Experto en apocal¨ªpsis
?Cu¨¢les? Desde luego, los suyos, mas por desgracia tambi¨¦n los de todos los dem¨¢s. Los suyos acabaron con ¨¦l despu¨¦s de que aquellos que, en buena medida, atiz¨® con sa?a, acabaron con much¨ªsimos otros. Abominablemente burgu¨¦s, y peque?ito, escupi¨® en libros innovadores el asco que sent¨ªa por s¨ª mismo, los suyos, por todo lo que le rodeaba. Los libros le procuraron cierto dinero, que deposit¨®, el minucioso antisemita, en bancas jud¨ªas, e invirti¨® en oro, enterrado y desenterrado en el jard¨ªn de una amiga danesa. Adul¨® sin tasa para conseguir el Premio Goncourt para su primera novela. No lo obtuvo. Asisti¨® a ejecuciones capitales en una plaza p¨²blica y troquel¨® la frase esputo del despecho: "La guillotina es el Goncourt del crimen".Amante ineficaz, cambi¨® m¨²ltiples veces de pareja. Al final, s¨®lo buscaba compa?¨ªa que le sobreviviese para cuidar sus furias; y la tuvo. Herido en la I Guerra Mundial; m¨¦dico solicita empleo en una fundaci¨®n americana, la Rockefeller, luego jud¨ªa, escap¨® a la segunda, que predijo, as¨ª como la derrota tedesca, y disfrut¨®, por de pronto, un exilio dorado y, luego, otro m¨¢s fr¨ªo y una c¨¢rcel en la que purg¨®; otros se suicidaron, como Drieu, o, como Brasillach, fueron pasados por las armas, sus acusaciones de juda¨ªsmo, que alcanzaron hasta el mism¨ªsimo Luis XIV.
Insult¨® a los que intervinieron en su favor, Mauriac, Malraux, y se sinti¨® perseguido por el primero. Acert¨® con Sartre, el de "los sesos agitados", que no escribi¨® sino sandeces malintencionadas a su respecto. Sartre hab¨ªa estrenado Las moscas en un Par¨ªs ocupado por los nazis. Hasta despu¨¦s de muerto no supimos cu¨¢l fue su m¨¦todo de pensamiento: "Necesito que el mundo vaya mal para poder criticarlo", "Pienso con los ojos", y era bizco. ?L¨¢stima que Celine no hubiera le¨ªdo estas lindezas del Nietzsche de bolsillo que fue Sartre!
En Sigmaringen, ni una palabra casi sobre los Hohenzollern, los cat¨®licos, los grandes, que los imperiales del siglo XIX, desde Prusia, a donde los largaron los suabos, primero a Nuremberg, luego a Magdeburgo, al desierto por tanto, ya que estos peque?os quer¨ªan dar la lata. ?Y vaya si la dieron: la primera cat¨¢strofe mundial fue suya!
"Hay que escoger: o morir o mentir". ?l muri¨® tarde y minti¨® todas las veces que le convinieron. La purga de su literatura, ?fue salobre? En tanto en cuanto logr¨® que los lectores vomitasen sus p¨®cimas. Gust¨® del cine y de la danza, sin conseguir apenas se bailasen sus argumentos: no se film¨® ninguno. Termin¨® amn¨¦sico, pero selectivo. Viaj¨® placenteramente, siempre hasta el fondo de su noche. Fue irremediable: cicatero, nunca traidor, porque avisaba, perdedor nato, aunque ahorrativo, buen contable.
Al ruso le tradujo Triolet, y los sovi¨¦ticos censuraron sus espasm¨®dicas censuras. Su primer bi¨®grafo serio, un jud¨ªo americano. Quiso querella contra ¨¦l por difamaciones. Pascal no le atra¨ªa: no se distrajo nunca. Se acerc¨® a Elie Faure, a sus historias de pintura, y termin¨® ¨¦ste por alejarse' de su amistad. No parece supiese algo de Jean Renoir y su Regla del juego. El exilio alem¨¢n lo comparti¨® con el actor, que encarn¨® genialmente al protagonista de la mejor pel¨ªcula de Becker.
Muri¨® de sus migra?as; orgasmos r¨¢pidos, breves. Aprendi¨® de Gide que los descargos de conciencia son masturbaciones a deshora. Ejemplos espa?oles tenemos de ellas. Nos cupo suerte con su vida larga: le dio tiempo, entre los estertores de sus gatos, a superar los gritos entrecortados de sus novelas anteriores y redactar m¨²sica pura en Rigod¨®n. Presum¨ªa de haber sido convidado a cenar, en el Savoy de Londres, por Mata Hari. Sus rencores fueron siempre exhibicionistas. Por fortuna, para que evitemos su ejemplo, inund¨® de escritura regular p¨¢ginas y p¨¢ginas: "los papeles vac¨ªos que", seg¨²n Mallarm¨¦, "defiende su blancura". No agit¨® sus ideas, sino los excrementos de su ¨¦poca.
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