De la locura y la ambig¨¹edad
De la ambig¨¹edad es el t¨ªtulo de un art¨ªculo de Carlos Castilla del Pino publicado hace bien poco en esta p¨¢gina. Lo que sigue es la transcripci¨®n de esos comentarios que se desenroscan a veces en la mente con la lectura y que, en este caso, se resist¨ªan a permanecer en la intimidad.Para ilustrar la afirmaci¨®n "... la realidad es, o se nos aparece, ambigua", el autor propone unos ejemplos: ambiguas son las palabras (pues significan muchas cosas), ambiguos son los objetos (pues sirven para muchos fines) y ambiguo es el hombre (por su facilidad para representar papeles distintos). Castilla del Pino tiene raz¨®n, puede asegurarse perfectamente que la realidad es ambigua. Sin embargo, yo recomendar¨ªa prescindir de tales ejemplos a todo aquel que desee captar tan fundamental aserto. El primero, por obvio. La realidad est¨¢ compuesta por un n¨²mero virtualmente infinito de objetos y acontecimientos. Si cada ente de la realidad tuviera asignada una palabra, nuestro lenguaje, compuesto entonces tambi¨¦n de un n¨²mero infinito de palabras, ser¨ªa trivialmente inoperante. Me temo que el t¨¦rmino ambig¨¹edad se invent¨®, precisamente, para dar cuenta de esta circunstancia; es decir, se aplica en especial al lenguaje. El ejemplo nos devuelve, pues, circularmente al origen de la met¨¢fora.
El segundo ejemplo lo descartar¨ªa por malo. Un objeto no es ambiguo por tener m¨¢s de un uso. El celebrado cuchillo del Ej¨¦rcito suizo que corta, pincha, descorcha, destornilla, abre latas, saca chapas, se?ala el Norte... y enorgullece a su propietario no es un monumento a la ambig¨¹edad, sino sencillamente a eso, a la versatilidad, a la capacidad de satisfacer diversos (e inambiguos) servicios particulares. De la misma manera, los m¨²sculos de la cara no son ambiguos por dibujar sonrisas o ce?os fruncidos; ambigua es, en todo caso, aquella mueca compatible a la vez con la tristeza y la alegr¨ªa. Finalmente, y en el contexto M conocimiento de la realidad, yo no har¨ªa mucho caso del tercer ejemplo; la mentira intencionada es, justamente en este caso, el tipo de ambig¨¹edad que podemos y debernos aparcar de entrada.
Si lo que queremos es elevar la ambig¨¹edad a la categor¨ªa de concepto cient¨ªfico o filos¨®fico, ?por qu¨¦ no recordar su definici¨®n? Ah¨ª va: ambiguo es lo que puede entenderse de m¨¢s de una manera. Ya est¨¢. Nada m¨¢s inambiguo, en principio, que la ambig¨¹edad. Incluso quedan definidos, de paso, los grados de ambig¨¹edad. Cuantas m¨¢s sean las alternativas, o m¨¢s dram¨¢ticas sean las diferencias entre ¨¦stas, tanto m¨¢s intensa ser¨¢ la ambig¨¹edad. Y obs¨¦rvese c¨®mo surge de aqu¨ª, creo, una buena ilustraci¨®n para afirmar que, en efecto, la realidad exhibe todos los grados de ambig¨¹edad. Un episodio del mundo simple, como la trayectoria de una bola de billar, apenas tiene alternativas de m¨¦rito que compitan entre s¨ª, nada como la f¨ªsica de Newton, la ambig¨¹edad tiende a cero. En el extremo opuesto podemos considerar el propio comportamiento humano, acaso el episodio m¨¢s complejo del que tenemos noticia. La ambig¨¹edad es m¨¢xima porque muchos son los modelos alternativos y muy dif¨ªcil la elecci¨®n de uno de ellos.
Es necesario tolerar la ambig¨¹edad cuando la tenemos delante. He aqu¨ª la conclusi¨®n fundamental que entiendo de los p¨¢rrafos siguientes de Castilla del Pino. Siento una enorme simpat¨ªa por esta conclusi¨®n. Aferrarse a una de las muchas alternativas con los mismos pocos argumentos con que se rechazan las dem¨¢s es un error frecuente en el conocimiento art¨ªstico (novelas de buenos y malos), en el conocimiento pol¨ªtico (reprimir la diversidad) y es tambi¨¦n la esencia del pensamiento religioso (la ambig¨¹edad se resuelve por revelaci¨®n). Cuando el cient¨ªfico cae en este error, se dice que comete reduccionismo. Es verdad, es verdad. Castilla del Pino tiene raz¨®n una vez m¨¢s. Pero, tambi¨¦n una vez m¨¢s, me apetece comentar los ejemplos.
Dice as¨ª: ". .. la introducci¨®n de la mec¨¢nica cu¨¢ntica, ( ... ) la matem¨¢tica de los conjuntos borrosos, las estructuras disipativas de Prigogine, la teor¨ªa de las cat¨¢strofes de Thom, el probabilismo de los procesos informacionales, son algunos ejemplos que muestran de qu¨¦ manera tambi¨¦n el pensamiento cient¨ªfico ha dado entrada a modelos de ambig¨¹edad para dar cuenta de la realidad que hay (sic). ?Qu¨¦ es lo que es ambiguo ahora? ?La realidad? ?Los modelos? Ser ambiguo, ya lo hemos admitido, no es una verg¨¹enza, pero, atenci¨®n (y sobre todo en ciencia), tampoco es un honor. El cient¨ªfico tiene la obligaci¨®n, por oficio, por m¨¦todo, de ser lo menos ambiguo posible. Y ¨¦se, y no otro, es el esp¨ªritu de todos los modelos mencionados. Con la introducci¨®n del concepto de probabilidad (en f¨ªsica cu¨¢ntica y en teor¨ªa de la informaci¨®n) se salva justamente una ambig¨¹edad del lenguaje: entre la certeza y la imposibilidad no hay palabras, pero s¨ª un n¨²mero: la probabilidad, esto es, la medida del grado de certeza. Las ecuaciones que luego manipulan este t¨¦rmino (como la de Schr?dinger) son de una inambig¨¹edad irreprochable. La f¨ªsica retrocede lo justo para lograr determinar la indeterminaci¨®n.
Algo parecido ocurre con los conjuntos borrosos. El lenguaje prev¨¦, por ejemplo, que tal persona pertenece al conjunto de los calvos -es calvo- o que no pertenece -no es calvo-. Los menudillos ling¨²¨ªsticos no permiten matizar demasiado -es un poco calvo, lo es bastante, mucho, etc¨¦tera-. La frontera de la calvicie es, en efecto, borrosa y difusa. ?En qu¨¦ momento pasa a ser calvo un individuo al que le arrancamos los cabellos de uno en uno? La mencionada teor¨ªa permite tambi¨¦n introducir un n¨²mero que mide el grado de calvicie para as¨ª deshacer cierta ambig¨¹edad. La matem¨¢tica consigue entonces describir la ambig¨¹edad de la manera menos ambigua posible. Digamos de Thom que enarbola la bandera de Parm¨¦nides (unicidad, simplicidad, orden, determinismo) al tiempo que esconde la de Her¨¢elito (multiplicidad, complejidad, desorden, azar y cambio). Y notemos finalmente que los que dicen que las estructuras disipativas son un modelo de ambig¨¹edad lo hacen, en el fondo, con muy mala idea.
El loco, concluye Castilla del Pino, no acepta la ambig¨¹edad. Esto suena muy buen.
Y para crear, ciencia o arte, hay que estar primero lo bastante l¨²cido como para percibir la ambig¨¹edad y luego lo bastante loco como para proponerse el dominarla; digo yo. Esto tampoco suena mal.
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