El mar de moco
Me hab¨ªan dicho que si dabas en Irlanda una patada a un ¨¢rbol, de su copa ca¨ªan al menos tres poetas, con copas o sin ellas. Pero confieso que se me antoj¨® una ordinariez el liarme a patadas con los ¨¢rboles. Por otra parte, ya hab¨ªa convenido esa misma ma?ana que el pa¨ªs tiene la l¨ªrica instalada en las alturas, pues en mi. experiencia de viajero jam¨¢s tropec¨¦ hasta hoy con un transporte p¨²blico donde se intercalasen affiches de publicidad al uso con los breves poemas de rapsodas ilustres que rindieron homenaje a la naturaleza que los acogi¨® antes de rendir a la gloria el ¨²ltimo de sus viajes posibles. Ellos no volver¨¢n a ver "el mar verde moco" de la bah¨ªa de Dubl¨ªn, que calific¨® Joyce con ¨¢nimo de ensuciar e inmortalizar cada uno de sus recuerdos, y yo, sin embargo, era privilegiado espectador en la ventanilla del Dan, el tren el¨¦ctrico que la recorre, de esa moquera pl¨¢cida en que navegaban balandros deportivos y barcazas de pesca orientadas siempre desde la costa por las numerosas torres Martello que lunatizan su paisaje. Era mi particular ventaja sobre los rapsodas, La suya, que no tendr¨ªan que volver a mostrar sus verg¨¹enzas en la consecuci¨®n de un mito al alcance ahora de un tren el¨¦ctrico.Ritual
Porque yo, que iba, por supuesto, a la consecuci¨®n del mito, di, de antemano ya, rienda suelta al ritual. Y con las verg¨¹enzas al aire me lanc¨¦ al mar por el lado mismo de la m¨¢s famosa de las Martello Tower, en el Gentlemen's Bathing Place, donde no hay mucho dublin¨¦s encelado por la costumbre que no lo haga al menos el d¨ªa de Navidad ni intelectual for¨¢neo encelado por Joyce que no lo haya hecho una fecha cualquiera de su vida. Todo en Dubl¨ªn es Joyce: Bewley's, el coffee shop de Grafton St., nomina una sala con su nombre porque el autor, al parecer, se atrac¨® en ella, un tiempo, de bollitos; The Bailey, el pub de Duke St., ense?a la. puerta rescatada a la destrucci¨®n del n¨²mero 7 de la calle EccIes, que habit¨® Leopold Bloom en las p¨¢ginas del Ulysses; luego est¨¢ el colegio de los jesuitas de Belvedere House, en Parnell Sq., donde estudi¨® el genio; la Escuela de Verano de la Universidad, el monumento del r¨ªo Liffey en O'Connell St., con el nombre de Anna Livia Plurabelle que le dio el novelista en Finnegans wake y que el populacho desacraliza con el de "la puta en su jacuzzi". Est¨¢ el Joyce Cultural Centre de Great George St. y tambi¨¦n los cientos de reclamos de establecimientos p¨²blicos que guardan una estela de su presencia o de su fantas¨ªa. Todo en Dubl¨ªn es Joyce, y la Martello en cuesti¨®n es su ombligo.
"Hoy, 16 de junio de 1924, 20 a?os m¨¢s tarde, ?se acordar¨¢ alguien de esta f¨¦cha?", se pregunt¨® en pleno proceso de degeneraci¨®n fisica el autor que llegar¨ªa a ver, sin embargo, la celebraci¨®n casi religiosa del Bloomsday. El 16 de junio de 1904 el escritor hab¨ªa salido por primera vez de la torre, hoy Museo de Joyce, donde viv¨ªa con su entonces amigo Gogarty, para pasear con Nora. Ulysses principiaba el periplo de la escritura m¨¢s famosa del siglo y que con los a?os llevar¨ªa a la capital un n¨²mero de peregrinos inimaginable. La ciudad se lo agradece hoy haciendo que todo Dubl¨ªn sea Joyce. Y ¨¦l la respondi¨® ayer alej¨¢ndose de Dubl¨ªn.
Como todos, porque ¨¦sta, ciudad de los escritores en el mundo por excelencia, fue perdiendo sus escritores poco a poco. Salvo Yeats, todos partieron. Primero fue Jonathan Swift en el XVIII, y cuando hubo de volver, porque as¨ª se lo ordenaron, dijo que le hab¨ªan "dejado caer en el maldito Dubl¨ªn". Acab¨® entendiendo, sin embargo, a la ciudad y quiz¨¢ por eso la ciudad se lo premia paseando el mu?eco de Gulliver por sus calles con ocasi¨®n del Millenium En el XIX se fueron Oscar Wil de y Bram Stoker, el creador de Dr¨¢cula. Bernard Shaw lo har¨ªa m¨¢s tarde, porque "mi trabajo en la vida no se pod¨ªa llevar a cabo en Dubl¨ªn". Shaw jam¨¢s regate¨® su desprecio por la villa de origen y En la otra isla de John Bull menciona "la risa horrible, maliciosa y sin sentido de los dublinenses" Se fue O'Casey, Beckett y tantos otros. Y, sin embargo, ninguno tuvo otra referencia literaria que esta ciudad, que, habiendo parido tantos creadores., se permite la humorada de tener la estatua de uno de los m¨¢s grandes, el l¨ªrico Thomas Moore, sobre unos urinarios - p¨²blicos. Yeats, que no dej¨® de censurar al "pueblo ciego e ignorante de Irlarida", permaneci¨® no obstante, y gracias en buena parte al grupo que ¨¦l nucleara Dubl¨ªn alcanz¨® la consideraci¨®n de capital universal de la cultura.
La fama del Abbey Theatre se debe, sobre todo, a este grupo, y las obras basadas en las tradiciones del pa¨ªs vuelven ahora a tener aqu¨ª su actualidad con ocasi¨®n del Millenium. The playboy of the western world, el texto de O'Casey que conmocion¨® en su d¨ªa la escena, alcanz¨® en el Abbey un nuevo ¨¦xito hace tan s¨®lo unos meses. Pero, la reconocida calidad del teatro dublinense est¨¢ asegurada adem¨¢s con estrellas de la talla internacional de un Donald McCarin, directores como Byrne, escuelas como la School of Acting, la Oscar School o la Betty Norton, con locales de la tradici¨®n del Gate o del atrevimiento experimental del Project Arts Theatre y, sobre todo, con esos 60.000 actores profesionales y aficionados que pasan por aportar una de las mejores dicciones de lengua inglesa y que llenan los repartos de las compa?¨ªas brit¨¢nicas y americanas.
Autores tampoco faltan: Brian Friel, Tom Murphy o Hugh Leonard tienen reputaci¨®n internacional en la dramaturgia. Del novelista Brian Moore baste decir que es el favorito entre los vivos de Graham Green. Hay muchos m¨¢s con an¨¢logo nivel: John MeGahern, John Banville o Christopher Nolan, un espasm¨®dico sin posibilidad adem¨¢s de habla, cuyo caso, contado en la novela autobiogr¨¢fica Under the eye of the clock, conmueve el ¨¢mbito de la cultura anglo. Y poetas, para qu¨¦ hablar: Seamus Hleaney ha sido proyectado desde Harvard como un l¨ªrico excepcional. Estuvo hace un par de a?os en Madrid y as¨ª supimos de su admiraci¨®n por el verso de san Juan de la Cruz. La esposa nos confes¨® entonces que su popularidad en las ciudades universitarias de Estados Unidos era tal que pasear por las calles supon¨ªa para ellos un cierto problema. Yo contest¨¦ a la se?ora Heaney que ¨¦se es el problema en Espa?a de Julio Iglesias y que san Juan se mueve por ?vila sin que nadie le tosa para pedirle un aut¨®grafo.
En Irlanda hay otros cientos de poetas brillantes. Muchos habitan, como siempre, otros lados del mundo. Muchos marchan cada a?o con esos 30.000 j¨®venes que, en la mejor tradici¨®n de su historia, buscan la posibilidad de hacer patria fuera de casa. Con ocasi¨®n de un recl ente viaje a Australia, cuyas referencias pude seguir en Dubl¨ªn a trav¨¦s de la televisi¨®n, Charles Haughey, el primer ministro, se refiri¨® una vez m¨¢s al ¨¦xodo de creadores. "Nosotros", dijo, "no hemos creado un imperio con las armas como el brit¨¢nico. Pero nosotros hemos creado un imperio de la cultura con la pluma". Los nombres que citamos parecen darle la raz¨®n.
Pero tambi¨¦n de otros lados del mundo vienen gentes con ¨¢nimo de acercarse a los creadores irlandeses. A Bono, el l¨ªder de U2, p¨²beres muchachas venidas de muy lejos le dejan textos sugerentes sobre la tapia de los estudios de Windinill Lane: "Vine a verte y no estabas. Te quiero", "Guardo mi virginidad para ti. S¨®lo t¨² entrar¨¢s en mi cuerpo". Ahora, el talento del pa¨ªs marca un nuevo hito dentro de la cultura pop. U2 es el grupo de moda en el orbe de los bemoles locos y en su estela se proyectan otros de la categor¨ªa de Hothouse Flowers, como en la de Bob Geldof solistas como Chris de Burgy y tantos otros. Algunos eran buskers, cantantes callejeros, hace unos meses. ?se ha sido el principio de las grandes estrellas del pa¨ªs. Hoy, si el mercado internacional no los reclama, podr¨¢ v¨¦rseles en Dubl¨ªn en pubs como The Baggot, Pink Elephant, Mc Gonigles o Tex Mex. Porque hablamos de un rock que ya no pertenece s¨®lo a Irlanda.
Notas de gracia
Con el foIk sucede lo mismo. De su fuente sale el country americano y las baladas. Para beber a¨²n de esas fuentes hay que volver a Dubl¨ªn, sentarse en el Donahue's de Baggot St. y notar las grace notes, notas de gracia, de las gargantas que all¨ª se oyen. Los forofos afirman que los buenos int¨¦rpretes llegan a un registro que no tienen los de ¨®pera. Lo necesitan para matizar la tristeza de sus tonadas, cuyas letras, en su mayor¨ªa, provienen de la ¨¦poca de dominio ingl¨¦s, donde el compositor no era por completo due?o de sus palabras. Chesterton dijo que "Dios cre¨®, en efecto, a los irlandeses porque todas sus guerras son alegres y todas sus canciones tristes". En el ¨²ltimo caso la afirmaci¨®n no deber¨ªa ser tan taxativa, aunque hay que saber que para Chesterton la l¨ªrica era en s¨ª la mejor manifestaci¨®n de la tristeza. Y eso es lo que sucede. El gran rapsoda Patrick Kavanagh anunci¨® que Irlanda siempre tendr¨ªa un ej¨¦rcito de 10.000 poetas preparado. Yo quiero decir aqu¨ª que el ej¨¦rcito est¨¢, como siempre, en pie de guerra.
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