Kafkiana
Nada menos que en los dos huecos de la derecha de la planta baja del palacio Kinski, en el centro de la Starom¨¦stsk¨¦ n¨¢m¨¦sti (plaza de la Ciudad Vieja), tuvo a partir de 1912 y hasta finales de los veinte su almac¨¦n de telas y chucher¨ªas femeninas Herman Kafka, el padre de Franz. Existe una foto de la plaza, recogida en la exhaustiva antolog¨ªa publicada por Klaus Wagenbach, con el prominente nombre del negocio do minando tan privilegiado inmueble donde, por si fuera poco, estuvo instalado el liceo imperial que frecuent¨® K. entre 1893 y 1901. Pero de todo eso nada se dice en la gu¨ªa Olympia, editada por Rud¨¦ pr¨¢vo, que en cambio informa que desde uno de sus balcones se dirigi¨® Klement al pueblo de Praga en febrero de 1948. Un busto en la casa donde naci¨®, en la calle Uradnice, muy cerca de aquella plaza, una l¨¢pida en la costanilla de los Alquimistas donde su hermana Ottla alquil¨® un estudio en el que Kafka escribi¨® Un m¨¦dico de aldea -hoy convertido en tienda de postales y souvenirs entre los que no hay un s¨®lo libro suyo- y una ins¨ªpida calle Kafkova (supongo que dedicada a ¨¦l) en Stresovice, son los ¨²nicos testimonios de su paso, verdaderamente breve, por su ciudad natal. El n¨²mero 7 de la calle Porc, donde se hallaba la sede de la compa?¨ªa de seguros obreros, la Urazov¨¢ Pojistovna D¨¦Inick¨¢, donde Kafka trabaj¨® desde 1908 hasta su retiro en 1922, est¨¢ en la actualidad ocupado por una entidad oficial; un portero poco versado en idiomas extranjeros me impidi¨® el paso a la primera planta, donde estoy convencido -a juzgar por lo entrevisto desde el portal- de que se conserva el despacho y la mesa donde trabaj¨®, hoy seguramente utilizado por un funcionario que tal vez ejecuta un cometido parecido sin sentirse abrumado por el pasado del lo cal. (Un primo de Kafka, descendiente de el t¨ªo de Madrid, que trabajaba en el MOP, ignor¨® la existencia de su pariente hasta que Juan Garc¨ªa Hortelano se impuso el deber de informarle de ella.)La plaza Starom¨¦stsk¨¦ no conserva el aspecto que presentaba en vida de Kafka aunque se mantienen todos sus edificios, con excepci¨®n de cinco m¨®dulos del g¨®tico Ayuntamiento viejo volados por los alemanes en 1945. Pero toda ella ha sido tan remozada y pintada que, como la ciudadela de Buda, "es m¨¢s hermosa y hasta m¨¢s antigua que antes de la guerra". Ha desaparecido la columna de la Inmaculada, donde a menudo se citaban Kafka y Brod, ya no se celebra el mercadillo de tenderetes que aparece en tantas postales rancias y en el centro de su espacio se alza el enf¨¢tico y obstrusivo monumento a Jan Hus, que forzosamente recuerda a los burgueses de Calais, en cuyas gradas se sientan los turistas de mochila y camiseta y apenas se oyen otras lenguas que las espa?olas. Pues por no se sabe qu¨¦ raz¨®n media Espa?a se ha volcado a visitar Praga este verano. Siendo nuestros compatriotas los m¨¢s numerosos y habladores este a?o han conferido a Praga un cierto aire a Santiago de Compostela, bien apoyados por la magnificencia barroca de la ciudad y la altemancia de cielos plomizos y despejados; afinidad que se rompe en todo lo que se refiere a los materiales de construcci¨®n y a la gastronom¨ªa.
Presencia espa?ola
La presencia espa?ola en Praga es m¨¢s muda y constante que la impuesta por las masas de turistas. Es tan consistente que bien pod¨ªan nuestras autoridades concederle una mayor atenci¨®n, ahora que tanto se cuida la arqueolog¨ªa de nuestro pasado, aunque sea ominoso, en otras latitudes. No estar¨ªa de m¨¢s un colegio espa?ol de Praga; pero ni siquiera la sede de nuestra representaci¨®n diplom¨¢tica, un chal¨¦ con goteras y cortes de agua en el barrio de Stresovice, reviste la menor dignidad en una ciudad sobrada de grandes mansiones abandonadas que est¨¢n pidiendo a gritos una utilizaci¨®n de ese car¨¢cter. El paso de los espa?oles por Praga tuvo una motivaci¨®n religiosa, pol¨ªtica y militar en un momento en que las tres ideolog¨ªas se fund¨ªan en un solo cuerpo con una ¨²nica ejecutoria que culmin¨® en la batalla de la Monta?a Blanca y la elecci¨®n de Praga como capital de la contrarreforma. De suerte que la fortificaci¨®n del esp¨ªritu cristiano, la invasi¨®n de jesuitas, la barroquizaci¨®n de la ciudad y la implantaci¨®n por doquier del estilo y la simbolog¨ªa de la ecclesia triunfans no alcanza en ning¨²n otro lugar, ni siquiera en Roma, la importancia que en Praga, dominada por la Inmaculada, la Sant¨ªsima Trinidad, los padres de la Iglesia, todo el santoral cristiano que inspira los 31 monumentos del puente Carlos. El de San Vicente Ferrer, debido a Brokov, no puede ser m¨¢s representativo de ese esp¨ªritu contable que la contrarreforma infunde a la religiosidad: en las tres caras del plinto visibles al peat¨®n se inscriben las leyendas con los prodigios num¨¦ricos del santo: 25.000 judaeos ad Christum. 8.000 saracenos ad fidem catholicam. Demones domint.
De los monumentos contrarreformistas de Praga ninguno resulta tan espectacular como la iglesia de Sv. MIkul¨¢se, San Nicol¨¢s, en la plaza de Mal¨¢ Strana, el templo barroco m¨¢s imponente que yo he visitado. Fue comenzado en 1625, tras la victoria de la Monta?a Blanca, y otorgado a los jesuitas que all¨ª ten¨ªan uno de sus colegios para establecer su parroquia. A fin de ganarse a la feligres¨ªa del barrio lo colocaron bajo la advocaci¨®n de san Nicol¨¢s, patrono de los comerciantes, y no regatearon el menor esfuerzo para conseguir la mayor monumentalidad. La decoraci¨®n de muros y pilares esviados se prolonga, por encima del furioso oleaje de las comisas, en las b¨®vedas de planta oval y estructura va¨ªda y toda la ondulante e inquieta nave, con todos sus elementos confundidos, surge como la emanaci¨®n de un imprevisto e incontrolable esfuerzo, equivalente al de una segunda naturaleza, y en cierto modo lo es; a primera vista todo est¨¢ construido con m¨¢rmoles, piedras ricas, serpentinas y alabastros; pero se trata de trampantojos; todos los lienzos son de estuco pintado simulando el exquisito veteado de los m¨¢rmoles y la estatuaria es de madera pintada de esmalte blanco para que parezca carrara. El dinamismo de la estructura se corresponde con la decoraci¨®n; todo es batallador, violento y triunfante: el infiel alanceado, las cabezas de turcos ruedan por los suelos, los jud¨ªos humillados, los conversos estupefactos; y bajo la b¨®veda del falso crucero, las figuras de los cuatro gigantes, m¨¢s que padres, de la Iglesia: san Gregorio Nacianceno, san Juan Cris¨®stomo, san Cirilo de Alejandr¨ªa y el temible san Basilio, el de la ep¨ªstola a los ortodoxos; un cuarteto que si hoy todav¨ªa es digno de respeto aterroriza al pensar de lo que era capaz en otros tiempos m¨¢s intransigentes e impositivos. Quiz¨¢ los ¨²nicos capaces de esquivar su disciplina y tomar su ley con un poco de alegr¨ªa eran sus propias jerarqu¨ªas, como ese obispo en un alto, recostado sobre el trasd¨®s de un front¨®n curvo partido, como si se balanceara en una hamaca o, como el bar¨®n de Calvino, se hubiera encaramado hasta aquel inaccesible punto para observar con regocijo la insensata historia de sus propias creencias.
Lo que hoy es sin duda la ciudad barroca m¨¢s bella de Europa, la joya del imperio, se mantiene en pie gracias a su vejez, a su falta de recursos. "S¨®lo la ruina nos preserva de una ruina mayor", dec¨ªa Tem¨ªstocles. La renovaci¨®n de fachadas en torno a Starom¨¦stsk¨¦ n¨¢mesti y la restauraci¨®n de todo el recinto del castillo pone de manifiesto la dilapidaci¨®n y el deterioro de los otros barrios hist¨®ricos de Praga: la Mal¨¢ Strana, Josefov, incluso Nov¨¦ Mesto y Vys¨¦hrad. Desde tiempo inmemorial buena parte del caser¨ªo de esos barrios est¨¢ cubierto por los andamios, oxidados y vetustos, sin asomo de actividad en ellos. Es una manera, un tanto socialista, de se?alar que el proceso de restauraci¨®n est¨¢ en marcha y que nada se sustrae al celo de las autoridades patrimoniales, tan llenas de buenos prop¨®sitos como carentes de fondos. Todo plan debe establecer unas prioridades y nadie se extra?ar¨¢ de que determinadas obras no se lleven a cabo con la deseada rapidez o no se hayan iniciado todav¨ªa aun cuando el edificio haya causado baja por enfermedad hace medio siglo. Como dec¨ªa un conocido informe de un oficial sanitario ingl¨¦s en la guerra de 1914: "Los hospitales de campa?a se habr¨ªan demostrado plenamente eficaces de no haber sido por el n¨²mero de heridos".
Entre las numerosas diferencias que median entre las dos Europas me permito se?alar el distinto tempo que rige la vida de una y otra. Si la Europa capitalista suena como un allegro la socialista lo hace como un adagio, cuando no un largo. Y vaya por delante que yo prefiero, sin ninguna duda, los tempos lentos, cualquiera que sea la composici¨®n. Un ritmo vivaz es caracter¨ªstico de un pueblo en marcha, de una sociedad pujante y rica que apenas tiene tiempo para detenerse, regida por el equilibrio de la aceleraci¨®n. El lento es propio del empobrecimiento, de quien sobre todo espera algo no muy definido; es tambi¨¦n un consuelo. Lo de Praga, como lo de Budapest, es otra cosa; por debajo de su animaci¨®n estival late un pulso fr¨ªo y lento, propio del invierno, apenas audible, propio de quien, como san Juan en su sepulcro, tan s¨®lo deja escapar un hilo de vida y retiene sus fuerzas para el d¨ªa de la reencarnaci¨®n.
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