En la isla de Menorca
Yo creo en esas cosas, piensa el desde ahora viajero, sentado en la terraza del club na¨²tico, fatigado, como si hubiera llegado una vez m¨¢s por la mar. En frente, tras las opulentas popas de esos grandes yates sin nobleza, tras esa ringlera de opulentas posaderas navales con enrolladas banderas en las rabadillas e irisados reflejos en la onom¨¢stica con tintineo de vasos, esas escenas m¨¢s sorprendentes que la ¨®pera de las que hablaba Retz: las ruinas iluminadas de la Illa del Rei, la casa rosada del gobernador, o de Nelson, como dicen aqu¨ª, el bosque de las batallas o la silueta de los acantilados ilustr¨ªsimos. Dos botecillos que cruzan portando inmensos fanales de misteriosa utilidad, la ribera vigorosamente subrayada por la iluminaci¨®n de las muchas terrazas de restaurantes y tabernas -en alguna de las cuales se nos alcanzar¨¢ el deleitoso marisco del cardenal- la sombra atenuada de una conurbaci¨®n poco aparente con lejanos planos luminosos de dibujo neocl¨¢sico y el espejeo del agua quieta. De pronto un s¨²bito destello desvela el fantasma de una embarcaci¨®n en roda, justo detr¨¢s de las atracadas en la palanca. Es un llagut grande y blanco, de un blanco diferente, completamente arbolado y dispuesto, y que se sabe de vieja madera y parece querer hacernos llegar sus antiqu¨ªsimos crujidos. Que como el phascellum ille de Catulo, sabe que fue fronda antes de ser nav¨ªo y nos lo quiere decir en ese rel¨¢mpago de presencia. Tambi¨¦n nos dice que nos encontramos, efectivamente, en el m¨¢s hermoso e ilustre puerto del Mediterr¨¢neo, quiz¨¢ el de los tit¨¢nicos lestrigonios, feroces honderos y arponeros crueles, que a¨²n hacen guardia a los dioses verdaderos no muy lejos, por aqu¨ª cerca, y que esta vez nos dejar¨¢n pasar y asomarnos a la isla todav¨ªa misteriosa y a sus antiguas formas de pasar el verano, cuando ya, pasado el julio del refr¨¢n, nada es seguro en la mar de por fuera de esta rada generosa.El viajero tropieza con el primer testigo de lo que ¨¦l llamar¨ªa las viejas artes de pasar el verano precisamente al pie de un monumento plantado aqu¨ª, en los mapas, pareciera que, en cambio, para el turismo m¨¢s convencional: La Naveta deis Tudots. Se trata de una pareja de ciclistas, catalanes, por supuesto, docentes, nos explican, que efectivamente pasan en la isla el largo verano desde hace a?os y residen en una urbanizaci¨®n de la costa meridional. Recorren la isla en etapas casi cotidianas de talayot en talayot y de naveta en naveta con el firme prop¨®sito de haberlo visto absolutamente todo, todos esos monumentos prehist¨®ricos, tan iguales entre s¨ª para el profano, sin ninguna excepci¨®n. No portan c¨¢mara fotogr¨¢fica ni ning¨²n instrumento de registro y tampoco su curiosidad es profesional o cient¨ªfica. Emplean as¨ª los d¨ªas del largo y desnudo verano con la intenci¨®n de convertirlo en un viaje pac¨ªfico y prolongad¨ªsimo, a una escala razonable y en una dimensi¨®n moderadamente placentera. Se han ba?ado en una cala nueva, que han descubierto hoy a pesar de su veteran¨ªa en la isla, han almorzado en una taberna de por ah¨ª, han contemplado dos o tres de estos misteriosos monumentos, no recuerdan bien c¨®mo se llaman, y ahora se volver¨¢n a casa a lomos de esas delgadas bicicletas, desnudas de bagaje, que, superpuestas all¨ª, sobre la pared de piedra, sobre la tanca, a m¨ª se me antojan un t¨¢ndem de esos que ya no existen, pero que ser¨ªa m¨¢s propio. Ya dije ayer que el paseo ciclista me parec¨ªa ¨ªntimamente relacionado con las artes de pasar el verano. Han hecho estos j¨®venes y antiguos profesores casi lo mismo que nosotros, el viajero y sus acompa?antes, s¨®lo que ellos lo hacen a otro ritmo, cada d¨ªa y a lo largo de la estaci¨®n, y es eso seguramente lo que habr¨ªa que hacer en Menorca.
Laberinto de piedras
Nosotros vamos a Ciutadella. Est¨¢ cayendo la tarde y nos hemos desviado del camino, de es cam¨ª d'En Kane, el primer gobernador brit¨¢nico de la ocupaci¨®n de 1708, para ver la naveta con su mejor luz. Cuando desaparecen los amigos ciclistas por el camino polvoriento que qui¨¦n sabe a d¨®nde va, tras hacer sonar el piso met¨¢lico de un portal, me doy cuenta de que estamos rodeados de tanques, esos perfectos murillos de piedra que se repiten, como seriados, en el paisaje en todas direcciones. Son tanto cercas para el ganado como pantallas contra el viento raso. Benet, el amigo menorqu¨ªn que nos acompa?a, tambi¨¦n profesor en Catalu?a y de veraneos nativos e insulares, me dice que estas bellas paredes fueron la desesperaci¨®n de los invasores que desembarcaban en el oeste de la isla, porque complicaban hasta la desesperaci¨®n el transporte de las cure?as de la artiller¨ªa naval hacia la retaguardia de los baluartes de Mah¨®n, un transporte ya en s¨ª dif¨ªcil por la aspereza de los caminos, vestigios de las viejas calzadas romanas y por insuficiencia de muelles e inoperancia de los asnos, ¨²nico semoviente abundoso en aquellos tiempos. Parece que los tanques se convirtieron en una obsesi¨®n del duque de Richelieu en la campa?a de 1756. La lentitud de la artiller¨ªa le cost¨® bajas y fracasos, adem¨¢s del deterioro de los pomposos uniformes de sus elegant¨ªsimos tacons rouges y de los marqueses de la mar. Saldremos a la carretera nueva que ha segado los tanques.
Vamos a cenar a Ciutadella, pero ya hemos hecho muchas cosas durante la jornada. Hemos nadado en una caleta del sur, cerca de la Punta Negra donde anidan los cormoranes oscuros, porque no se pod¨ªa privar al nieto Malcolm, que peregrina con el viajero, de sus exploraciones de rocas. Hemos almorzado en Mercadal y hemos subido al belvedere del monte Toro.
Mercadal, un pueblo blanco como las casas de predio, de los medieros, els amos, que no de los se?ores, es entre otras cosas la capital de la gastronom¨ªa paisana, pallesa, aunque no reh¨²sa la marinera. Est¨¢ en el centro de la isla, al pie del santuario que de un top¨®nimo ar¨¢bigo tom¨® por corrupci¨®n fon¨¦tica el extravagante nombre de Toro, pero el moderno municipio tiene fronteras litorales con ambos mares, ocupando la franja medial de la isla.
Caldereta
En Mercadal se puede comer caldereta de langosta tan sabrosa y abundante como en el puerto de Fornells pero no es lo propio. Lo propio ser¨ªa el oliaigu campesino y la caldereta de res. As¨ª nos lo explic¨® l'hereu de can N'Aguret, una de las posadas tradicionales, quien adem¨¢s pone en duda el origen popular de la caldereta de langosta que considera de una modernidad no menos que centenaria. El hereu ha descubierto el buen vino, explota con refinamiento una vieja vi?a y obsequia su producto, un blanco ¨¢spero y un punto salado. Mercadal era punto de postas entre Ciutadella capital y el Mah¨®n burgu¨¦s del siglo pasado. Los se?ores de la capital hac¨ªan noche en la villa en sus viajes al puerto, o un alto de horas cuando cruzaban la isla de extremo a extremo para acudir, por ejemplo, a la ¨®pera. Pero no es s¨®lo un lugar de paso, ni siquiera en las guerras, y guarda memoria de batallas propias. Y es un hermoso lugar en el que, sin embargo, muy pocos pasan el verano o s¨®lo ratos del verano.
Se celebraba una boda en el santuario del Toro. Gente rica, creo haber entendido que de Ferrer¨ªas. Uno de los regalos, expuesto en la explanada frente al templo era un autom¨®vil envuelto en celof¨¢n. Rostros rudos y curtidos, tallados al hacha o hendidos con u?a de calafate, rosados sobre las corbatas de seda o con las blondas vaporosas. Alrededor de, esa terraza en fiestas, la isla entera, visible hasta el perfil rocoso y hacia las ocho puntas de la rosa. Un paisaje muy igual hacia todos los rumbos o con matices sutiles. Es un mirador con una vista muy hermosa. Los menorquines, el amigo Benet, por ejemplo, se quejan amargamente de la fealdad que han implantado las torres met¨¢licas de los repetidores de ondas. Al viajero no le chocan tanto. Le parece peor un Sagrado Coraz¨®n de la m¨¢s vulgar receta, un broncecillo modesto y penoso, montado un pedestal funerario.
La isla entera parece una gran finca. Si hubiera sido cristianizada por otros que los catalanes un poco m¨¢s tarde hubiera quiz¨¢s parado en ducado, o hubiera sido un solo feudo, piensa el viajero, si la hubieran tomado las ¨®rdenes un siglo antes. Y su destino hubiera sido como el de Malta, a la que se parece m¨¢s que Mallorca y las Pitiusas, y con la que comparti¨® peligros modernos de descastaci¨®n hasta 1802. Si uno desde aqu¨ª compara lo que ve con un mapilla tur¨ªstico en el que vienen notoriamente se?alados los monumentos prehist¨®ricos que persegu¨ªan los ciclistas, no puede menos que pensar que los templarios, por ejemplo, o los caballeros de San Juan hubieran fundado una geograf¨ªa m¨¢gica y esot¨¦rica a partir de esas localizaciones y de las torres de se?ales en las puntas, ¨²nicos testimonios, parece, de la secularidad musulmana. Desde aqu¨ª, el puerto de los lestrigonios queda escondido, o se ver¨ªa el fuerte de San Felipe si a¨²n existiera.
No deja de ser una rareza que Menorca conserve tan s¨®lo la monumentalidad tan antigua, la ilegible y prehist¨®rica, o la m¨¢s moderna, la posterior al sosiego de la pirater¨ªa o la ¨²ltima de la colonizaci¨®n extranjera. El resto, las alquer¨ªas y los puertos son conjuntos vividos que deben su belleza y su vinculaci¨®n a la historia principalmente a su continuidad y a la costumbre. Eso establece una antig¨¹edad diferente y que se extiende a las gentes por entre las cosas. Ciutadella, por ejemplo. Ese puerto es intemporal. Y en la capital los antiguos palacios y las casas y calles que no lo son tanto parecen contempor¨¢neas y mucho m¨¢s viejas de lo que son. Es una poblaci¨®n muy bella, pero sobre todo intensamente habitada. No muy habitada, sino intensamente habitada, tambi¨¦n por el pasado. Su peque?o puerto es m¨¢s bullicioso que el de Mah¨®n. Las embarcaciones atracadas en las palancas de los barcos de recreo parecen m¨¢s nobles y verdaderas. Las murallas de los baluartes se hunden en el agua como en Venecia y los vendedores de baratijas alineados en las escaleras del camino de ronda parecen medievales. De pronto recuerda a Portofino, pero en m¨¢s real y m¨¢s hermoso. Hay que venir a Ciutadella al anochecer y es imprescindible sentarse en una de las muchas terrazas montadas en el estrecho malec¨®n, casi al borde del agua, de espaldas a las diminutas botilles de piedra, de escalenillas desvencijadas y destartaladas ventanas sin postillos. Almacenes deshabitados o ruinas de las que de pronto salen, como de un h¨²medo agujero, muchachas esbeltas y elegant¨ªsimas que bajan de puntillas los escalones desmoronados. Hay que sentarse all¨ª, frente a un tarro de cerveza o una ginebra, un gin en limonada -pomada le llaman- mirando la faena vespertina de las barcas: camareros con chaquetilla en algunas ba?eras, matelots descalzos en cubierta de los veleros ordenando unos cabos que ya parec¨ªan perfectos. Ciutadella es un pago aristocr¨¢tico, con palacios y casas de se?or, como aqu¨ª dicen, y los mejores caballeros y caixels para las caballadas de fiestas, las de San Juan y las de toda la isla, y los m¨¢s influyentes e intransigentes cl¨¦rigos. Y aristocr¨¢ticos parecen tambi¨¦n sus visitantes. Conviene aprovecharlo.
De pronto huele y suena el mar por todo alrededor hasta muy lejos y est¨¢ de verdad muy avanzada la amplia noche marina que se abate inexorable sobre las islas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.