Caminos, canales y puertos
En los ejercicios espirituales con los que nos regalaban, cada a?o, los reverendos padres, llegaba un momento ineludible, consabido por nosotros y no por eso menos atroz para algunos. Un muchacho en plena juventud mor¨ªa en labios del predicador de turno, s¨²bitamente, tras haber cometido el primer pecado carnal. Las llamas del infierno recib¨ªan su alma con lenguas incombustibles. El infeliz condenado se llamaba, rimbombantemente, Luis Ignacio de los V¨¦lez de la Cottera y Rom¨¢n de Viguri; sol¨ªa ser de Las Arenas; y, desde luego, que ingeniero de caminos, canales y puertos. En nuestros o¨ªdos adolescentes, menos limpios a veces de lo que debieran, sonaba, con la penetraci¨®n acre de las campanas estrenadas, la constancia del prestigio social de la carrera de ingeniero. La verdad es que las madres de ni?as casaderas (le nuestro entorno so?aban, menesterosas, en la mesa camilla y en el paseo vespertino, con yernos que estuviesen en v¨ªas de obtener o que, miel sobre hojuelas, hubiesen ya obtenido el t¨ªtulo de dicha profesi¨®n.La literatura apuntaba, por lo menos desde Gald¨®s, en la misma direcci¨®n de las aspiraciones. Pepe Rey, el asesor de Do?a Perfecta (1876), es un ingeniero liberal y redencionista, junto con algunos militares de la ciudad, del marasmo de usos y costumbres en los que imperan, inasequibles a todo desaliento, do?a Perfecta y don Inocencio, que son recalcitrantes. Es la Fecha en que don Benito escribe la segunda serie de su saga espa?ola, los Episodios nacionales; el rey fel¨®n es quien, entre los bastidores de la desverg¨¹enza, mueve los hilos de aquellos a?os. Gald¨®s no ignora, en Do?a Perfecta, que la pol¨ªtica hidr¨¢ulica de Gasset est¨¢ a la vista. A los ingenieros adher¨ªa, entonces, una cualidad excepcional: la del liberalismo.
Don Lucas Mallada, ingeniero de minas y oscense de 1841, da a las prensas, en la ¨²ltima d¨¦cada de aquel siglo, Los males de la patria, obra que influir¨ªa, preponderantemente, en la visi¨®n de Espa?a, en blanco y negro, que los noventayochistas enarbolaron con br¨ªos un punto pla?ideros. Azor¨ªn y Baroja fueron, entre los de aquel grupo, que de peque?o yo le¨ªa a escondidas, fraguando mi perdici¨®n y mi pedanter¨ªa, los m¨¢s receptivos al retrasado encauzamiento espa?ol, de aguas escasas y malamente libres. Don P¨ªo sabe, en 1926, que es cuando aparece Las veleidades de la fortuna, que la resistencia peninsular a ese proyecto va a ser dura de pelar.
Uno de los comparsas de su no vela, Paul StoIz (en castellano Pablo el Orgulloso), es suizo e ingeniero de "cosas irrealizables y de sue?os :idealistas e in sensatos". Como contrapeso de tama?as hip¨®tesis, practica StoIz la tesis, harto m¨¢s pagadera, desde un esca?o parlamentario de su patria.
Igual que todo lo que entre los espa?oles, desde: entonces a ahora, mira hacia delante, tienen este asunto y sus valedores un tufillo ben¨¦fico el siglo de las frustraciones de nuestras utop¨ªas, que duraron ese suspiro que es, en Espa?a, el Siglo de las Luces. Leandro Fern¨¢ndez de Morat¨ªn envi¨® una carta a Jovellanos, en 1787, con esta perla francesa, que pudo apenas cobrar un brillo ib¨¦rico: " Algo m¨¢s acreedor es a los elogios de la posteridad el gran Luis XIV por haber hecho construir el canal de Lenguados que por sus numerosos exercitos y sus sangrientas victorias". La mejor aristocracia ilustrada sigue o se adelanta a Morat¨ªn. Aranda es uno de los propulso res del Canal Imperial de Arag¨®n; los Alba de aquella generaci¨®n -Alba y Aranda no eran todav¨ªa una y la misma casa no biliaria- fomentan su mal de piedra y riegan ¨¦sta, en Piedrahita sobre todo, con aguas deleitosas de fuentes y de es tanques. ?Decae o se a¨ªsla, hacia 1910, la posici¨®n de los ingenieros? En Las cerezas del cementerio, que es de ese a?o, de Gabriel Mir¨®, escritor de primera l¨ªnea, con el que a punto estuvo de acabar la injusticia altanera de Ortega, un diputado provinciano establece la concatenaci¨®n, po¨¦tica y nutritiva, entre la masa dorada de unas agujas, peces que huyen de atunes grasos y voraces, y el hombre que se come, tan ricamente, los atnes. F¨¦lix, por el contrario, protagonista de la novela, que no mordisquea sino, fetichistamente, los jirones de las pertenencias de su amada, lamenta su incapacidad realista: "Ya casi ingeniero y confieso que no hab¨ªa atinado a decir esas verdades"
En 1940 hay fehaciencia teatral de las ventajas eckon¨®micas de la profesi¨®n que nos ocupa. Benavente, al que nuestras madres aplaud¨ªan tras abanicos escandalizados, estrena, en el C¨®mico, El demonio del teatro. Un jovenzano, gal¨¢n de la comedia es licenciado en leyes y en filosof¨ªa y letras, y aspira, tal es de rigor, a la mano melindrosa de la damita joven; posee adem¨¢s aptitudes mec¨¢nicas en lo que reparaci¨®n de m¨¢quinas de transporte se refiere. Rosendo, hombre maduro, le da una r¨¦plica: " Pues de las tres carreras creo, y no es chiste, que con esta ¨²ltima es con la que puede usted hacer m¨¢s carrera".
No obstante, los ardides de la historia, que a veces, pocas, es razonable, seg¨²n no dijo Hegel, hacen que don Manuel Machado suceda, en 1940, y en la Real Academia Espa?ola, a don Leonardo Torres Quevedo. El sill¨®n N de nuestra ilustre casa favoreci¨® la conjunci¨®n honor¨ªfica de la poes¨ªa y los ingenieros. Ors, en su Doctrina de la inteligencia, distingue entre la dial¨¦citica, la pat¨¦tica y la po¨¦tica, que incluye, esta ¨²ltima, a la poiesis y a la t¨¦cnica.
La pol¨ªtica educativa integradora cuenta tambi¨¦n con su cap¨ªtulo regeneracionista, protagonizado por un ingeniero. El ministro Callejo, de la dictablanda, que consigui¨® bramase en las Cortes S¨¢inz Rodr¨ªguez, separa el bachillerato de ciencias del literario. Don Eduardo Gull¨®n, t¨ªo de nuestro Ricardo y director de la Escuela de Minas, reclama, en contra del Ministerio, que los alumnos de su centro hayan cursado ambos bachilleratos.
La profesi¨®n padece hoy, coi-no casi todas, quebrantos nominales que denuncian otros de contenido. Coyuntura ¨¦sta que ya previ¨®, en 1602, fray Jos¨¦ de Sig¨¹enza en su Fundaci¨®n del Monasterio del Escorial.- "En ninguna cosa... acertaron menos los, hombres que en las que son derechamente para las comodidades de su vida y para sus propios usos". Que no se soliviante, por tanto, mi compa?ero en la Real de San Fernando, don Jos¨¦ Antomo Fern¨¢ndez Ord¨®?ez; que relea, con calma, a Sig¨¹enza: "Puede ser que no veamos tan claros los yerros de aquellas cosas que llamamos especulativas, porque de su naturaleza son m¨¢s secretas". Los otros yerros, los de los constructores, resultan m¨¢s patentes. Y que aprenda de su colega, don Juan Benet, que se refugia de la ignorancia que se?al¨® el fraile en otra actividad, y nos regala y atormenta con una tras otra de sus novelas descomunales.
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