inmortal, Bienvenido m¨ªster Marshall: "Americanos, los recibimos con alegr¨ªa...". Los americanos, desde luego (y en este caso por suerte), eran s¨®lo ellos, los ciudadanos de Estados Unidos de Am¨¦rica. Nosotros, ya fu¨¦ramos del norte o del sur, del centro o de las islas, hac¨ªa mucho que hab¨ªamos sido excluidos del para¨ªso y vag¨¢bamos confusos invent¨¢ndole prefijos al nombre de la madre com¨²n. No estoy en modo alguno criticando la operaci¨®n del quevedeseo trabajo de Berlanga, que someti¨® a su humor implacable lo que para el mundo occidental era un hecho desde fines del siglo XIX y una obligaci¨®n econ¨®mica despu¨¦s de la II Guerra Mundial: los Estados Unidos ya no lo eran de Am¨¦rica; eran, pura y simplemente, Am¨¦rica.
La vida imita al arte. El m¨ªtico rapto de Europa se consum¨® en el rapto real de Am¨¦rica. Zeus, metamorfoseado en ¨¢guila; el toro, burlado. Este hecho tiene su base en otra paradoja, los Estados Unidos carecen de un nombre verdaderamente propio. En la ¨¦poca colonial fueron conocidos por una cifra fatal para la c¨¢bala, Plymouth qued¨® para designar un sitio y una marca de autom¨®viles. En rigor, los ciudadanos de ese gran pa¨ªs s¨®lo pueden utilizar un gentilicio casi impronunciable, y adem¨¢s de significaci¨®n in.completa: estadounidenses. Uno se pregunta, perplejo, ?Estados Unidos de d¨®nde? Porque Estados Unidos de M¨¦xico, por ejemplo, o Estados Unidos de Brasil son nombres precisos, que designan espacios geogr¨¢ficos, hist¨®ricos y culturales propios e incanjeables, como lo hizo, en su tiempo, el de Provincias Unidas del R¨ªo de la Plata. Pero ?Estados Unidos de Am¨¦rica? Ese nombre s¨®lo ser¨ªa exacto si englobara toda la realidiad americana, desde Canad¨¢ hasta Chile y Argentina.
?Entonces? Quiz¨¢ la soluci¨®n estar¨ªa en que, como contribuci¨®n al V Centenario, los Estados Unidos decidieran adoptar un nombre nuevo, incanjeable, ¨²nicamente suyo. Ser¨ªa, sin duda, un gesto hist¨®rico, de alt¨ªsima significaci¨®n democr¨¢tica. Recientemente, un serial televisivo los nombr¨® Amerika, pero mucho me temo que el simple cambio de una consonante sea insuficiente. No estoy bromeando, aunque quiz¨¢ lo parezca. Algunos pa¨ªses africanos han cambiado su nombre despu¨¦s de la independencia. Alto Volta se llama ahora Burkina Faso, y la ex colonia francesa de Dahomey adopt¨® el nombre de Ben¨ªn, un ajatiguo y glorioso reino africar¨ªo, anterior al momento en que la trata de esclavos cay¨® como una maldici¨®n sobre ese tr¨¢gico continente y lo quebr¨® hasta nuestros d¨ªas.
Si las antiguas Trece Colomas decidieran llamarse, por ejemplo, Estados Unidos de Lincoln, teniendo en cuenta el papel de esta figura en la definitiva uni¨®n de esos Estados y sus etnias, sus ciudadanos adquirir¨ªan el bell¨ªsimo e hist¨®ricamente significativo gentilicio de l¨ªncolmanos, podr¨ªan proclamar "somos de Lincoln", como otros de Bolivia o Colombia y todos de Am¨¦rica. S¨¦ demasiado bien que estoy movi¨¦ndome en el terreno de una tan improbable utop¨ªa que algunos pudieran confundirla con locura, pero estas cosas pertenecen al reino de la justicia po¨¦tica y del conjuro, y suelen suceder si se invocan con suficiente fuerza, aunque sea cinco siglos despu¨¦s de los cinco siglos que nos aprestamos a conmemorar.
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